Pablo: A casa, A cenar.
Al salir del ascensor he pasado por la recepción sin decir nada, he salido al fuego exterior que representa este verano de via crucis y me he encaminado al suburbano, dispuesto a disfrutar del aire acondicionado que tan bien funciona en esta línea de tren, la que arranca o finaliza en la Milla de Oro, la de las oficinas de lujo y los rascacielos tipo Singapur o Benidorm.
La gente me mira.
Será por los tapones de la nariz.
Los arrojo a una papelera, pero le dan en el bolso a una mujer joven vestida con un traje de corte sastre en color beige. Zapatos y bolso a juego. Pendientes esmeralda y plata. Reloj de oro.
Los mira con repugnancia, torciendo el gesto, como si hubiera olvidado que la belleza es incompatible con la manifestación de ese tipo de emociones.
Se ha puesto fea de verdad.
Un puchero de indignación y unos ojos coléricos la han convertido en una especie de Lola Gaos en la película Furtivos. La emitieron por la tele hace poco, de ahí la conexión.
- ¡Mamón!
Acelero el paso, antes de que aparezcan valedores de la señora que quieran darme un escarmiento.
En verano, los episodios de agresividad se incrementan en la gran ciudad.
Bajo las escaleras del suburbano de tres en tres, olvidándome de terminar en impar.
Oportunidad perdida de acumular augurios para la entrevista de mañana.
Al llegar a la altura de la taquilla, busco entre los bolsillos, aprovecho para acomodarme la ropa interior, pero el abono de transporte no aparece.
Derrotado y sin dinero, decido extender la mano, alguien se apiadará de mi y me comprará un viaje sencillo.
Media hora después, anegado de miradas tan poco sutiles como la que le lanzó Moises a su pueblo en la leyenda desértica del bellocino de oro, me encamino a abandonar el vestíbulo de la estación.
-¡Hola hijo! ¿Todo bien?
El sudor recorre mi esqueleto, provocándome escalofríos. Mis pies, lastimados tras la caminata de hora y media, piden agua fría y un poco de bicarbonato.
Me abandono sobre el sofá.
-¡Ay! Yo también me he clavado una pieza del ajedrez, el alfil blanco, en el trasero.
- ¿Has subido corriendo las escaleras? No deberías hacer ejercicio con este calor.
Anda, sube a tu cuarto, lávate un poco y baja para la cena. ¡Pero si ya son las nueve de la noche! Como aún es de día, ni me había enterado. Y usted, madre, ¿Qué va a cenar?
- ¡Ay, hija, con este calor, no me apetece nada. Unas migas de las que sobraron al mediodía y un par de huevos cocidos. Luego me tomaré un tomate con una sardina de esas tan buenas que trajo la niña y un yogur desnatado. Es que no tengo hambre.
No conocí a mi abuela de moza, pero su gula en tiempos de guerra debió hacerla sufrir tanto como a mí los zapatos en este momento.
Subo, cojeando, hasta llegar al cuarto de baño. Apoyo un pie sobre el talón del otro y lanzó el zapato izquierdo con fuerza contra la bañera. ¡Qué alivio! Realizo la misma operación pero con los pies cambiados de posición. El segundo zapato, como si tuviera vida propia, decide precipitarse por la ventana entreabierta que está junto a la cabecera de la bañera.
Su suicidio no me sorprende. Con este calor. Luego tendré que bajar al patio de
...oigo cristales al romperse y un exabrupto se cuela por la ventana, más entreabierta que antes.
-¡La madre que te parió! Cuando bajes a por el zapato te diré lo que cuesta el espejo que acabas de cargarte, majo.
-Pero, ¿Qué ruido es ese? ¿Qué pasa?
-Los de ahí arriba. Que se han cargado el espejo.
-¡Hay que joderse con el mamón! Seguro que ha sido el mamón.
Seguro, me digo para mis adentros. Aunque ya hace tiempo que no mamo.
Abro el grifo de la bañera, me siento en el borde y dejo que el agua fría me bendiga las rozaduras de los pies.
En contacto con los calcetines produce una especie de infusión color zarzaparrilla, como la cocacola. Casi negra. La infusión, a medida que el agua sigue corriendo sobre mis pies, va cambiando de tono, aclarándose. Cuando el tono de la misma es inapreciable, cuelgo los calcetines sobre la barra de seguridad que tiene la bañera. Mañana podré usarlos para ir a la entrevista.
Con este calor seguro que a las diez están secos.
-¡Niño! ¡La cena se enfría!
Bueno, ya me ducharé mañana por la mañana.
Personal Humor Thalasos Pablo
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