Pablo: Con mi cuñado
-¡Me tienes que devolver el traje!
-¡Por dios! ¿Qué haces!
-¡Hola cuñado! He perdido la chaqueta, ¡Lo siento! Pero te puedo devolver el pantalón.
Mientras me bajo el pantalón, noto que la ropa interior sigue atrapada por el pegamento y que abandona mi cuerpo, a un ritmo ligeramente menor que el del pantalón, deslizándose con escaso ímpetu.
Mis carnes van quedando a la luz de la planta 22 de este edificio. Alguien se asoma a la entrada de la estancia y al ver la escena dice, "¡perdona!, vuelvo luego".
La cara de estupor que dibujan los arcos de las cejas en mi cuñado dejan pocas dudas.
Le tranquilizo. Al menos es lo que quiero transmitir. Serenidad en el momento.
-He sido previsor y traigo ropa en la mochila.
-¡Subete...! Y ¡tápate eso! ¡Podrías herir a alguien!
-Si, en el colegio ya me llamaban el tres piernas. En broma, lo sé.
-No, si no me refiero al tamaño, sino a... ¡Tápate de una vez!
-¡Perdona!
Mis manos, sujetando de las presillas, inician el camino a la inversa, pero los calzoncillos se resisten, liándose entre las perneras del pantalón. Consigo subirlo completamente y abrochar de nuevo la botonadura de la bragueta. Los calzoncillos se han enrollado un poco. El tiro del pantalón abulta como si hubiera escondido una pequeña barra de pan entre mis piernas.
-¡Venga, vamos a trabajar! A ver ese cuestionario que me has traído.
La energía de mi cuñado. Stephen Covey en estado puro.
Saqué el dossier, bueno, los folios doblados en cuatro, del bolsillo trasero del pantalón, los alisé sobre la mesa de cristal de su despacho y se los dí en la mano. Ví que tenían algún tachón en negro. Nada serio.
Sólo había encontrado el Rotring de 0,8 para escribir las preguntas y estaba un poco seco; lo había agitado con violencia sobre el primer folio, para conseguir su colaboración. Y la había conseguido.
-El primer folio tiene un pequeño borrón. Bueno, dos. Pero es legible aún.
Miró las preguntas. Con un gesto de rabia los arrugó entre las manos y los lanzó contra la ventana más próxima, bajo la cual destacaba una papelera de diseño, en color azul cobalto.
Decidí evitarlo.
Me lancé a por la pelota de papel. Quería evitar esa canasta de tres puntos asistida a tablero. Tropecé -quizás porque el lío de los calzoncillos a la altura del tiro de los pantalones me impedía realizar movimientos atléticos- y caí sobre una mesa auxiliar de cristal, también de color cobalto.
Algo se rompió.
No sólo mi nariz contra la mesa.
Algo más.
Hasta la fecha no había comprendido con nitidez el efecto que la rabia contenida de un familiar o pariente puede tener sobre nosotros. Al menos sobre mi.
Me echó de su despacho, de esa estancia acotada por mamparas en tono cobalto traslúcido y cubiertas de gradulux en acero, casi con lágrimas en los ojos, mientras sostenía en su mano derecha algunos de los fragmentos de una figura de Lladró que representa a la Inteligencia y que segundos antes lucía sobre la mesa auxiliar.
Cuando salía de la estancia, del despacho virtual, me vino a la cabeza que mi cuñado sujetaba esos restos con la mano derecha, la misma en la que yo balanceaba el periódico que normalmente me acompaña.
¡Pero yo suelo hacerlo con la izquierda!
¡Qué extraño!
¡Claro! Me había dejado la bolsa con la ropa y el rotring de 0,8 dentro del despacho.
Si tuviera la bolsa sobre el hombro derecho, el periódico lo sujetaría con la mano izquierda. Hábitos.
Entonces... Bueno, ya lo recogería mi hermana, pensé.
Metí la mano izquierda en el bolsillo del pantalón e intenté acomodar mis calzoncillos.
Saqué la mano, me cambié el periódico de lugar y repeti el gesto desde el otro bolsillo.
Me dirigí al ascensor.
No conseguía recordar todas las preguntas que había preparado. Tendría que improvisar en la entrevista.
Noté las gotas que salían de mi nariz. El color de la sangre destacaba sobre la moqueta de color acero, como las persianas gradulux.
Arrugué dos trocitos de papel de la primera página del periódico y me los introduje en cada fosa nasal.
No quería quedar mal con la señora de la limpieza.
Personal Humor Thalasos Pablo
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