18 de febrero de 2006

Pablo:Que tinguin bon viatge avui fill meu!


-¡Ya es la hora! Vamos, que tienes que desayunar algo, vestirte y salir de viaje. Qué emocionante. Tu primer viaje de trabajo. Y a Valencia, nada menos.

Me agité, confundido por las luces de unos ¡Quinqués! y las dos sombras femeninas que reconocí de inmediato. Mamá y mi hermana. Una tercera permanecía detrás de ellas, aunque sobresalía claramente por encima de sus cabezas, un humano -si es que lo era- de tamaño 50% de producto gratis.

-¿Estás bien, Pablo, hijo? ¡Ay, qué mala me he puesto cuando me han dicho que te morías! Me he acordado del pobre señor Antonio, el de Molins de Rey, que se atragantó con un huesecillo de pollo y le tuvieron que hacer una trasoctomía de esas allí mismo en el comedor, sobre la mismita mesa, que apartamos las escudelles de puchero maragato, que acababa de cocinar la señora Mercedes, que Dios tenga en su gloria.

-Y toda aquella sangre sobre el pan. Que no tuve por menos que pedir perdón al Señor, porque pensé que me volvía a tocar salir a comprar el pan, con el mal tiempo que hacía, esa tormenta, todo lleno de relámpagos, mira si se me pone la carne de gallina sólo de pensarlo. Qué mala, qué mala era, porque en lugar de considerar que el buen hombre la estaba diñando, egoísta de mi, sólo pensando en la sangre sobre el pan y la escudella enfriándose, que luego, bueno inmediatamente recordé que había un paquete de 100 gramos de mortadela sevillana, que había comprado mi tía Martica para los bocadillos del lunes, que recuerdo ese día como si acabara de vivirlo, que era Domingo y en misa habíamos cantando, porque la de 11 era cantada, las otras no.

-¿Será cierto que cuando somos mayores los recuerdos se hacen más vívidos? No, es que ya lo he contado muchas veces.

-Pero claro, que la mortadela sin pan no es lo mismo, y mientras el veterinario que había venido a comer invitado por mi tía, en agradecimiento a la ayuda impagable que nos había prestado, bueno, a mi tía, porque yo era muy pequeña, con la pobre vaca que traía el ternero atravesado, que ellos no nacen de cabeza como nosotros, bueno los veterinarios supongo que sí, sino de patas y pueden desgarrar a la vaca y...

-Pero bueno, ¡Qué toro! Es enorme, hijo. No los había visto así desde las películas de Gary Cooper y el otro, ese tan guapo, medio rubio, ¡Alan Ladd! Bueno, que esas las veíamos en blanco y negro, pero yo sé que era medio rubio. ¿Y tú?

-¡No exageres, mamá! Venga, Pablo, que Norberto ha venido para ayudarnos a llevarte a casa y así te aseas, que si no puedes, él te ayuda, y desayunas unos copos de avena y un poco de polen y propolio, y te tomas unas pastillas que nos han dado para ti. ¿Estás bien?

La imagen de un hombre sobre una mesa con la garganta abierta, roncando por la falta de respiración y rodeado de niños hambrientos me provocó una sensación que creí era parecida al éxtasis, pero que en seguida reconocí como una punzada de hambre.

Intenté incorporarme y me maree. El tal Norberto me alzó como a una pluma, caminó por el patio, seguido por mi hermana y mi madre, que seguía narrando la anécdota de su infancia, cambiando puntos conocidos aquí o allá, incorporando nuevos protagonistas y recreando su pasado en aquel pueblo catalán.

Por la calle la gente se volvía para mirarnos.

-¿Cogemos un taxi, Norberto?

-¡Tómenlo ustedes, señoras, que yo prefiero caminar. Apenas en media hora les deposito al chico este en la misma casa, se lo lavo y se lo desayuno y en unos cuarticos de hora se lo devuelvo impecable.

La posibilidad de que el enorme negro me duchara me llevó a intentar bajarme, haciéndome sentir como aquel día en que me llevaban a urgencias, por el mismo medio, pero en otros brazos, en los de mi abuela.

-Bájeme Norberto. Ya seguimos andando los dos, si eso.

-¡Eso sí que no! Tenemos que salir para Valencia en un par de horas. Así que mejor se me va despertando entre los brazos, así cuando lleguemos a su domicilio se me pone de pie, yo le ducho en un santiamén y nos ponemos en marcha.

Confiaba en que nadie me reconociera. Estábamos en pleno centro de la ciudad. Los coches se detenían para dejarnos cruzar. Dos policías se acercaron a Norberto y al verme a mi, tapado con una manta, con una zapatilla en un pie -no sé quien me la había colocado- y el otro descalzo, desnudo bajo la manta, que iba arrastrando por la acera, carne a la intemperie, se pusieron a caminar delante de Norberto, tocando el pito y agitando los brazos.

Cada vez más deprisa, al llegar al parque del Retiro echaron los tres a correr, los dos policías sin fuelle, congestionados, el pito ya no les sonaba, apenas un jadeo, como si respiraran por la boquilla. Los brazos, más que ordenar el tráfico, les servían para tomar impulsos, como dos niños a la carrera. Su amabilidad me dejaba perplejo y me compadecía de ellos. Bueno, de mi. Tan egoista como mamá en el relato de su infancia.

Cuando llegamos a la puerta de casa, mi madre, que ya había llegado, se acercó a los policías.

-Les digo que tomen este dinero, y que desayunen un café y una tostada. En casa de Andrés las hacen muy ricas, a la andaluza, con manteca colorada y luego les darán un vaso de agua bien fresquita. Como allí abajo, en Granada. O en Jaen. Venga, señor guardia, no sea usted vergonzoso.

Los dos guardias se alejaron, no sin dar las gracias antes. Porque detener a la señora por intento de soborno a la autoridad no tenía sentido. Mi madre es así y si no la conoces, acabas por hacerlo a los dos minutos. Nada puede oponérsele. A veces pienso que el mundo es como es porque mi madre se lo ha propuesto.

Subimos a casa por las escaleras, porque al entrar en el ascensor, me golpeé primero en los pies y luego en la cabeza. Cuando estaba dentro de la cabina, por más que me abrazaba a Norberto, los pies se quedaban fuera. Mi madre y mi hermana empujaron la puerta, hasta que se me escapo un grito de dolor. Me había crujido el tobillo. Asi que Norberto decidió que sería por las escaleras.

El vecino del tercero, al ver al enome negro y yo en sus brazos salió a nuestro encuentro y espetó:

-¡Qué fuerte! ¡Qué manera de destaparte, acabas de destrozar el armario Pablo! Tienes que presentármelo. Este ejemplar puede dejarme rota. ¡Qué gusto, María Santísima! ¿Porqué me gustarán tantos los morenos?

Aprovechando mis pies, Norberto apartó al vecino y fue cuando noté, por el dolor, que me había hecho un esguince, porque dolía. Un esguince yendo en brazos de alguien. Una bobada más, otro accidente fortuito. Entramos en casa.

-¿Dónde le dejo al cachorro, señora?

-Póngalo en el sofá, Norberto, gritó desde la cocina, que estoy preparando el desayuno.

Me dejó en el sofá y tapé mi desnudez con la manta, llena de barro y húmeda. Me puse de pie, sobre un sólo pie y a la pata coja fui subiendo las escaleras hasta que llegué al cuarto de baño.

Sonaron golpes en la puerta.

-¿Tú quieres que yo te ayude, mi hijo?

-Ya me apaño, gracias. Había cerrado la puerta con pestillo por temor a que el moreno se colara y pretendiera fregarme con una esponja o un cepillo de raíces. Salí de la ducha reconfortado conmigo y con la humanidad. Me vestí y me puse una tobillera de mi abuela, de cuando se cayó en la calle y se dobló el tobillo. Venía de familia el cristal de los huesos del pie. Me calcé una botas de montaña y bajé al comedor. El desayuno estaba servido.

-Cómetelo todo y tómate las pastillas.

Un bol de cereales, tres magddalenas y un café con leche.

-Nos tenemos que ir, señora.

-Tomar, estos bocadillos para el camino.

Uan bolsa de las que ella prepara. Seguro que había hecho dos bocadillos para cada uno, a lo que habría añadido fruta, queso, companaje, un cuchillo y dos servilletas qeu tendrían que viajar con nosotros hasta Valencia y luego volver.

Mi madre no usas servilletas de papel. Dice que son una porquería. A saber dónde las han fabricado y si con las manos limpias. Mi hermana no usa servilletas de tela. Por el mismo motivo. A saber qué labios y qué narices se han paseado sobre ellas.

Salimos de la casa.

-Cuídate mucho, Pablo. Y no te olvides de tomar las pastillas. Norberto, le hago responsable.

-Descuide señora.

Así que me vi subiendo a una furgoneta destartalada aparcada en la esquina de la calle. Xuan se nos acercó con un saco de tela y unos documentos en la otra mano.

-¿Estás mejol, Pablo? Tienes que complal estas etiquetas en Valencia. Y también entlegal estas muestlas que van en el saco, en la fáblica de Buñol. Son cueldas defectuosas. Huelen a cholizo. Así que ha habido un ellol. Nos han enviado cueldas de Campoflío, no cueldas de muñeca. Las etiquetas son pala envialas a Filipinas.Tú ya sabes que cueldas de Valencia son mejoles. Bueno, aquí tienes 600 eulos. Pide factula pol tles mil. Ellos ya lo saben. Factula a nomble de Tiziano. ¿Te acoldalas? Bueno, los datos están dentlo del saco. Buen viaje. Volveléis pasado mañana.

Se acercó a la ventanilla del conductor, habló algo con Norberto, en chino, porque no entendía nada. Norberto aprecía un oriental hablando en esa lengua.

-Bueno, chico, pues ya nos vamos.

Puso una emisora de música y anuncios colombianos. El sol estaba muy alto. Hacía calor. Me miré las manos. Me di cuenta que lelvaba una camisa qeu no era mía. Una camisa floreada, con un broche. Lo reconocí enseguida. El broche predilecto de la abuela. Habría dormido en mi cuarto y colgó su blusa en una de las perchas.

Buen contraste las botas de boy scout con la camisa. Sólo me faltaba un gorro de pescador y unas gafas de espejo para que me confundieran con el hijo negro de Norberto.
Valencia nos espera.
Bueno, Buñol.

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5 Comments:

Blogger chousas said...

Vaya con Pablo ¡Qué nivel! ¡A Valencia!
Dentro de poco lo veo ya en la Moncloa... XD

2:40 a. m.  
Blogger Thalasos said...

Chousas, amigo, después de Valencia le enviamos a la moncloa, a vender la última versión policoromada del evangelio según san judas y un, no, dos coleccionables: la constitución europea: así se hizo de mal y el estatuto catalán, versión revisada por zaplana. Creo qeu este último fue el mandamás de Valencia, ¿no?
Aunque ya se me van friendo las neuronas con Pablo, cuesta sacarle jugo a la historia. Voy a volcar el protagonismo en la abuela, a ver si me da más. :-))

10:57 p. m.  
Blogger chousas said...

¿Dónde podría conseguir ese Evangelio? jajaja

Bueno, si quieres cargarte al nieto no hay problema, que la abuela tiene tema por exprimir :P

2:00 a. m.  
Anonymous Anónimo said...

Ya se nota que Pablo se va recuperando, y seguro que llegará a Buñol en plena tomatina o se tragará todo el polvillo que cubre ese pueblo, y el Noble al final saldrá del armario del que otros pensaron que Pablo había salido al ir en brazos del moreno.
***
¿Se te frien las neuronas con Pablo? eso si que no me lo creo.

12:08 p. m.  
Blogger Thalasos said...

Mi querida Noname, Pablo está en un sinvivir, porque no le dejo en paz. Está frito con mis neuronas. Eso, eso es lo que yo quería expresar. ¿O No? Gracias por la lectura y el comentario. A mi, me cuesta mucho comentarte, porque tu poética da para pocos comentarios y muchos pensamientos mudos.
Un beso

10:38 p. m.  

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