15 de febrero de 2006

Pablo: Decoupage y melancolía


El calor me irritaba la nariz.

Tal vez no se tratara de la temperatura, sino del hedor a cuadra que me inundaba las pituitarias. Ahora mismo sentía cierta confusión al pensar sobre ellas.
Era incapaz de pronosticar si se trataba de la pituitaria roja o de la amarilla.

Gracias a la discriminación entre sus funciones, había obtenido muy buena nota en un examen de ciencias naturales, pero tampoco recordaba en qué año sucedió. Finales de Secundaria y principios de bachillerato se mezclaban en mis hemisferios. Bueno, en mi hemisferio derecho, en donde la zona de…

Una escoba tupida y húmeda me dejo sin respiración. Recorrió mi rostro, desde la barbilla, el hoyuelo, hasta las legañas.

El hedor de la escoba me transportó al lugar de las sombras, las escombras, como llamábamos de pequeños, mis amigos y yo, a la cuadra del señor Matías, el vecino de la tía Clarisa –que no era mi tía, sino la vecina de Tomás, el marido de una amiga de mamá, una casa en la que veraneábamos de pequeños.

Una mujer rotunda, derrochona de jabón y latones, zarcillos, pulseras y esclavinas de tobillo, abalorios color rubí y madreselva, abéñula verde, desde los párpados hasta las pestañas y pinceladas a brochazo, de carmín.

Barahúnda de feminidad. Ruido en el rostro.

Pese a la imaginación, al trabajo extra que la zona visual de mi cerebro, en conjunción con mi sistema límbico realizaban, su fruto no aplacaba la extrema sensación de asco.

La misma que había sentido aquella jornada en la que, siendo niño, apuramos en la recogida de “cigalas mordedoras de tierra”, enorme apelativo con que se referían a los espárragos en casa de la tía.

Al finalizar la jornada y tras lavarnos en unos bacines de porcelana metálica, los pequeños y en una alcuza reciclada los mayores, invitó a todos a merendar y cenar –aunque no sucediera ni lo uno ni lo otro- en sus dominios, una construcción en bloque de granito, a tres alturas, siendo la planta baja el refugio de las bestias, como llamaba la tía a los cerdos.

En su fealdad cultivaba el atractivo del olor a jabón “me lo hago traer de Francia”, solía decir y el tono verde en los párpados que enmarcaban sus grandes ojos, como una promesa technicolor, secretos que habrían disfrutado y que a 20 centímetros podían mostrarse a un niño… hasta que entramos en la casa y nos anegó el olor a purines, junto al sonido del agua hirviendo y las tostadas en el electrodoméstico de diseño.

Mancia, la señora que cuidaba de la casa, con cara de pocos amigos y vestida de doncella de película, cofia y delantal blancos, bordados en azul, ejercía labores de contramaestre de campo, capataz o cómo se denominara a una señora dominanta en aquellos tiempos de mi niñez.

¡Ah! El olor a cuadra…

-Parece que ya está bien. Respira menos agitado. Y además tiene una erección. ¡Seguro! No, me refería a que ya está bien. ¡Tú que crees, María! No combatiremos por el pequeñín, mi cielo. ¡Aunque visto así, yo si me lo haría! Después de la experiencia de mi tercer marido, el chico sería para mi pan de coco al amanecer. ¡Qué bochinche estoy armando! Ayúdame a empujar a don Tristán el Amargado de acá. Pues que este toro es lo que parece, mismamente, Don Tristán. Por los ojos melancólicos.

El olor remitió, la escoba se apartó de mi rostro. Abrí un ojo. María, Magda y un par de orientales faenaban con el buey toro o lo que fuere aquel ejemplar, alejándolo unos centímetros de mi testuz. Un lametón me obligó a cerrar el ojo entreabierto, mientras pensaba que mis pocas espinillas habrían desaparecido para siempre, junto con los millones de escamas de piel con las que se estaba alimentando el animal.

Recordé lo que me había pasado, el intercambio que había protagonizado con el pez globo. Y estuve cerca de dormirme de nuevo. Con un esfuerzo abrí los dos ojos. Vi una botella de suero o algo parecido, unas gomas transparentes que desaparecían bajo la manta que me cubría -¡Qué calor!- y el espacio que ocupaba en la vivienda del toro. Apenas un rincón, bajo unas tablas que hacían la función de baldas, de las que sobresalían unas cuerdas, como las que suelen ayudar a rematar los embutidos.

Junto a las tablas que sustentaban las baldas, unos barriles de cerveza, una caldera de latón, similar a las estufas de chimenea y un acuario enorme con peces globo. Me sobresalté.

-Estás bien, ¿veldad?

La hermana de Xuan, con su cara pegada a la mía, parecía preocupada.

-Bien, yo estoy mejol, digo, mejor. Bueno, bien.

-El veneno de pez fugu es casi siemple moltal. Xuan te ha ayudado mucho.

-¿Xuan? Me ha curado él?

-Bueno, ha venido un médico, dos, tles médicos y una ¿azafata? Tles mujeles que elan médicos y un noble fuelte que te tlajo en sus blazos hasta el salón.

-¿Noble? ¿Qué quieres decir?

-Parece que ya estás bien, ¿eh? María cayó sobre mis piernas, rozó mi erección y se fue acercando hasta mi rostro, compitiendo por el espacio con la hermana de Xuan, con…no recuerdo su nombre. Quizás no era eso lo que ocurría, porque en mi intento por mantenerlas dentro de mi campo de visión, cada ojo se dedicó a una de ellas, provocándome ambliopía y deseos de cerrarlos otra vez, para evitar que se fundieran en una, dos disímiles de cómo en verdad eran.

-Hoy dormirás aquí, no puedes moverte. El veneno aún puede estar en el cuerpo.

-Pero Juanita –recordé su falso nombre- dice que Xuan me ha curado.

-Sí, amor, Xuan ha hecho lo que sabía. Preparar el futo o comoquiera que se llame, extraer el veneno de tu brazo con el mismo cuchillo, clavarte un par de agujas en los testículos y llamar al médico, cuando Marga amenazó con sacudirle.

-¿Agujas? Dejé de moverme, por instinto.

-No te preocupes. Te las cambió de sitio cuando se marcharon los doctores.

-Y, ¿dónde las tengo ahora?

- Marga las puso junto a los calcetines. Dice que impiden no se qué. Como si se tratara de una toma de tierra. Evitan la formación de interferencias en el flujo sanguíneo o algo así.
Imaginé toda la humanidad de Marga hurgando con sus grandes manos para desenredar las agujas de entre… no, era incapaz de imaginarlo. Al menos ya no formaban parte de mi ser.

Estaban en tierra.

-Tu mañana descansal aquí y luego noble venil al mediodía y subilte a casa, a tú casa.

-María, ¿Quién es noble?

-No se llama así, se llama Norberto. Norbe. Es un transportista amigo de Xuan y de Marga, casualmente, que ayudó a moverte hasta aquí. Entró justo cuando llegó el servicio de urgencias. Un buenazo, que está buenísimo, Pablo. Bueno. Que nos tenemos que ir. Mañana sirvo mi primer catering. Descansa y mañana estarás mejor.

-¡Adiós! Varias voces, con distintos timbres, casi en diversos idiomas, se despidieron al mismo tiempo. Alguien apagó la luz. Oí claramente el movimiento de las patas del toro, olí su aliento y noté el latigazo de su lengua, esa escoba que me descamaba la faz como una limpieza de cutis, un decoupage, estilo híbrido.

Soñé que mi tía Clarisa le ordenaba a Mancia que sirviera café y tostadas a los cerdos. Y que estos aparecían, de la nada, sentados en el sofá, junto a la chimenea. De cerca el olor a purines se diluía en el aire. Vencido por el derroche de jabón francés. Vencido por el sueño y el dolor del brazo.

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1 Comments:

Anonymous Anónimo said...

¡Eres increíble!
Qué riqueza de léxico y qué Pablo tan diferente al de otras veces.
Melancólico y a la vez gracioso ¡vaya lametones!
Besos.

11:54 a. m.  

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