Pablo:
Entre de espaldas, como si temiera…
-Que herida más fea tienes en ese culito. ¿Quieres que te la cure?
-Déjalo abuela. Gracias de todas maneras. Si no duele. Balbucí las expresiones con asco. No temblaba pero mis palabras tenían el tremolar de la duda, la tartamudez profunda del temor.
-¿Quieres comer algo?
-No, gracias. Subo a mi habitación a vestirme. Luego me tomaré un gazpacho caliente.
Algunas personas se sorprende cuando les descubro mi pasión por el gazpacho bien caliente y con azúcar. Todo un descubrimiento. Cuando una tarde en que me quedé a solas con Tania, la vecinita del quinto, me pidió que le hiciera una sopa de tomate. Busqué una receta, pero en el refrigerador no había suficientes frutos rojos, así que me decidí por añadir los productos de la huerta que fui encontrando.
Los troceé, después de haberlos lavado bajo el grifo del fregadero, los trituré en un vaso batidor. La receta de la sopa de tomate incluía demasiados ingredientes: tomates Roma, cebolla, crema o nata, sal, pimienta, albahaca fresca, ralladura de naranja o de limón… Resolví las ausencias de producto con pepino, ajo, puerro y apio. Sal, limón, pimienta, aceite, pan duro mojado… Lo cocí todo durante una hora. Mientras se hacía la sopa, Tania se dedicó a encelarme. Lo hacía sistemáticamente cuando aparecía por casa. Siempre para estudiar.
-Ayúdame con el álgebra, por fa…
Jamás terminamos un problema. Cruzaba y descruzaba las piernas, dibujando una semicircunferencia; subía sus faldas hasta el extremo externo del muslo, rozaba mi entrepierna con sus uñas, arañaba el interior de mis muslos, se colocaba el sujetador, se ponía de pie, contoneando su trasero delante de mi nariz. Pero nunca llegamos a hacer algo: ni besos, ni caricias. Salvo el día de la sopa.
-Si se entera el Toño, me mata. Y a ti, te da una paliza que no sales jamás de los jamases del hospital en el que te ingresen.
-Ya podías hacerme algo. Así tendría motivo tu Toño.
-Si quieres te las enseño y tu te haces mientras una… Si me la enseñas te las enseño.
Juegos casi infantiles. Mientras andábamos en esas el olor de la sopa se iba adueñando de la estancia, la salita en la que estábamos y donde residían habitualmente la abuela y su radio de lámparas o válvulas.
Me guardé el instrumento antes de terminar, me acerqué a la cocina, serví dos tazones de sopa y volví a la sala. Aquel día fue distinto. Mientras yo sujetaba los dos tazones, cada uno con una mano, ella me trabajo a conciencia. Un trabajo manual de primera. La sopa dejó de humear. Los dejé sobre la mesa, me subí la cremallera y al acompañé al cuarto de baño. Allí nos lavamos las manos, el uno al otro. Fue muy excitante.
Nunca más volvió a casa. Desapareció. Cuando nos cruzábamos en el ascensor ni me saludaba. A medida que fue creciendo perdió parte de la belleza que nos había cautivado a todos durante años a los vecinos de la escalera. Sus 17 frente a nuestros 13 o 14, eran insultantes. El tiempo le bajó los humos a su fisiología y la exacerbación hormonal a nuestra masculinidad.
Desde entonces, gazpacho caliente. Un homenaje a la Tani y su talento para hacernos despertar a la generosidad sexual y compartida. Ahora ya no lo hiervo. Caliento el gazpacho en crudo. Así no desaprovecho las vitaminas de las hortalizas y vegetales.
Terminé de vestirme y bajé hasta la cocina. Mi abuela estaba preparándose un ponche a base de huevo, vino dulce y canela.
-Perdona, abuela, tengo que pasar.
-Claro, pasa hijo, pasa. ¿Te preparo algo?
-Ya lo hago yo, abu, gracias.
-No sé como te puedes tomar eso caliente. ¿No te dan arcadas?
-Cuando se queda frío, sí. Me gusta bien caliente, ya lo sabes.
Sonó el teléfono.
-Ya voy yo, abuela. Cuídame el fuego, que no hierva y se salga todo.
-¿Si?
-Hola, pregunto por Pablo Eresmin…
-Sí, soy yo.
-Es que verá, nos ha llegado su currículo y nos gustaría contratarle.
-¿Así, sin más?
-Sí, porque es usted una de las pocas personas del este de Europa que nos ha escrito y que habla inglés y español. Además que es universitario. Queremos que venga a vernos esta misma tarde, si es posible.
-Naturalmente. ¿Dónde están ustedes? Y ¿por quién pregunto?
-Somos la tienda de todo a un euro que hay debajo de su casa. El CV nos lo ha traído su abuela, creo que dijo ser. Como teníamos un cartel en el escaparte. Así que baja cuando puedas y preguntas por Juan.
-¿Juan qué más?
-En realidad me llamo Xuan Gai Shang, pero aquí me llaman Juan el chino. Así que Juan será suficiente.
-Voy a almorzar y bajo en media hora.
-¡Ta luego!
-¿Te sirvo la sopa?
-¡Gracias abuela! Me acerqué a la cocina, de la que ya salía mi abu con ese andar cansino y un tazón de gazpacho hirviendo.
-Me han llamado de la tienda de los chinos. ¿Cómo se te ocurrió entregar mi currículo?
-¿Yo? Jamás te enviaría a trabajar a un sitio como ese, hijo. Yo no he sido.
-Pues me ha dicho un tal Huan que tú se lo habías entregado.
-Te repito que yo no he sido. Y ya sabes que sólo tengo una palabra.
-¿Y quién habrá podido ser? ¿Quién tendrá mi CV, aparte de los que ya he enviado.
Se abrió la puerta de la calle y entró mi madre.
-Hola Pablito, hijo. ¿Has terminado el banquete?
-Hace ya un buen rato, mamá. De pronto se me ocurrió preguntarle.
-¿Tienes tú algo que ver con el hecho de que me hayan telefoneado de la tienda de los chinos, mamá?
-La Tania ha hecho bien su trabajo.
-¿Tania?
-Sí, ha entregado tu currículo en todas las tiendas del barrio. Como necesita dinero para sacar adelante a los trillizos, porque ya sabes que su pareja falleció durante el parto. Vamos que le dio un infarto al comprobar como iban saliendo de uno en uno del vientre de la madre. ¡Qué desgracia más grande, pobre hija!
Ya me acordaba. Pero Tania, aunque hubiera perdido gran parte de esa belleza helénica de la adolescencia, no podía haber envejecido tanto. Mi madre, como leyendo mi pensamiento, me sacó de dudas.
-La madre de Tania es en realidad quien los ha repartido.
Ahora ya podía entenderlo. Esa señora, Matilde, tenía un par de verrugas en la barbilla, densamente poblada, y un bigote que para mi hubiera querido a los 13 años, en lugar de ese bozo que cubría mi labio superior como un desfile de hormigas.
Aparentaba más edad de la que debía tener, fruto de esa costumbre de vestir de negro y cubrir sus faldas con un mandil de pescadero, a franjas verdinegras, y su cabeza con una pañoleta, también negra.
Su marido había desaparecido hacía 15 años o más y le habían declarado fallecido. Una vez bajó a casa con un radio cassette para que escucháramos el certificado de defunción que habían emitido por la radio. Todas las mañanas se ponía la grabación en un enorme equipo de música, con la Marcha Fúnebre de Chopin de fondo.
Luego –siempre según su propia declaración o confesión- rezaba tres Credos y dos Avemaría, antes de desayunar unas buenas migas con sardina arenque y uvas, que era lo que más le gustaba a su difunto.
Las malas lenguas afirmaban que su difunto vivía en Villajoyosa, con una alemana millonaria que había conocido durante los años en que trabajó en la limpieza de una cadena de sexshops. También contaban que era un hombre tremendo, que se gastaba una pistola de actor porno de primera y que por eso la alemana se lo robó a la señora Matilde. Pero nadie lo demostró y al final el juez decretó su defunción… por la radio.
Al terminar con la sopa bajé a la tienda del chino, bueno, de Huan. ¿Juan, Xuan, Joan? Bueno, habría tiempo de aprenderlo. En el ascensor, al abrir la puerta me topé con Tania y sus trillizos. Como habían cambiado. Los trillizos. Dos de ellos iban completamente rapados. El tercero llevaba la mitad de la cabeza rapada y la otra mitad con una melena en tono azul hasta la cintura. Tania sonrió. Yo eructé. El ajo del gazpacho, claro.
Etiquetas: Pablo
6 Comments:
Vaya tela con el tal Pablo... que cosas le pasan. Yo me pregunto dos cosas:
1. por qué a la gente le gusta tanto el gaspacho?
2.este personaje ficticio tuyo, tiene mucho o poco que ver contigo?
;) dudas existenciales que la asaltan a una...
1. Supongo que nos gusta porque en verano necesitamos líquido y a falta de refrescos de zarzaparrilla, a los niños -y a los no tan niños- les hidrataban con el mejunje en los tiempos del cólera. Así que pasó a formar parte de nuestro código-dieta.
La explicación que más me gusta es: Porque se trata de la mejor antisopa que uno pueda tomar: Como un postre, pero encima al inicio de la comida y fría -bueno, Pablo caliente.
2. En la medida en que lo escribo y tiro de lo que tengo en la cabeza para inventar sus situaciones.
¿Qué tiene de mi? No lo había pensado con detalle, la verdad.
Sobre todo, porque cada post lo invento poco antes de escribirlo, poniéndome en el pellejo del personaje, pero no en el mío. Aunque algo se le pegará. Lo pensaré y te daré una respuesta más sólida. Un beso.
Noname, por mis arrugas que el nombre de la señora me salió de carrerilla.
Bonito, ¿eh?
Alguna vez he comido ese plato. Recuerdo que lo hizo Adela -una mujer de...no se de dónde es, la verdad- en verano, allí en Alicante.
Y acabamos sudando y compartiendo abanico "todas las familias". Contundente el plato.
Muchas gracias por el piropo hacia el cuento o blognovela como lo llaman ahora.
Besos
¿Qué habrá que hacer para tener una vecina así? ¡Jo!
Ejemmm (recobremos la compostura...)
Lo de pablo va camino de convertirse en una saga mítica... Quizá lo imprima todo junto y lo lea del tirón, a ver qué tal suena.
Esperaré tu respuesta Thalas...
Si chous, no es mala idea, la verdad es que si lo imprimes todo junto te da para un libro.. Luego lo vendemos entre los dos sin que thalas se entere, y nos forramos a su costa...
Así que, Medea, te vas a enriquecer a mi costa. Y luego entre Chousas y tú montais una clínica veterinaria con tratamiento psicológico para hormigas reina. O para reinas directamente, de cualquier especie.
Y os volveis a forrar.
No es mala idea.
Aunque yo em todo eso ¿Qué pinto?
¡Ah!, que siga con la historia de Pablo que aún está un poco verde para publicar. Y si no hay pasta, se cae todo el cuento.
Po fale.
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