Pablo: Fasten your seat belts, sisters!
Tienden al miembro de la benemérita en mi lecho, de cúbito supino. Las botas quedan a la altura de mi nariz. Ha pisado más de una bosta, seguro. Y de gran danés. La bosta de Scooby.
El olor es contumaz. Tengo la cabeza girada hacia las botas, su pie derecho casi pegado a mi cara. No puedo girar hacia la izquierda porque al acostarle han atrapado mi mano izquierda debajo de su cuerpo.
La enfermera, mientras le atiende y limpia la sangre de su pómulo, creo, porque por el rabillo del ojo no se puede ver mucho más, pide al personal que abandonen la habitación.
Mi abuela y la pareja del propietario de las botas anestésicas salen de la habitación. Les oigo decir que van a comprar una falda. Seras también se apunta a salir de compras. Salen los tres cogidos del brazo. Que me recuerdan al negativo de este trío.
-Pues voy a fumarme un puro en el hall. Mejor en las escaleras de incendios. Seguro que allí nos juntamos todas las fumadoras.
Mi madre con su Farias. Esos puros gallegos que le mandan de Orense, de la antigua fábrica de tabacos. Algunas prejubiladas siguen haciendo esta labor y vendiéndola de estraperlo. Creo que suben hasta Madrid dos veces al año. Tienen clientes incluso en el parlamento y alrededores, según me contó mamá.
-¡Se me olvidaba! Tienes que hablar con este señor, que te ha llamado varias veces. Toma. Ya te he marcado el número añade, mientras me acerca el móvil. Lo sujeto con la mano libre, la derecha y me lo acerco al oído izquierdo.
-¡Dígame!
En otra situación hubiera colgado, pero en ésta no puedo hacerlo, aunque es lo que más deseo.
-Soy Pablo Eresmi…
-¡Haber empezado por ahí, hijo! Verás, como ya te habrá contado, bien tu madre, bien tu abuela –por cierto, qué señoras más estupendas,- soy Gervasio Blasfemo Malauva. He vivido muchos años en Burgos, hasta que me hice maqueto en la provincia de Álava, cerca de la Rioja.
Luego residí en Bilbao hasta que la gente empezó a mirarme mal porque tenía la costumbre de salír a la calle con un tricornio azul marino que heredé de mi abuelo. Bueno, en realidad lo birlé de su casa cuando andaba de cuerpo presente.
Claro que allí birló hasta su viuda, mi abuela, que se escapó días después con uno de los enterradores. ¡Ya ves! Bueno, volviendo a lo de Bilbao y mi salida precipitada de allí. Que yo no les decía nada porque salieran con boina y un molotov o una pistola en la mano… ¡En fín! A lo que iba.
Mi abuelo heredó unas tierras en Zamora, en la zona vinícola. Y cuando se puso de moda el vino este de la ribera conseguí que el viudo de mi abuela, el enterrador, un hombre de mi edad, me las mal vendiera.
Así que luego las coloqué a muy buen precio a unos bodegueros famosos, porque esos tíos a cualquier cosa que le pongan sus etiquetas, es que la venden. Son conocidos como "el genoma" porque la gente conoce sus marcas desde antes de nacer, casi.
De hecho, una vez, por probar, le puse una de sus etiquetas a una botella de leche fresca y la gente en la taberna: ¡Ponme otro chato, niño!
Y en dos semanas acabamos con los alcohólicos de allí.
Bueno, total, que les vendí las tierras y adquirí, a muy buen precio, eso sí, una parcela en Cabañas de la Sagra. Que te preguntarás con extrañeza por el cambio. De castilla a la mancha.
Pues se debió a que montaron una escuela de enfermería en el pueblo, para cubrir la demanda de la salud francesa, los hospitales y eso, invirtiendo de paso algo de los fondos europeos, porque se notaba mucho si no. Ya me entiendes! Entonces me puse de acuerdo con el alcalde de allí y decidimos hermanarnos con la ciudad de Tolousse.
¡Qué bien que suena, tulússssss! Que la e no se pronuncia en francés. Bueno, sí, se pronuncia, pero no siempre. Son muy suyos estos franceses. Pues conseguimos que la empresa esa, la ead me parece que se llama, la de los aviones airebuses, nos patrocinara junto con el aeropuerto de ¡tulússssss! y construimos uno en mis tierras.
Bueno, en realidad una pista de 400 metros de largo por 6 de ancho. Colocamos una caseta, que llamánbamos la embajada de Bulgaria -ya te diré porqué, ya- y donde construimos un servicio con su bidé y todo y un pequeño ambigú, como la cantina del teatro, que nos llegaron las chocolatinas estas de nestle, las redondas plateadas, incluso antes de inaugurar.
El negocio estaba claro. Porque con tantas enfermeras, que no hablaban francés y que estaban de tan buen ver, tan jóvenes y con un buen par de ¡Ya me entiendes, Pablo! Al menos 7 viajes cada una, ida y vuelta, ¡Ya me contarás!
Y sin competencia. Pues el alcalde y yo consideramos que así las chicas dejaban al novio apaciguado y sin miedo a que un francés tipo delón o uno más moderno como el olivier martinez se las beneficiara. Que ya sabes, hasta lo del francés, eso de la becaria y el presidente viene de allí. Que ¿Cómo lo ibamos a impedir? Pues muy fácil, Pablo.
Porque las chicas saldrían del pueblo al aeropuerto en una guagua propiedad del alcalde y volarían en uno de esos aviones modernos hasta ¡tulússssss! Y de allí al hospital, bueno, a trabajar, ya me entiendes, no como tú, que, por cierto... ¿Qué te ha pasado?
Antes de que pueda contestar, un pitido estridente y agudo me ensordece. Se ha apagado el móvil. Lo suelto sobre la cama, con tan mala fortuna que el pie del guardia, al tratar de incorporarse, lo pisa. Yo no voy a limpiarlo, desde luego que no Me he quedado sordo. Como raja este hombre. Que ha dicho que se llama, se llama... qué zumbido más molesto. ¡Y qué peste!
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