25 de junio de 2005

Pablo: Preparándome



¡Son las cuatro de la tarde! ¡Mi cuñado me mata! Siempre está con la frase de Valerio Lazarov en los labios:

- Como dice Lazarov, "un hombre con talento nunca llega tarde".

En el armario ropero no hay ropa limpia.

Al menos de la que ahora necesito. Así que recojo del suelo una de las camisas blancas que me regaló mamá cuando terminé en la Universidad y la estiro sobre la cama con la esperanza de que las arrugas desaparezcan.

Como no tengo éxito, me siento sobre ella, que está extendida en la cama -parece una escena erótica- y salto y salto. Pero el colchón ofrece muy poca resistencia, así que las arrugas se reproducen.

¡Idea! Tengo una idea. Salgo de la habitación y bajo las escaleras de dos en dos. En la sala de estar hay un tablero de ajedrez con las piezas colocadas sobre él. Hoy parece que todos los objetos y los sujetos están sobre algo.

Es lo que tiene el calor. Calentura. Deshago la jugada y retiro las piezas, que extiendo sobre el sofá. El tablero será útil para planchar la camisa.
Subo los escalones de dos en dos. Tropiezo casi al final. El tablero, de madera prensada, rebota sobre una de sus esquinas protegida por un marco de plástico. La esquina desaparece.

¡Mi madre me va a matar!

Ya me preocuparé de la muerte más adelante.

Extiendo la camisa. Las arrugas protestan. Coloco el tablero encima de la camisa y me siento encima. Me levanto. Observo la camisa. Algo mejor, pero nada impresionante.
¡Eureka! Quito el tablero y lo pongo al lado de la camisa. Aliso las arrugas con la mano y coloco el tablero. Encima la camisa. Encima yo.
Y salto.

Un sonido me sobresalta el ánimo. Es el tablero, que se ha rajado. Me levanto, retiro la camisa y observo el tablero. Ahora él también tiene arrugas. Dos hermosas arrugas recorren la diagonal a1 hasta h8. Otra, más pequeña, afecta a las casillas del enroque corto de rey blanco.

Un desastre.

- ¡Ay, leñe! ¿Quién ha puesto la reina negra sobre el sofá?

La expresión, lanzada como un exabrupto, llega a mis oidos. Emitida por mi abuela, que ha debido clavarse la dama en su mismísimo trasero al sentarse en el sofá.
- ¡He sido yo, abu! Perdona. Ahora las retiro.

Me pongo la camisa, remeto los faldones por el pantalón. Escupo sobre un zapato y lo froto con el puño de la camisa. Este adquiere un tono parduzco. ¡Qué tarde se me ha hecho!

Bajo los escalones de dos en dos.
Recojo la chaqueta de mi cuñado, que he dejado en el respaldo de una de las sillas del comedor.

Fugazmente veo reflejada mi imagen en el espejo. ¡La corbata! Se me ha olvidado. Vuelvo a subir de dos en dos. La corbata está, está, ...¿dónde está la corbata? ¡Ah, sí! Entro en el cuarto de baño. La he dejado colgada en una de las perchas toallero. Me miro al espejo mientras intento hacerme un nudo italiano. Vueltas por el derecho. No, mejor un nudo americano. Deshago el lazo y comienzo con las vueltas del revés. Hoy todo parece salirme mejor del revés. Como a algunos tenistas. Me refresco con Denenes. Entro al cuarto otra vez. Cojo la mochila del suelo, metó unos vaqueros, una camiseta y ropa interior.

También las hojas con las preguntas que he preparado. Bajo los escalones, de a dos de a tres, ¡Ojo! tengo que terminar con un último salto impar.

No, no soy supersticioso. Como dicen por ahí, eso trae mala suerte.

¡Ostras! No me he peinado, Arriba otra vez.

Cuando subo la escalera puedo acabar en un salto par o impar. No importa. Es cuando bajo que el último salto, como un amuleto inasequible aunque presente, tiene que ser de número impar.

Vuelvo a bajar.

El último salto es de 5 escalones. ¡Bien!


- ¿Ya te vas, hijo?
- ¡Sí abuela!

- ¡Ya me quedo sóla otra vez!

Cierro la puerta. El ascensor está ocupado.

Bajo por las escaleras. De dos en dos, de tres en tres.

El último salto, ¡Siete escalones! un número primo. Este salto es el que da más suerte. Bueno, después del salto de 9, el número mágico entre los mágicos.

Al abrir el portal, el calor, como un familiar al que hace mucho tiempo que no ves, se echa sobre mi y me abraza sin compasión.

Me encamino al suburbano. Las cinco menos cuarto. He quedado a las 5. Lazarov se va a enfadar. Y mi cuñado, más aún.

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