Reciclar: Qué dolor. Qué caro.
Ahí estaba el frasco, pasta de higado de cerdo, a poco más de un euro -o poco menos, no lo recuerdo- del Caprabo que ahora comercializa Eroski, para mantener los precios bajo control en esta época de descontrol absoluto.
Mi primera intención, guardarlo en el carrito de la compra, para reciclarlo, completamente, uno de estos días, en los contenedores del barrio.
¡Horror! Alguien ha tirado papel de plata sin darse cuenta de que va en el bombo amarillo. Un daltónico en casa y yo sin reconocerlo. ¿Será ella daltónica? ¿Será él? ¿Lo seré yo?
Pero la conciencia, esa vocecilla azul que nos inoculan desde la infancia, a razón de 200 prohibiciones al día ("no hagas eso; deja tranquila a tu hermana; no te muevas; no saltes sobre el sofá; si no te lavas las manos, no cenas")y que continúan alimentando durante el resto de nuestras vidas, me incitó a reciclar a la japonesa: separarlo todo de todo. Cristal, metal, papel de la etiqueta y contenido orgánico.
No me sentía cómodo con la operación. La etiqueta se me había quedado entre las yemas de los dedos, el continente de cristal rezumaba pasta de origen más o menos orgánicos y los componentes de la unidad familiar me observaban como a un bicho raro, mientras iban acumulando los platos y vasos de la cena por doquier, ya que el frasquito y yo ocupábamos la mitad del espacio disponible.
Está mal, lo se, me van a calzar 750€ de multa, sobre todo cuando revisen mis cañerías -no me refiero al urólogo, sino al inspector de basuras- y descubran los restos orgánicos que se han ido por el sumidero. Agua, jabón y escobrite para dejar el frasco como una patena. Listos para reciclar.
La tapa de metal, bolsa yellow y el cristal al carro de la compra. Mañana, al contenedor. Pero algo tengo que hacer con las bolitas de papel de la etiqueta pegajosa. ¿Qué C_ _ _ hago con esas bolitas? Piensa, thalas, piensa.
Un trozo de papel de cocina me salva de la situación. Recojo el agua de alrededor del fregadero, seco los componentes del envase y reuno los papelillos pegamentosos dentro de la porción de absorbente. Me ha quedado genial. Los miembros de la casa me encierran en la cocina. Oigo decir a uno de ellos:
-"Ya se le pasará". Es por lo de la Botella. Que se lo ha tomado de manera personal.
Abro la puerta de la cocina y me voy a la salita. Rebusco, rebusco y encuentro una hoja de papel de periódico. Me vuelvo a la cocina. Mi cabeza echa humo. Solucionar pequeños grandes problemas tiene ventajas. te sube el riego sanguíneo y aparcas el ictus. aunque también puede provocártelo. Tanta tensión.
Así que cada cosa a su sitio. Igual me contrata para las clases de Trashware. Falta le hace a los madrileños que alguien les enseñe a reciclar de una vez por todas. ¡Hombre! Embargado de emoción, reparo en los vasos y los platos de la cena, colocados sobre dos partes de la encimera. Con la emoción a flor de piel, el ictus amenazando y las manos húmedas, meto tres dedos en respectivos vasos.
¡ZAS! Dos de los vasos van al suelo. ¡C_ _ _! ¡Los recojo con la escoba o con la fregona? Si lo hago con esta última, ¿dónde voy a reciclar el cristal? Recojo las esterillas, muevo las cosas de sitio, barro, primero, friego, después. Me observan desde el quicio de la puerta. Una de ellas tiene el móvil en la mano. ¿Será para que me calce la Botella in fraganti? Humillado, derrotado, con el ictus convirtiéndose en lupus, vacío los cristales de los vasos en el cubo de LA BOLSA AZUL. Soy un fracasado. No puedo reciclar. Me merezco los 750 de multa.
-Mañana no entréis descalzos en la cocina.
- Vente a ver la película. Que acaban de matar al barrendero.
Etiquetas: reciclar
0 Comments:
Publicar un comentario
<< Home