Pablo: Gaviota feliz y retorno al hogar
-¡Taxi, Taxi! Sube hijo. Y ten cuidado. Por los puntos.
-No voy a poder sentarme, mamá. Mejor te vas en el taxi y ya te alcanzaré yo.
-¿Qué vas a venir corriendo detrás? ¡Ay, Pablo, hijo! Qué disgustos me das. Súbete anda. Si este señor tiene un cojín que nos lo preste. Si no, te pones de rodillas sobre el asiento y observas por el parabrisas trasero los coches. Como cuando eras pequeño.
-Señora, que no tengo cojines ni flotadores. Y los pies no me los depositen encima de la tapicería.
-¡Usted qué es, taxista o un almizclero de esos negado para ejercer de taxista!
-¿Almizclero, señora? ¿Qué coño, con perdón, es eso que ha dicho usted? Por que yo soy taxista desde que tengo uso de razón. Hace exactamente 15 años. Mañana los voy a cumplir.
-Que más le valdría liberar esta porqueriza del olor que nos invade a los pobres pasajeros. Parece que ha pasado usted esos 15 años aquí dentro. Con los mismos calcetines además.
-¿A dónde vamos, señora?
-A la calle Tabernas de Alcanfor, en el Pueblo de Vallecas. Vallecas Village.
-Oki señora, oqui.
Una vez que ambos descargaron la verborrea que les ahogaba, pude entrar al vehículo. Me puse de rodillas sobre el asiento y así me mantuve pese a los frenazos, gracias a las correas de los cinturones de seguridad que corren junto al respaldo del asiento. Me agarré con una mano a cada cinturón y domé el vehículo durante todo el trayecto. En un semáforo, los ocupantes del coche de al lado se rieron de mi durante unos segundos.
Les duró poco la alegría. Delante de su vehículo apareció una mujer con mono blanco de una empresa que se llamaba la Gaviota Feliz, Limpieza en Seco. Sostenía con las dos manos un cepo candado para bloquear el acelerador y el volante al mismo tiempo, uno de esos telescópicos, en color rojo.
Lo blandió sobre sus hombros, como para batear y le arreó un golpe seco al faro de la izquierda, el del lado del conductor. Este hacía aspavientos con las manos y vociferaba desde el interior del vehículo. La mujer de la Gaviota Feliz giró sobre sus tacones, dándoles la espalda a los ocupantes del vehículo.
Levantó la herramienta hasta la altura del pecho y volvió a golpear, con un movimiento espejo del anterior, esta vez sobre el faro derecho. El giro, la armonía de los pies, la cintura arqueada como tantas veces he visto hacer a golfistas en la TV, incluso a kevin kostner en una película sobre béisbol, llegó a emocionarme.
-Espléndido, hijo, ha sido espléndido.
-Si, mamá. Una auténtica belleza de golpe.
-¡Esa mujer está chalada! Gritó el taxista almizclero, mientras se oía por la emisora “721 para Vallecas, ¿alguno más cerca?”. Nuestro taxista contestó y le otorgaron la nueva carrera.
La mujer de la Gaviota Feliz se subió a la furgoneta que había delante del vehículo que acababa de destrozar y aceleró, con el semáforo aún en rojo. Se incorporó a la rotonda y desapareció.
Dentro del coche maltratado nadie sonreía. Hablaban a gritos. Una de las ocupantes de las plazas traseras le soltó una bofetada al conductor, que se echó en ese mismo momento en brazos del volante llorando y haciendo pucheros mientras decía “yo no he sido, no es lo que tú piensas”… Lo supe leyendo sus labios.
El taxista arrancó y tomó la Avenida de la Albufera.
-Les voy a dejar un poquito más arriba si no les importa. En Nueva Numancia.
Detuvo el coche donde le pareció. Un autobús nos pitó y al pasar junto al taxista volvió a hacerlo.
-¿Qué le debo? Preguntó mamá.
-14 con 50, señora.
-Le voy a pagar un poquito menos, si no le importa. Y le dio una bolsa de plástico con monedas de 5 céntimos.
-Aquí tiene 12 euros. Puede contarlos si quiere. Pero nosotros nos vamos, porque también tenemos prisa.
Salimos del taxi Mi madre con facilidad. Yo, gateando desde el lado de la calzada hasta la puerta de la derecha la que daba a la acera.
-¿Cuánto le has dado, mamá?
-Nueve euros.
-Mamá, ¿Dónde consigues los céntimos?
-En la tienda de Tina, la de las chucherías. Los chiquillos le pagan con suelto y ella no se atreve a ir a cambiar al banco. Como ya la han atracado dos veces.
-Vamos a hacer una parada en el bar del señor Antonio.
-Buenos días, doña Pepita.
-Hola. Anda, ya está el chaval fuera del hospital.
-Esta mañana le han dado el alta.
-¿Qué queréis tomar?
-Mi hijo una taza de caldo. Y yo un vino tinto y una aceitunas.
-Mamá, que no quiero caldo ahora. Que vamos a llegar a la hora de comer a casa.
-Tú toma lo que quieras, hijo. Pero el caldo también.
-Déme una horchata, doña Pepita. Le pedí a la camarera.
-¡Y no se olvide de caldo!, añadió mi madre.
Salimos del bar, yo con retortijones y mi madre con un mondadientes en la comisura. Nos apresuramos hasta casa. En lugar de abrir la puerta, mi madre prefirió llamar al timbre. Bueno, mi madre lo hace con un ritmo de urgencias asesinas, que provoca taquicardia siempre. Aunque lo conozcas. Porque esa insistencia dingdong nos sobresalta a todos.
Se abrió la puerta.
-Así que ya estás aquí, dijo mi hermana.
-Sí, ya me han dado el alta.
-Ha llegado una carta para ti.
-¿Una carta? Será el contrato. Gervasio dijo que me lo enviaría por correo. ¡Qué bien huele!
-Es que la abuela ha preparado huevos guisados de segundo. Como sabía que venías hoy. Y de primero. ¡Adivina!
-Lentejas. Al aroma del azahar.
-¡Listo! Pero venga, pasa. Te hemos comprado un flotador redondo para que puedas sentarte. Pero tienes que inflarlo tú. Antes me he encontrado a tú abuela desmayada sobre el sofá, con la cabeza escondida en el flotador.
Me ha dicho que se ha mareado cuando intentaba inflarlo. Así que te toca.
Huevo de Pascua
Etiquetas: Pablo
2 Comments:
¿Pues no he pensado que el contrato le venía perfumado? XD
Perfumado viene.
De aceite de oliva.
Ingenio, Chousas, a usted le sobra ingenio, mi querido amigo.
Gracias.
By the way, por cierto: Ahora algunas entradas tendrán "huevo de pascua" sonoro, porque se acerca la navidad, que unida al nuevo año chino a celebrar en enero, el carnaval de febrero con su preparación, la semana de fiestas cristianas... voy a tirar hasta la primavera. Cambindo huevos por galletas de la suerte, sardinas en arenque y ¿cómo llamarles en fiestas cristianas? Brotes... de primavera.
¡Cartas perfumadas!
Eres un romántico, galego.
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