Pablo: Mi listado de preguntas (y dos)
Repuesto del incidente, aprovecho que la abuela está en sus labores para trabajar sobre las preguntas.
Me surgen muchas en el cerebro, me abruman, pero como la tinta del Rotring se ha quedado en mis labios, decido hacer una pequeña selección de pensamientos.
- ¿Cuánto voy a ganar?
- ¿Cómo es el despacho que me van a asignar? ¿Tiene vistas?
- ¿Hay mucho trabajo en verano por aquí? - Si me dicen que sí, cogería las vacaciones en esa época. De lo contrario (siempre que el aire acondicionado funcione) en otra.-
- ¿Sobre cuántas personas voy a mandar? -Porque las multitudes me abruman; aunque es más fácil enviar a por tabaco a mil personas -alguno obedecerá, ¿no?- que tan sólo a una (que igual es un activista anti tabaco y te demanda frente al Comité de Empresa, bendita institución, o Sanidad, ¿animal?-.
- ¿Tendré un jefe?
- Y si es así, ¿Podré elegirle? En el libro de Layard, sobre la felicidad, afirman -la encuesta es de otros, no de Layard, de ahí el plural- que la relación con el jefe te sube hasta 2,4 (qué pelotas los que han puntuado tan alto) en una escala de 5. Estar con los amigos llega hasta 3,7 (y eso que apenas deseamos estar con los amigos, tan críticos siempre con lo que hacemos).
- ¿Qué tendré que hacer? Esta la considero excepcional, porque mis amigos me han comentado que el jefe, en general, elude responderla. Debe ser muy buena. Y difícil.
- ¿Qué tendré que hacer?
- ¿Qué tendré que hacer?
Qué dolor de tripa sigo teniendo. Mira que insiste.
A lo largo de mi exigua existencia -si llego a escribir eximia sería como reivindicarme en la Pardo Bazán, por lo menos-, he leído sobre las entrevistas. también he visto anuncios sobre el tema.
De hecho, he aprendido mucho sobre ellas: En un anuncio de TV en el que el hijo acude a una empresa a reivindicar a su figura paterna.
No me acuerdo del coche que anunciaban -siempre coches-.
Ni de la entrevista.
Ni del padre, claro. A decir verdad, el hijo me ha venido a la cabeza por lo de la entrevista. Parece que es imposible caerle bien al entrevistador. Si eres muy bueno, no sabrá qué ofrecerte; si eres mediocre (¡Qué expresión tan maravillosa! En el colegio, un 6 era una puntuación mediocre. Yo mismo soy de 6) confirmará su regla, su canon; no vales para esta empresa mediocre.
He decidido golpear primero en esa segunda entrevista. En la primera me he mostrado como soy. En esta segunda ...también lo voy a hacer. Yo mismo he de cuidar de mi propia responsabilidad social.
Recuerdo ahora que lo que estoy haciendo -lo que estoy deseando hacer, la verdad- es comportarme como un mono alfa. Uno de esos que domina al grupo.
Bueno a un grupo de uno en mi caso.
Dice Sapolsky, un arqueólogo (o psicólogo, no sé, algo sobre lo antiguo lo ancestral y eso) que las cebras no tienen estrés. Bueno que las cebras alfa -las jefas de las cebras- lo evitan. Cuando se sienten al borde de un ataque de nervios, lanzan una dentellada sobre la cebra próxima -las betas, supongo- que las libera de corticoides y las refuerza en su posición... y así hasta que las prejubilan.
Claro que aún me queda para lo de prejubilarme.
Y para lo de cebra alfa.
En realidad, me considero cebra iota. Falta una D.
Y una última pregunta.
¿Le gustaré a las cebras alfa?
Idea original de GRLL, el autor. Todos los derechos reservados. 2005.
Personal Humor Thalasos Pablo
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