2 de julio de 2006

Pablo: Demasiado corazón.


La bandeja del almuerzo incluía una fuente diminuta de lo que parecían ser crustáceos pero de tierra -unos escorpiones y grillos de color gamba, coronados por un insecto palo más grande- en salsa de arándanos, bolitas de queso a la malvasía -«uvas y queso saben a beso», decía mi hermana al sentarse a la mesa cuando estaba enamorada-, areniscas del golfo en ensalada, pan de dátiles, caviar beluga y guisantes europeos.

Todo el menú se detallaba en una tablilla de barro, grabada en varios idiomas. Mi compañero de viaje utilizaba los cubiertos de tamaños diversos con extraordinaria habilidad. Yo le seguía en los movimientos. Terminamos al mismo tiempo y nos retiraron las bandejas. Él se puso de pie y se dirigió al bar central que dominaba esta parte de la aeronave. Me hizo una seña para que le siguiera.

-Tomaré un Gin Fizz ligero de seltz y con poca espuma. A mi compañero sírvale un zumo de bergamota licuada con esencia erdbeere o fresa y angostura helada.

Me senté en uno de los sillones, junto al ciego.

-¿Es su primer viaje a los emiratos, Pablo?

-Así es señor. De hecho se trata de mi primer vuelo.

-¡Ah! ¿Y puedo saber el motivo?

-Viaje de trabajo, señor. Un encargo de mi jefe.

-Inspira usted mucha confianza. Al menos a sus jefes, ¿No es así, Pablo? Yo, en cambio, soy mi propio dueño. Trabajo como técnico independiente, contratado por diversos gobiernos, según las circunstancias.

-Y puedo preguntarle a qué se dedica, señor.

-Soy técnico en aromas. Un catador de olores. ¿Ha leido la novela El Perfume, de Sueskind? Pues, sin dedicarme extrictamente a lo mismo, mis habilidades son similares a las del protagonista.

-No la he leído, señor. Pero se que hay personas que catan vino, incluso aceite. Y que pueden averiguar la cosecha, la procedencia, la graduación. Es una profesión muy intrigante.

-¿Intrigante? Defínase, Pablo.

-Bueno, lo que quiero expresar es que yo, por ejemplo, no distingo un vaso de leche fresca de uno que contenga leche en polvo disuelta en agua; ni tan siquiera lo consigo con la leche agria o cortada. Todas me saben a leche. Por eso que una persona pueda conocer tantos detalles sobre productos que a primera vista y sabor son idénticos para mi, me intriga. Como si se tratara de una especialidad de magia, un truco incomprensible y maravilloso.

-Eso es muy fácil. Basta con ensayar. A lo que yo me dedico hoy día es , digamoslo así, a catar, pero no productos. Esto ya lo hice en mi juventud. Ahora me contratan para hacer lo mismo con personas.

-¿Con personas? No lo entiendo.

-Pablo, no sea ingenuo. Mi profesión actual consiste en identificar la procedencia de las personas. Muchos países mantienen cuotas para la emigración. Como ya sabrá.

-Pues no tenía idea. Sé que no se puede viajar sin autorización o visado a USA ni a otros lugares de la tierra, pero no había oído hablar de cuotas.

-Muchos países limitan la entrada de los naturales de otros cuando se alcanza cierto número, con el objetivo de que las minorías jamás puedan llegar a dominar. Por ejemplo, en USA se limita la entrada de los originales de ciertos países cuando la han superado. Usted, como es español, por ejemplo, no tendría problemas en emigrar allá por un período de hasta 10 años. Hay pocos españoles en ese territorio. En el caso del gobierno de Dubai, han iniciado la misma política respecto de las mujeres de países africanos y europeos. Dubai tiene zonas donde la población de hombres duplica a la de mujeres, por lo que el gobierno es muy generoso en su politica de emigración. Pero en la actualidad hay demasiadas mujeres ugandesas y muy pocas etíopes, por ejemplo. Tampoco abundan las de origen ruso, aunque sí las ucranianas. Así que su gobierno me ha contratado para que les ayude a identificarlas.

-¿Y usted puede distinguirlas?

-¡Naturalmente! No necesito verlas, me basta con su aroma. Son completamente distintas. A veces a la hora de los aromas, me cuesta más diferenciar a una rusa blanca de una etíope de Awasa, una región del sur, muy turística, donde existen profundas raíces blancas, si me permite la expresión. Pero con respecto de una mujer ugandesa, no existe la menor posibilidad de error.

-¿Y cómo lo hace, señor? ¿Cómo las huele?

-Primero les pregunto de dónde son. Si me lo dicen abiertamente, mi trabajo se acabó en ese momento. De lo contrario, giro alrededor de ellas y recojo muestras de su sudor, sus fluidos nasales, cerumen de los oídos, saliva, en fin, de esas cosas, en recipientes especiales que cierro herméticamente delante de ellas. Normalmente, antes de recoger la última muestra confiesan su origen.

-¿Y si no lo hacen?

-Casi nunca sucede. Prácticamente el mundo entero ha visto alguna película de detectives, alguna noticia donde el análisis genético del ADN se impone como procedimiento de identificación. Piensan que les voy a someter a uno de ellos, que han sido descubiertas, así que prefieren confesar su origen antes de que lo haga yo. Y si alguna vez no lo hacen, entonces las huelo directamente y tomo mi decisión. Pero este método es más arriesgado cuando hay mujeres rusas que cuando sólo hay ugandesas y etíopes.

-¿Y porqué señor?

-Porque a las etíopes les encanta perfumarse tal y como lo hacen las rusas. Debe ser una tradición adquirida en la época de la Guerra Fría. Cuando sólo les ayudaba la Union Soviética y Cuba, porque tenían un gobierno marxista. En ese caso me equivoco fácilmente. Todas ellas huelen a Krasnaya Moskva, Moscú Roja.

-Podría tocarles el pelo.

-¿Qué?

-Que tendrán el pelo muy diferente, señor. Así, ensortijado y fosco unas, lacio y liso otras.

-¡Qué buena idea, Pablo, excelente! Lástima que en calidad de experto en aromas no pueda utilizar las manos durante los análisis, porque perdería mi licencia, incluso podrían denunciarme los que dispongan de carnet de manipuladores, por intrusismo. Aunque quizás pudiera discernir las características organolépticas del pelo de ambas razas saboreándolo un poquito. Bueno, salvo cuando se lo hayan teñido. Lo estudiaré. Muchas gracias por la sugerencia. Ahora, si me permite, voy a dormitar un poco.

Y empezó a roncar.

Di una vuelta por esta zona del avión. Detrás de una mampara de cristal azulado se abría un espacio circular con varias tiendas, todas decoradas en maderas oscuras, mostrando dulces, bebidas, juguetes, relojes, ropa. Un pequeño centro comercial dentro de un avión. En una de las tiendas el niño a quien le había cambiado el asiento jugaba con una muñeca idéntica a las que se fabricaban en el taller de Xuan. Me acerqué y observé que el juguete tenía dispuesta la pequeña cuerda de algodón en la espalda, en lugar de entre las piernas, como en las originales. Aunque no dudaba que estas lo fueran. El niño tiró del bramante y dijo:

-Está rota. No hace nada.

-Déjame que te ayude.

Tiré de la cuerda y efectivamente nada ocurrió. Le di vueltas a la muñeca para descubrir el mecanismo. No se veía ninguno. Estaban terminadas como las que hacíamos en el taller, pero sin sorpresas. Un auténtico enigma.

La madre del niño apareció justo mientras curioseaba entre sus piernas.

-¿Enseñándole sexualidad a mi hijo? Pues no se moleste, porque en el colegio les dan clases. ¡Asqueroso!

Me puse colorado, balbucí un «solo estaba buscando el regalo», mientras ella, con gesto enojado, tiraba del niño escaleras abajo.
«Señoras y señores, en unos momentos aterrizaremos en el aeropuerto internacional de Dubai.»
Acudí a mi asiento y me abroché el cinturón, en el momento que el avión iniciaba el descenso. Por la ventana pude ver que estaba lloviendo. Y yo que pensaba que esto sería un desierto.

Mi compañero de asiento se aproximó ayudado por una persona de la tripulación. Tomó asiento, se abrochó el cinturón y exhaló un suspiro de satisfacción.

-No hay nada tan extraordinario como el aroma de una verdadera etíope de Awala. Una sabia combinación de naturaleza y distinción. Una raza que exuda perfección, una combinación de genes insuperable. Claro que a usted, Pablo, toda esta verborrea le sobra, porque ha disfrutado del privilegio de observarla. Cómo le envidio en estos momentos, señor mío.

-¿Se refiere a la azafata, señor?

-¡Naturalmente!

-Es blanca, señor. Blanca y rubia.

-¡El perfume! Me ha vuelto a confundir el perfume. Si algún día se decide por cambiar de profesión, Pablo, quizás pudiéramos llegar a un acuerdo de colaboración. Entre tanto, procuraré utilizar su método cuando tenga que asegurar el diagnóstico. Aunque el pelo en las papilas gustativas me provocará, indudablemente, arcadas, ese fenómeno incontrolado, fruto de la musculatura interna de nuestro organismo. Una vez conocí a un fakir que sí tenía condiciones para controlar esos movimientos espamósdicos que tan...

Un fuerte impacto contra algo, el suelo, quizás, nos sacó inmediatamente de la conversación. Del techo saltaron una bolsas, unas mascarillas de oxígeno. La gente gritaba en muchos idiomas distintos, cayeron equipajes sobre los asientos. Las botellas del bar se hicieron añicos al chocar unas contra otras. Muchas luces de emergencia comenzaron a parpadear y un sonido ululante, una sirena amortiguada, inundó la cabina.

-"Permanezcan en sus asientos, por favor. Todo ha pasado ya. Una rueda ha explotado. Pero no existe peligro alguno. ¡Ay! Sigue tú, por favor, que tengo ganas de llorar."

-"Señoras y señores pasajeros, mantengan la calma, por favor. Un fortuito contratiempo ha provocado este accidente. Pero hemos tomado tierra, así que en apenas quince minutos serán desembarcados por las puertas de emergencia. Les pido tranquilidad. En unos minutos, repito, se encontrarán en la terminal del aeropuerto. Muchas gracias por volar con... Confiamos en verles de nuevo a bordo".

Por la ventanilla pude ver al niño y a su madre deslizándose por una rampa hinchable, de color amarillo. Detrás de las dos figuras, otras muchas se precipitaban por el tobogán de seguridad. Mi compañero de viaje se había desmayado. Intenté colocarle la máscara de oxígeno, pero al notar el contacto de mis manos, me soltó un sopapo.

-¡Qué hace usted, oiga! ¡No me toque! ¿Dónde estoy?

-Tranquilícese, señor. Ya hemos aterrizado.

-¡Ah! Eres tú, Pablo. ¿Vas a permitir que te tutee a partir de ahora? Somos dos supervivientes. ¿Se ha salvado alguien más?

-Todo el mundo, creo. Ahoran están evacuando por unas rampas a las personas del piso inferior.

-Pues deberían encargarse de nosotros, que por algo viajamos en clase preferente.

Desde el suelo de la pista el niño me saludaba. Su madre me hizo dos cortes de mangas, mientras escupía al aire. El torbellino de los motores aún encendidos hizo que la flema se estrellara contra su pelo. Una azafata se acercó a nosotros.

-Ya pueden desembarcar. Les ayudaré a llegar hasta las escaleras y luego hasta las rampas de salida.

-Esta mujer tiene el aroma de las estaciones de metro de Moscú, el Armitage, las canciones y la tristeza que embarga a toda la Rusia blanca desde sus orígenes. Maravilloso país, expléndida la belleza de sus mujeres.

Era negra, del color del azabache, con un enorme tocado sobre su pelo, un traje multicolor y algo de sobrepeso. Una auténtica representante del pueblo nigeriano. Yo también quería salir de la aeronave.

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