Trabajo de experto. Gestión del proyecto.
Transmitían un programa que se llama Hipódromo. Tres historias en el tiempo que normalmente se dedica a narrar una en televisión, así que el programa no adolecía de ritmo. Mientras lo veía me acordé de una novela. Que contaba una de las tres experiencias, pero con enorme brío. Desafortunadamente, el título no me asomaba. Ni el nombre del autor.
Las tres historias versaban sobre el mundo de los caballos:
El jinete novato que debutaba en las carreras,a los 14 años de edad. No daba el peso, así que tuvo que correr cargado de plomo, la primera. El susto de su carita de niño despertó la ternura en el cámara, los jinetes competidores, su hermano pequeño, "deja que te ayude".
La segunda, sobre el viaje de los 9 dueños de un caballo -porque el dinero sólo les alcanzaba para un único ejemplar- para verle correr. Con la excusa de animar a la yegua -que llega la penúltima, carrera sí, carrera también-, se pasean por el país recorriendo hipódromos y restaurantes, todos los fines de semana.
La tercera, que me hizo recordar la novela, contaba la inseminación natural en una cuadra de caballos.
Era como un completo y animado programa de variedades con el caballo como telón de fondo y pensado para gente aburrida o para empedernidos seguidores del hipódromo, caso del filósofo Fernando Savater. Yo no se en cual de los dos clubs incluirme. Mejor no elijo.
Me impactó el montaje que se gesta alrededor de los equinos: el dinero que mueve, los trabajos que se realizan, las apuestas, la precisión de la puesta en escena para la monta, el lenguaje y la jerga. Sobre todo ésta última.
También el uso que hacen de la tecnología aplicándola a la explotación de las granjas. Bueno, a la cuadra en este caso.
Todo tecnificado, con monitorización de la yegua, para conocer el momento exacto, el método Ogino depurado por la biomedicina.
Una veterinaria que introduce su brazo, cuan largo es, embutido en un guante de goma con cámara y sensores de temperatura. Y lo introduce ahí, precisamente. Hasta la altura de su hombro, pegando la cara a los cuartos traseros de la hembra, como si quisiera ella misma introducirse en el útero de la bestia.
No me acordé del título de la novela aún, por lo que pensé en los guantes de fregar, porque eran casi idénticos a los que empleaba la facultativo.
Y también pensé que si hubiéramos tenido que emplear ese método en casa, a estas alturas yo no sería padre, claro.
Tras confirmar el momento, la buena nueva para el patrón, retiran la yegua del recinto y la llevan hasta una cerca. Del otro lado, el recela, un semental de segunda clase, que bufa como si pensara que en esta ocasión sí, que ya le toca, que le van a dejar hacer su función, que ya es de primera.
Pero no. Esa no es su función principal, de acuerdo con la descripción del puesto. Él tendrá que conformarse con montar a otros caballos. Igual eso sí le dejan hacerlo. La aventura de la serie Queer as folk pero en el mundo equino.
El recela es un caballo que le sirve de mentor o coach especializado en yeguas al Sire, el verdadero semental. Este es un caballo de excelente pedigrí y mediocre rendimiento en las pistas, un lequio de la campiña, cuyo trabajo -hasta el final de sus días útiles- consistirá en montar, a razón de tres veces al día, a 25 yeguas. Ni una más ni una menos. Lo dice el convenio colectivo.
Bueno. Ese es su trabajo. Afortunadamente, no es el mío.
El recela tiene otra función: la de oler, excitar y encandilar a 25 yeguas desde la barrera. Nunca participa. A veces se orina, relincha, golpea con las patas traseras en los tablones. Sin resultado. Le alejan de la yegua mientras su aparato golpea con insistencia, pero en el vacío.
Nadie se apiada del recela. El caballo que actúa como recelador. Yo también recelaría si me maltrataran de ese modo. Durante su presencia, incluso después de ella, la yegua guiña continuamente sus labios mayores. Así le llaman a sus movimientos vaginales. Precisión de la jerga. La frecuencia de los guiños les indica a los mozos que ya es el momento. Inteligencia Intuitiva del experto, aplicada en la remonta, como si de la Sala de Juntas de Eon se tratara.
Dirigen a la yegua y a su potranco o potrillo al establo. A la sala especial que llaman la remonta. La yegua está disponible a los 7 días de parir. Buen ritmo de producción.
Le cubren los cascos con unos enormes zapatos de felpa gris. No, no la visten de noche. Nada de La Perla o de Women's Secret. Llega el maromo, el Sire, el semental en castellano. Descubro para que son las zapatillas, los patucos, para que la yegua no le parta en dos el badajo que le cuelga entre las ancas.
Unos sujetan a la yegua. Otros las riendas del Sire. Bufidos, resoplidos, relinchos, sudor, estrépito ensordecedor.
Cuando el mamporrero consigue que las dos moles se acoplen a través del salchichon flexible del semental, la veterinaria inicia su jerigonza:
-Uno, dos, tres, cuatro, cinco, seis, siete, listo, ya, ya, ya.
Uno de los mozos desatasca al semental en ese preciso momento, extrayendo el uslero de carne de la urna de la vida. Otro de los mozos aparece con una perola de plástico transparente, llena de agua o de una solución desinfectante, antiséptica.
De la verga del semental sale de todo. El mamporrero la cubre con el cubo transparente y la agita dentro. Me pregunto si estará fría la solución o a temperatura ambiente.
¿Cuáles serán los caprichos del semental?
Lo sacan de la remonta por una de las salidas. Los mozos esperan a que la veterinaria confirme los datos, para llevarse al potrillo y su madre.
Un verdadero trabajo de expertos y en equipo. Una auténtica gestión del proyecto.
Dos días después acude a mi memoria el título del libro y lo encuentro en casa. Todo un hombre, de Tom Wolfe. Entre las páginas 345 y 361 cuenta lo mismo que he visto en la tele. Allí en la novela, el mamporrero es un joven negro:
ya era posible ver a Bonnie con la verga del semental... El era el mamporrero y su tarea consistía en...
Porque Tom Wolfe, pese a su presencia viscosa, tan blando y vestido de blanco, blanco todo él, desde la cinta del sombrero hasta los calcetines, lo narra mucho mejor, con mayor poder perceptivo y precisión fílmica que la lograda con las imágenes. Vívido sentido del cuento el que demuestra el escritor. Aunque su aspecto nos repela.
Ni en el programa ni en la novela descubro cuánto le pagan al mamporrero. Supongo que una miseria. Como ya hay semen criogenizado. Si es que se dice así. Porque el semen no es un ser vivo aún, ¿no?. Será congelado el término apropiado.
Claro que ya puestos, el salario de un mamporrero de ballenas, como he leído por ahí, incluirá plus de peligrosidad. Por si te ahogas. En el mar o con lo que recojas de la ballena macho. Con eso recubren algunos comprimidos. ¡Puagh! No vuelvo a doparme.
Trabajos difíciles y de carácter pseudo-científico. Bueno, como rata humana de laboratorio, unas 3.000 Libras Esterlinas pueden llegar a pagarte, si el medicamento es peligroso y tú estás sano. Si estás enfermo, pagas tú, claro.
Donar esperma creo que no se cotiza. Como es una donación. Igual pagan algo. Aunque no tanto dinero como por el de Sire. El del bonobo de la foto también se debe cotizar a buen precio. Y el de rana, mismamente. Buenos proyectos.
Personal Thalasos Humor
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