Pablo: No más pruebas físicas
La vida es un círculo en el que si te despistas y te dejas guiar por la hormiga de delante acabas en el infierno sin apenas haber sellado el pasaporte.
Las hormigas, separadas del hormiguero, inician una caminata sin fin.
Unas siguen a las otras, teniendo como referencia tan sólo lo que hace la anterior. En tal armonía que te produce un desfallecimiento irreversible.
Hasta que falleces, palmas, la pichas.
Salvo que antes encuentres una reina que lo ordene todo. Que lo ordeñe todo.
No me gusta madame bovary. Lo he decidido. Un comportamiento como el suyo es denostable. Como si un automovilista se cruza en el camino de un pobre peatón sin preferencia en el cambio de trayectoria. Según el vehículo. Según el peatón.
Madame abusa de su poder.
-¡Vamos Pablo! Esto empieza ¡Ya!
Inicio el trote detrás de la reina. Bueno de la viuda negra. La reina está aún por venir.
El gimnasio tiene dos plantas. Acabo de darme cuenta. Pero sólo un techo. A 6 metro de alturas una barandilla protege la corrala, alrededor de la que se observan algunas puertas. Puede que al piso superior se ascienda desde fuera, porque no hay tramo de escaleras en el interior del gimnasio. Dos de las puertas están abiertas. El resto, hasta 8, permanecen cerradas.
En la planta baja, nos hemos reunido 13 personas. Don Serafín permanece en un rincón, algo distante, con un bloc de notas tamaño folio, abierto por la mitad y un bic de capucha mordisqueada –pienso que es el que me prestó para realizar el dibujo-. Un cronómetro de esfera grande y números arábigos pende de su pechera, suspendido por un cordón de plata.
Se ha remangado los pantalones y se los ha remetido, sujetadando cada pernera con el elástico de sus calcetines blancos, con franjas deportivas en color rojo y azul.
El calcetín se le engorda a la altura de sus peronés, provocando un efecto enfermizo, unas canillas disímiles que de pronto se embrutecen hasta el tamaño de las de un quarterback o un futbolista.
Me sorprendo con el sonido de un motor, un zumbido seco y poderoso, de 90 decibelios. Pienso en la prueba de la vaquilla.
Miro al cielo, digo, al techo. De cada una de las puertas abiertas allí arriba, en la segunda planta, el corredor, emerge un tubo de tela teñida con los tres colores de la empresa, blanco, violeta y amarillo. Se aproximan lentamente, acelerándose en la determinación, hasta casi tocar el suelo.
Con un sonido abrupto, ¡Brum! emerge una figura grandiosa de cada uno de los tubos.
Madame bovary exclama:
-¡Drogba!
Un guerrero mítico, vestido de gladiador reciario realiza una reverencia exetemporánea, como si limpiara el polvo del camino por el que llegara su princesa, su dama.
Víctimas del nerviosismo, los aspirantes aplaudimos a rabiar. Rabiar. Qué expresión.
Satisfecha y solícita a las plegarias del público, madame señala hacia el otro cilindro. Una figura agazapada, como las ranas en Tijuana, cubierta por una capa púrpura permanece inmóvil junto al tubo de tela.
-¡Caracartón! Exclamó, con una sonrisa de triunfo adornando su cara. Al menos, ese es el nombre que entendí.
A medida que las figuras se aproximan al centro del cuadrilátero que forman las paredes del gimnasio, los aspirantes nos alejamos un poco más del lugar que ocupamos. Me quedo el último del grupo. Retrocedo, retrocedo, hasta pegar con la espalda en la puerta por la que hemos accedido, que se cierra violentamente, ayudada por la corriente que provocan los cilindros vacíos y conectados a las puertas superiores.
Sobresalto general. Nos fundimos en una demostración de amistad tardía, encuentro ecuménico, pastoral telepática.
-¡Venid hasta aquí!
Si la lentitud de respuesta fuera un parámetro para la selección, lo tendría difícil para ganar. De hecho pasé de ser el último, el protegido del grupo, al primero, el adalid, dan defensor en pañales tamaño misa mayor. Todos, los 9, se han convertido en mis seguidores. Prueba de mi liderazgo, del que soy inconsciente.
-¡Pablo! Acércate, me sonríe bovary, aunque las palabras pertenecen a María. Me vuelvo hacia ella, que se encuentra junto a caracartón.
-¡Este es mi hermano, Pablo! Quatecamoc Orthon, un campeonísimo de lucha libre allá en Oaxaca.
Os examinará de defensa personal a muchos de los aspirantes. Si quieres ser el primero, te enfrentarás a él. Si prefieres postergar el momento, combatirás con el serbio Drogba, amigo de mi hermano.
No puedo moverme. Caracartón tiene la estatura de un misil balístico, la mirada de un Hotentote, los pulgares de un gitano peleón, anillos de castigo en cada uno incluidos y huele a sudor como el vestuario de un submarino al completo.
Siento la llamada de dios.
-¡Pablo! Reconozco la voz. No es dios. Al menos el dios del domingo, el de misa.
-¿Sí?
-La prueba consiste en alcanzar la planta superior gateando por el tubo ¡Atentos los demás, que esto va para todos! Gritó madame.
-Cada uno de los luchadores iniciará la persecución 20 segundos después que vosotros. Si os alcanzan, perdéis, si os arrojan hasta el suelo y asomáis por el intestino de tela, perdéis, si gritáis, perdéis, si caéis desde alguna de las costuras mal terminadas del gusano de tela, perdéis.
Una voz dentro del grupo de mis perseguidores, falsos compañeros del alma, gritó:
-¿Aquí cuando se gana?
-¡Aquí no se gana! Gritó a su vez la bovary. ¡Aquí se proclama… un vencedor!
Necesitaba un estímulo, una señal, un vaso de agua, una mariposa blanca, un polilla de color turbio, el brillo de un talismán, la flor del almendro, algo…
-¡Hijo!
-¿Humn? Esa voz…
-¡Abuela! Pero, tú ¿que haces aquí?
-¡Señora, no moleste!
Me volví hacia el desalmado, panocho, como no, le arreé una patada con todas mis fuerzas en la mano que tenía vendada. Se puso a danzar convocando la lluvia, lloraba, le rodearon los candidatos, aplaudió Drogba, grité ¡Cagón! Y eché a correr tubo arriba, huyendo de caracartón, la madame y las pruebas…
Escuchaba desde abajo:
-¡Sigue!¡Sigue!¡Sigue! Una monserga de animación, tribal, acompasada por la voz solista ¡No te hagas daño, hijo! de mi abuela. Hervía en adrenalina, al fin demostrando la necesidad de mi entrenamiento, los duros años de colegio, colegio y más colegio, hasta los 26, la edad en que todos queremos tener un hijo de esa misma edad, que nos sustituya en los exámenes en las pruebas, que nos ayude a votar correctamente en las elecciones, que nos emule alguna película o algo...
Pero, me acordé. Cerca de la coronación, del triunfo, de alcanzar la soledad que puedes sentir en la cumbre, me acordé: ¡No he besado a la abuela!
Detuve mi carrera, recuperé el resuello y me deslicé por el tobogán hasta el algo que resultó ser la tarima. La aceleración provocó mi propia estampida, escupido por la placenta de tela aterricé a los pies de madame bovary, quien, perdido el equilibrio cual bola de toledo cayó sobre uno de los candidatos. Aplausos alrededor.
-Y tú, ¿que haces aquí? Le dije, mientras la abrazaba y besaba.
-¡Toma! Pues que te han llamado de un trabajo y como no te habías llevado el móvil, pues me he acercado para contártelo, hijo. ¡Mira! Te he traído una sorpresita. Un paquete de Lacasitos. Como te gustan tanto.
Hay días en los que las diferencias entre los humanos se me hacen tan evidentes. Más evidentes. Y este es uno de ellos. El momento. Qué pacer. Digo, placer.
Mientras abrazo a mi abuela, María hace lo propio con su hermano. Detrás de ellos algunos de los candidatos tratan de recuperar a panocho del abrazo de oso al que le somete Drogba. La madame, ente tanto, muy cerca de mi, le pregunta a uno de los candidato africanos: ¿Estudias o trabajas?
Don Serafín aporrea el cronómetro. Se le ha debido estropear.
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Etiquetas: Pablo
11 Comments:
"El calcetín se le engorda a la altura de sus peronés, provocando un efecto enfermizo, unas canillas disímiles que de pronto se embrutecen hasta el tamaño de las de un quarterback o un futbolista."
¡¡¡Que me gusta!!!: peronés :))), la voy a añadir a mi colección de palabrillas preferidas.
Né, yo quiero un lacasito, sip, y no animo a Pablo porque ya se anima él solito..., aunque, me temo que empieza a perder la razón. Eso sí, es un buen nieto: una garantía para cualquier mujer.
Ahora que lo pienso... si lo sé yo, seguro que lo sabe también María (la de la historia :), así que: cuidadín, porque muy moderna ella, y muy mona, pero me parece que es de la especie ésa que una vez que pega el bocado, ya no sueltan la presa.
Un derroche de imaginación. Gracias por el buen rato.
Peor que las hormigas son las orugas procesionarias. Si haces que la primera se encuentre con el culo de la última, se pondrá a seguirla y toda la fila dará vueltas sin moverse del sitio hasta morir de inanición.
Una abuela hace que el mundo sea más amable, más humano.
Pero después de todo lo que ha pasado ¿no dejará ni un triste currículum por si el otro curro sale mal? O_o'
Típico de las abuelas... Cualquiera pasaría de llevar el móvil, pero... una abuela es una abuela :P
Peronés. Suena distinto, sí.
Algún día voy a publicar tus comentarios en otro blog, indah.
El Pablo tiene poco futuro con la nena, me parece, aunque tu información me contradiga.
Creo que le gustan más, más, eso más.
gracias a tí por aguantar el texto.
Telemaco, ya tengo entretenimiento para cuando regresen las orugas en primavera al parque de El Retiro.
Ya empieza a picarme todo el cuerpo...
Gracias por la info. La aprovecharemos, porque todo es bueno para el convento.
Pues sí, Lula, las abuelas son unpoder fáctico. De hecho y a falta de una propia, me voy a comprar un maniquí de madera como los que vendían para los leñadores solitarios, los cazadores, ese tipo de individuos solitarios, en Canadá. Lo vestiré con ropas de mi abu y el hablaré por las tardes.
Gracias
Chousas, aún no tengo, bueno, Pablo tiene, seguro lo del empleo.
Hay diversas opciones por considerar:
La embajada de Bul...
Chófer de ...
El segundo puesto, comercializando...
Bueno, ya lo escribiré, porque están en el horno.
Gracias, callman
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Telémaco tiene razón, las orugas procesionarias son increíbles, es más si van detrás de una pero... bueno, la pobrina tiene un accidente, la que iba detrás rápidamente vuelve a rehacer la fila. Pero, ¿las hay en El Retiro? Yo pensé que eran una especie que solía esconderse (cuando no estaba procesionando :)), por eso de pequeñina las sufrí. Jobar, yo comprendo que se defiendan pero lo de las ortigas no es nada en comparación con sentarse encima de un nido de orugas: ¡es un horror¡
No me pareció ver pinos en El Retiro. No.
Hace años hubo plaga de estas orugas en el jardín de El Retiro.
Pero como no me acerque a una hemeroteca va a ser difícil que te muestre algo que lo confirme, indah.
Y sí hay pinos, 3 o 4. ;-)
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