Cuando las compañías necesitan añadir valor a sus productos, suelen apostar por el engaño. Como nuestra percepción está mediatizada por el deseo, basta con caracterizar a un producto con las peculiaridades -los Hechos Técnicos se le llama en Marketing de producto- de otros para impactar en nuestra necesidad de compra.
En el campo de la alimentación se ha llegado a extremos de sofisticación que merecen el aplauso, por la habilidad que demuestran, pero también la reprobación, porque denotan una falta de ética social importante.
Entre los últimos ejemplos que me he encontrado, destaca poderosamente el del azafrán de
Carmencita
Una presentación de
0,375 gramos
, con un precio de venta al público en supermercado de precio medio-bajo de
1,95 €
que eleva el precio de venta al público, por kilo, a la astronómica cifra de
5.200 euros
.
La presentación del producto es excepcional, pero el contenido es tan ridículo, que triplica el precio en el camino, incluso considerando
las últimas subidas de la cotización del producto.
También puede ser que nos cobren por el papel satinado y a cuatricomía con el que nos invitan a aprender a cocinar.
Junto con el precio, desmedido, provocan que reciclar se convierta en un ejercicio cada vez más complejo.
En el envase afirman que son tres dosis las que incluyen. Bueno, sólo da para dos, porque nadie cocina para sí mismo, exclusivamente. De hecho, un guiso para cinco personas bien se puede llevar todo el contenido, sobretodo si lo dejas cocer un poco más. Un verdadero robo, que no incide en la famosa rebaja de precios y el peligro de la deflacción.
Otros productos tampoco escapan a un análisis somero, pero este bien vale como muestra.
Etiquetas: consumidor, inflacción, precios
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