26 de julio de 2005

Pablo: Mortal necesidad, necedad



La casa, de estilo moldavo tardío, por su porte, o manchego por su aspecto, delimita al Norte con un arco voltaico antimosquitos (diptera culicidae le llaman a los mosquitos, malos, malos, malos), embutido en una malla de pescador tipo nasa, como esas que cuelgan en los mesones dedicados al mar o a los motivos marítimos.

Al fondo, siguiendo la línea del horizonte, se abren dos senderos en i griega, uno hacia el orto, plagado de bitácoras y otros elementos marinos, como zapatos estilo náutico, nikis, playeras, victorias, piratas de algodón elástico, vasos mini de 16 litros de capacidad –para uso individual-, tickets del barco que da una ronda por los acantilados de Tetuán en las playas de Martil, y el esqueleto de una plañidera original de las Azores, cuya última lágrima se ha convertido en un osteolito sobre su propia –q.e.p.d.- cuenca orbital izquierda.

Toda una promesa de trabajo y prosperidad, porque aquí parece que derrochan.

El camino del Oeste da a la casa. Más limpio.

Umbría, con plenitud de calma y un matojo de verdín, plantado en abril, quizás a destiempo.

Pulso la campanilla de la entrada y a los 6 minutos, por mi reloj, aparece una señora joven en la puerta, ataviada como madame Bovary, salvo por el error que le supongo en el atavío al hecho de que cubra sus hombros con una clámide romana.

-¡Buenas tardes!

-¡Hola! Vaya, considero una imprudencia en este momento acogerme a una salutación tan impersonal y dolomítica, por su antigüedad, una especie de ¡Haw! indioamericano, exclamado a destiempo.

- Que vengo por lo del trabajo.

-¡Así que es usted!

Me falta el resuello, no consigo recuperarme a tiempo de esa expresión tan afectuosa. No ha captado el ¡hola!, me ha sonreído y, en un acto de lealtad al hecho de ser humano, ha abierto la puerta de par en par, digo, de apr en par. La emoción por lo que ya he logrado en mi búsqueda de empleo, me invade. Nuevamente, exudo la sonrisa del vencido, mejor aún, del ganado.

- Me llamo Pablo, Eresunapringosa De Losmonegros.

-¡Cómo? ¡Cacho cabrón!

Me golpea con el paraguas japonés que blande entre sus dedos, mientras intento parar su engavilanada con los restos del 20 minutos que aún arde en mi mano…

-¡Señora! Por favor. ¡Ese es mi nombre! Apuro a balbucir, mientras me zurra con un golpe estilo garatusa entre los desinflados molletes, otros tiempos mofletes.

-¡Basta, bruta! ¿Cómo he de decirte, Blanca de mis entrañas, que no has de tratar al vecino como extranjero, si no como sino de los cielos?

-¡Pasad, señor, pasad! ¡Os esperábamos!

Quien así habla es –como supe luego- el responsable de detección y gestión del talento de la firma, Serafín Almagro De La Pandemia, abogado e hipnólogo, título que obtuvo en la Universidad Católica de Lovaina, U K Levein.

-¡Tómese un yogur griego, en prueba de desinanimadversión!

Me habían brotado las lágrimas mientras una mucama francesa –esas piernas , tan francesas, esa falda tricolor,mimi c’est moi, me imaginaba, de un modo inoportuno y abyecto- vertía sobre una copa esa mezcla de leche agria batida, fermentos lácticos y eneldo, característico de las tierras del interior del Ática. Supongo, claro.

-¡Llega usted a tiempo de prepararse para las pruebas físicas!

-¡Pero..! Balbucí, como suele acontecerme en estas circunstancias en las que la determinación puede conducir a destinos más prometedores a cualquier otro ser humano.

-¡Siéntese y saboree el refresco lácteo! Parece usted estragado por el viaje. Por cierto, ¿ha venido en vehículo?

-Así es. Me han dejado a la altura del puente.

-¡Bien, bien!

La joven señora me observaba desde la entrada a la sala en la que me encontraba ahora.

Cuando me tranquilicé eché una mirada alrededor. Vi a varias personas sentadas en un sofá frente a un espléndido mirador que daba a un pequeño huerto. Sólo veía sus cabezas, pero una de ellas, panocha, me recordó a alguien, aunque no caí en ese momento.

-¡En unos minutos vendremos a por usted!, sonrío Serafín, bueno, don Serafín.
Aguanté la respiración y cual tragaldabas de prestado acabé la infame bebida, preparándome para las pruebas que me aguardaban.



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