1 de enero de 2007

Never is too late. Don't you?

Junto con una invitación para abonar no sé cuantos euros al mes por disponer de mi CV bien visible para los jíbaros, head hunter en inglés, me encuentro con otra invitación para acceder a los contenidos de una revista que en formato papel debe andar por los 150€ anuales. A 18€ el ejemplar, que ¡por supuesto! incluye publicidad.

Hoy, precisamente, ahora, cuando llevo unos meses de prácticas en una firma de consultoría donde no he visto un euro a fecha actual. Me pregunto ¿qué son las buenas prácticas de contratación y de trabajo?

Y me surge la pregunta al hilo de un estudio sobre las mejores prácticas de movilidad dentro de las empresas españolas.

Curioso que necesitemos mover a las personas, de su territorio, sus relaciones, para disponer de una especie de mano amiga allende los mares, velando por el negosi.

Mejor que se vaya el dueño. Es lo que pienso. Si el ojo del amo engorda al caballo, debería ser propietario, el adalid, cualquiera de los que se atiborran de monedas quienes abandonen sus cosas y seres más queridos.

En otro caso, mejor contratas a alguien de aquel país y le encargas el cuidado de tus cosas.

Todos los directivos, y no sólo del de Recursos Humanos, tienen que asumir la responsabilidad de implicar a los trabajadores en el devenir de la empresa. Actualmente hay una cierta tendencia a distanciarse de los objetivos de la organización a la que estamos ligados. Existe un recelo observable entre los trabajadores del conocimiento que tiene que ser vencido con la práctica de un liderazgo eficaz. Ya dijo Drucker hace años que los jefes tienen la facultad de organizarse de la forma que estimen oportuno, pero siempre que traten de descubrir los puntos fuertes de sus colaboradores para sacarles el máximo partido. Crítica de la Gestión Pura: El reto del Neomanagement. (El título y encabezamiento de un artículo de la revista carísima)

Lo fascinante de la dirección empresarial es que vendemos -y nos venden- cursiladas, día sí, día también, con el propósito de engañar a las personas que hacen posible los escandalosos emolumentos de aquellos que desean que nos vayamos a la Conchinchina a cuidar del business. Del suyo, quería decir.

En una época donde las comunicaciones son excepcionales, tu casa se puede ver en la pantalla del ordenador y el taxista novato puede llevarte a la mal denominada calle del último polígono industrial, resulta chocante que necesitemos largar a la gente, contra su deseo y voluntad, a cualquier lugar.

¿Cuál es el valor añadido de una joven con un portátil a la espalda en, digamos, China, para dirigir el hotel de no se quién? ¿Y el de una mujer de 38 años que chapurrea en inglés continental -ese que llenamos de latinajos porque desconocemos el termino real- con los propietarios del restaurante de estilo gallego en el que cena, mientras piensa en cómo cerrar el trato con los informáticos neozelandeses que dirigen el chiringo indio dentro del que se responsabiliza del área de Marketing Hispano?

No me gusta la movilidad. Apenas conozco a unas cuantas personas que les guste. La mayoría de quienes laboran lejos de su territorio desean volver. Están allá, acá, por compromiso. Todos quieren volver. Así que mejor nos dedicamos a repensar cómo es posible hacer las cosas sin cabrearles. La movilidad destroza cualquier expectativa de continuidad.

Porque, curiosamente, las compañías continúan creciendo, generando empleo y modificando las condiciones de los que se quedan, mientras el expatriado, desplazado o alejado confía en volver y que le recompensen por el esfuerzo. Pero al regresar, pocos recuperan la tranquilidad añorada.

Me acuerdo de la época en que desde la oposición le gritaban al presidente: ¡Váyase, señor…!

Hoy la frase ¡Movilícese, señor...! Estaría más en sintonía con el neo management.

Aunque no seré quien diga nunca. Ahí afuera puede haber mejores oportunidades. Perhaps.

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