1 de enero de 2006

Pablo: Cuidado con los ojitos.


-Voy un momento al servicio. Disculpa.
Me aventuro por el comedor en el que los camareros de este restaurante terminan de adornar las mesas, con el cansino arrastrar de zapatos que aqueja a quienes trabajan de pie.

El servicio se despierta al entrar, como si alguien hubiera puesto en marcha el mecanismo de una noria de feria, luz, ventilación, desinfectante de urinario, música ambiental. Un lugar en el que residir por una temporada corta.

Entro al salón del trono y ocurren varios fenómenos extraordinarios: la puerta se cierra automáticamente, la tapadera de la taza del retrete gira sobre sí misma, como medida de higiene, la música se acelera –quizás tenga efectos sobre las deposiciones y evite que sean tardías- y uno de los azulejos se retira dejando al descubierto un pequeño aguamanil y una jofaina –detalle para los clientes musulmanes-.

Me bajo los pantalones y vuelvo la cabeza para observar mi trasero en los azulejos metalizados de una de las cenefas. Apenas veo una pera deformada, la de mi culo, sobre el que emerge la cicatriz de la operación como el garabato de un crío a la sanguina.

Al pasar la mano sobre ella, la señal de mi pompis, noto un par de puntos fuera de lugar, como grapas desprendidas de una resma de papel. Tiro de uno de los puntos con determinación, como si el trasero no fuera el mío, pero duele, así que me agacho para buscar un cortaplumas en los bolsillos de mi pantalón.

-¡Ay!

Me clavo el portarrollos en el mismo ojete. Es un cilindro con terminación fálica, un champiñón cromado alrededor del cual gira en libertad un rollo de papel higiénico.

Como he estado en un tris de perder mi virginidad a culo pajarero, reanudo la búsqueda con ardid antiguo. Me agacho girando las rodillas hacia un lado, sin perder de vista el instrumento sodomizador, como tantas veces he visto hacer a mi madre y a otras mujeres que no usan pantalones.

Me refiero al modo de agacharse con falda, no a las mañas para evitar la penetración, porque esas, sinceramente, las desconozco. Encuentro lo que buscaba, desplegando el pequeño alicante con el que recorto los puntos que se habían desprendido. Me subo los pantalones, tiro de la cadena, sin saber porqué y salgo del cuarto. Al llegar a la mesa, María me sonríe mientras mastica parte de la punta de solomillo con cebolla caramelizada que ha pedido.

Al sentarme doy un respingo. He recortado mal los puntos o se han salido todos. Se me clavan como espigas de cañaveral en las piernas. Pero en el …

-¿Nos vamos? Me sugiere, con el último bocado entre los dedos.

-Es que tengo algo de prisa.

-Claro, le digo, sonriendo, mientras saco del bolsillo el fajo de dinero y aprovecho para desplazar mi peso de un cachete a otro, buscando paliar el dolor. Inútilmente. Desde la mesa contigua a la nuestra una señora me observa con una mezcla de recelo y repugnancia. Debe pensar que estoy jugando con un palomino que se me ha escapado. Mejor evito las explicaciones y soporto la detracción que tan bien expresa con su mirada de Serrano.

-¡Camarero, por favor! Mientras dibujo el gesto de escribir en el aire.

-Son 74 con 20, señor.

No sé qué hemos comido, pero creo que se han equivocado. Miro por encima la nota.
  • Dos cerv espec, 9 euros;
  • un solom caramel, 9 euros,
  • servicio mesa, 22 euros,
  • imp. no incl…
Qué mala costumbre es no mirar la lista de precios en la puerta, como hacen muchos extranjeros.

Al desplegar el fajo de billetes sólo encuentro papeles de color salmón. El primero es uno de 50€. Los demás, recortes de prensa económica.

-María, ¿Tienes dinero?

-¿Cuánto necesitas? Con una sonrisa que restaña el dolor provocado por el engaño que acabo de descubrir, sumado a los puntos-ortiga.

-Veinticinco euros.

-Alcánzame el bolso, está en el respaldo de tu silla.

Pagamos y salimos del local; yo con la esperanza de no volver y ella con la sonrisa satisfecha de la necesidad aplacada y un mondadientes en la comisura.

En la misma puerta, un american stanford se lanza contra mi y me muerde las gónadas, mientras me arrastra hacia la puerta trasera de una furgoneta de color negro, aparcada delante del local que acabamos de abandonar.

Dos hombres sujetan a María de los brazos y la obligan a subir por la puerta del acompañante. El perro da un salto y yo le emulo para no perder los testículos en la pugna, golpeándome con el techo de la furgoneta y cayendo dentro de ella, en la zona de carga. El can suelta mis pelotas y alguien le palmea el lomo mientras le grita:

-Bien hecho, Bollocks, buen perrito.

Así que el perro se llama cojones. Desde mi posición veo algunos pares de pies cerca de mi cara y la quijada de Bollocks junto a mi carrillo derecho. Sus babas me chorrean desde el ojo, que me veo obligado a cerrar, hasta la mejilla. Su aliento apesta a queso roquefort y ajo. ¿De qué se alimentará?

-¡Levanta Pablo, joder! Quien habla es el peruano.

-Si no sujetas a la bestia no me muevo de aquí.

-No te asustes Pablo. Es que es imposible aparcar aquí, por la zona azul y el carril bus, la multa puede llegar a los 4.500 euros. Así que hemos preferido emplear el método Bollocks. Podemos salir de esta zona de riesgo en estampida y practicamos el secuestro de mi papá.

Me ayudan a levantarme y a sentarme.

-Estoy desolado Pablo. Esas tías me la han jugado.

-¿De qué estás hablando?

-Que hemos hecho la prueba del alveolo de nitroglicerina y esos espermatozoides son de algún maula occidental, porque ni rastro de un espermatozoide tipo AB. Todos se han pegado al interior del paraguas. Es increíble lo que me han hecho esas desgraciadas.

-No entiendo nada.

-Juárez, un amigo de tu cuñado, ha hecho la prueba ahora mismo. Ha colocado encima del semen un paragüitas de los que se usan en coctelería, ha explosionado la nitro con una mecha de petardo valenciano y la respuesta de los cabeza-cola ha sido lamentable, la que tendría un miserable agricultor. Todos pegados en el mismo sitio.

-Si los habéis reventado, ¿qué más da cómo reaccionen?

-¿Eres memo? Si papá es japo y grupo sanguíneo AB, como sé por parte de mamá, sus bichitos, ante la nitro se habrían apostado en las varillas de la sombrilla. Eso dice la instrucción de la prueba. Los tipo 0 se expondrán frente a la agresión, como un cazador antiguo; los tipo A se arremolinan sin separarse, como malditos granjeros; los AB, se esparcen para sobrevivir, como los nómadas-recolectores. Y estos… Estos se han quedado dispuestos a plantar nabos en el fondo de la sombrilla. Además, que muchos de ellos se han puesto a llorar. Tienen menos movilidad que los supervivientes de una fiesta de absenta.

-Pero, ¿Cómo sabéis todo eso?

-El Juárez, que ha estudiado biología durante el bachillerato. Está puesto en estos temas. Además, que lo han publicado en una revista de divulgación. Pero mira tú por el microscopio y así te convences.

Miré y lo que vi no me gustó, tratándose de mi propio material genético. Pegotes de esa sustancia languidecían entre los restos chamuscados de la sombrilla de papel rojo, como gelatina derretida.

Se me ocurrió preguntarle cómo se conducirían los espermatozoides de un marinero, porque mi padre lo era. Pero me contuve. Me habrían descubierto al final.

-Bueno, cambiando de tema. Me tienes que pagar el smoking y devolverme el dinero.

-Sólo me has dado 50 euros. El resto eran recortes de prensa.

-Pues eso. Me devuelves 750 y estamos en paz. Y el smoking, ya te lo estás quitando, que he de entregárselo al colega que me lo ha prestado antes de las 5 de esta tarde.

Me quité el smoking y se lo entregué.

-¿Tienes algo que me pueda poner?

-Venga sal del carro ya, Pablo. Si te hemos traído hasta la puerta de tu casa. Ya tendrás noticias.

Me bajé de la furgoneta cuando el chucho, soltando un ¡grrrrr! decidió ordenármelo.

Salí corriendo hasta el portal y llamé al timbre.

-¿Quién es?

-Soy yo, abuela. ¿Me abres?

-Claro. Pero, ¿Por qué no compras el pan primero, antes de que se termine?

-Luego, abuela, luego.

Se abrió la puerta. La vecina del tercero A, doña Ventura, me observó de arriba abajo, antes de espetarme:

-Por esto es por lo que no quería que mi Pablo se arrejuntara contigo. ¡Por esto!

Seguí su dedo y me di cuenta. Los calzoncillos no los llevaba puestos. Con los nervios que me provocaba la presencia del perro americano, se los había entregado al peruano, junto con el esmoquin. Subí los escalones tan deprisa como pude, procurando no cruzarme con nadie. Pero fue inútil. La escalera estaba más transitada que nunca.

-Los del tercero B están haciendo mudanza. Así que no tendremos libre el ascensor hasta las 7 de la tarde, me dijo doña Elvira, la del segundo, con una amplia sonrisa.

-¡Será mamonazo! Añadió el portero, mientras recogía virutas y trocitos de embalaje en el rellano del tercero.

-¿Quieres pasar?
-Ahora, no, gracias, le dije a Pablo, el del tercero A. Por eso yo no quería juntarme con él. Pero nunca se lo confesé a su madre, que además piensa que yo soy lo que es su hijo.

Cuarta planta. Salvado. Otra vez desnudo delante de mi abuela. Ni Edipo insistiría tanto.

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2 Comments:

Anonymous Anónimo said...

Jajajaj... ole, ese estilo, ese ojete...esos puntos en mal sitio..
Que hiper-mega post humorístico ;)

Saludoss

11:24 p. m.  
Blogger Thalasos said...

Sólo ha faltado explicar lo de los tipos de sangre con más acierto, la verdad.
A pulir el estilo toca. Me alegro arrancar sonrisas en enero. Buen comienzo de año es ese.
Un beso Medea.

8:23 a. m.  

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