17 de julio de 2005

Pablo: Pánico y humanidad= Felicidad


-¿A dónde vas vestido así?

Saliendo de casa me encuentro con ella, mi hermana la mayor, que vuelve de trabajar. De 6 a 11 de la mañana y de 16 a 22 de la noche. Optimizan los recursos humanos en el económato, según ella. Y como es ella quien se lo propuso a la alta dirección mientras estaba haciendo prácticas en recursos humanos, decidieron contratarla y que lo pusiera en práctica y ahora... pues le toca dar ejemplo.

-A una entrevista de trabajo.

-Pues con esas hechuras más pareces un picha espuma que un candidato a currante.

-¿Qué es un picha espuma?

-Déjalo, es que estuve el sábado en una despedida de soltera, la de Amelia, sabes quien es, sí mi amiga, la que te hace babear como a un boxer, y fuimos a un local de boys, y uno de ellos iba uniformado de colegio del Espíritu Santo o algo así y tú, con el jersey y ese sombrero…perdona. Que te vaya bien…

Cerró la puerta. Escuchaba sus risas.

Me quedé ensimismado, con el sombrero en la mano, imaginándome en un baño de espuma con la amiga de mi hermana, pero… un picha espuma? Llamé al ascensor y mientras llegaba, busqué la agenda de Minney, que heredé del cumpleaños de mi hermana –se juntó con varias agendas, de varios amigos y ex conocidos, ex escocidos les llamó yo para cabrearla- en la que había pasado a limpio la dirección de la empresa.

El andén del metro está casi vacío. Un individuo de tez oscura se me acerca.
Además de por su estatura, también destaca por un sello de oro en su dedo meñique, una cadena también de oro con un cristo de tamaño casi natural y un reloj en la muñeca izquierda con tantas manillas como deben tener en la torre de control del aeropuerto de Heathrow. Bien vestido, al menos comparado conmigo: camisa negra desabotonada hasta el ombligo, pantalón naranja con rayas amarillas y verdes, pelín rasta, cinturón con una hebilla que es una cabeza que representa a Medusa y cadena de reloj o llaves, una leontina, vamos, que se hunde en el bolsillo izquierdo. Remata el atuendo con unas pantuflas de plástico de color verde y un sombrero de cowboy.

Pienso que cada una de las prendas que muestra es un trofeo. Que se ha apropiado de algún elemento esencial de sus víctimas. Y que ahora me toca a mi.

¿Me robará la agenda, después de asesinarme? Aunque la agenda, en realidad representa a mi hermana, el alma de mi hermana, más que la mía.

¡Oh dios!

Primero me matará y luego irá a por mi hermana.

No, a mi me abrirá en canal y se beberá el contenido de mi molleja, el Eko sopado….¡Puaggghhhh!

Arranco todas las hojas de la agenda, para proteger a mi hermana, las rompo con furia y las lanzo a la vía.

Aunque mantengo la serenidad suficiente como para guardarme en el bolsillo la dirección de la empresa a la que tengo que ir.

-¡Tirar basura en el metro, sin causa justificada, está multado con 12 euros. Su documentación, por favor!

-¿Tienes fuego, hermano?

Un vigilante por la izquierda y el nigeriano por la derecha. ¡Qué hacer? Decido contestar al agente. El nigeriano tendrá que esperar para desollarme al estilo vudú.

-¡Perdón agente! Ahora los recojo.

Salto a la vía y me pongo a recoger los trocitos de papel.

Oigo gritos.

-¡Que lo matan, que se quiere suicidar!

-¿En qué quedamos señora?

-¡Agente, haga algo!

-¡No puedo saltar estando de servicio! ¡Quítese de ahí abajo! ¡El suicidio es delito!

Viene el tren. No, vienen los dos trenes.

Me tumbo en el suelo, entre las cuatro vías, en ese espacio que ocupan los héroes de película en este tipo de escenas. Ninguno de los trenes se ha detenido. Debían ir de retirada.

El sombrero se ha ido con uno de ellos. A cocheras. Acabará en la cabeza de un mecánico.

¿Cuánto gana un mecánico? Qué obsesión por el trabajo.

Levanto la vista.

De repente el andén parece superpoblado. Más de 30 personas en uno de ellos, agrupados, para no perder ripio.

-¿Estás bien?

Un coro, como el orfeón donostiarra se preocupa, al unísono, por mi bienestar.
Adoro a los humanos.

Me pongo de pie y me sacudo. Mis manos cambian de color con la grasa de las vías, que ahora está en la ropa.

Negras.

¿Y ahora, dónde me arreglo antes de llegar a la entrevista?

-¡Sí, muchas gracias! ¿Me ayudan a subir?

Me agarro de una de las manos, al azar. Me izan como una grúa.

Cuando alcanzo el andén, miro hacia arriba. Es el nigeriano.

-¿Hermano bien?
-Sí, gracias.

Aplausos en la estación De repente me emociono. La gente, como si de un show impecable se tratara, como si hubieran contenido la respiración, la tensión, durante un éxodo interminable, aplaude y se abraza y ríe y grita.

Todos, de repente, están felices.

Y soy yo quien lo ha provocado.
El vigilante da saltos de alegría, mientras grita ¡Soy cojonudo, cojonudo!

Yo me pregunto ¿Porqué él es cojonudo?

De pronto se detiene, me mira desde el otro anden y hace el gesto de OK, que en el lenguaje militar significa “sin víctimas”, no Knock out.

Eso es, se ha librado de redactar un parte con detalles del suceso, emplear la “manta del muerto” que existe en todas las estaciones del metropolitano y acabar en comisaría declarando. Hará su turno normal. Todo bien. Todo OK.

Viene un convoy. Se abren las puertas. Me siento. No miro si hay ancianos o no. No pienso levantarme ni aunque me lo pidan. El asiento, por esta vez, me pertenece.

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1 Comments:

Anonymous Anónimo said...

Hola, muchas gracias por tu comentario en el post de Sebastopol.
La verdad es que todo el peso del blog lo lleva caliope.
Yo no me considero ni aficionado, jaja. Será cosa de fijarme en gente que escribe como tú y así, poco a poco la cosa mejorara.

Nos vemos :)

8:13 p. m.  

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