3 de marzo de 2006

Pablo: Tómbola de membranas. Tripe with garlic. Ach so!


Detuvo la camioneta, van vonita, bien marcadas las uves, como le llama Noble -que me ha sugerido que le llame así a él, Noble, en lugar de Norberto, porque le hace sentir grande, con lo que ya de por sí mide-, en el arcén, mientras tomaba la decisión sobre a qué lugar dirigirla, si al aparcamiento en el que abundaban los camiones tipo Highway Knights, por sus cromados y colores, o dejarla más próxima al restaurante y hostal, bajo una pérgola de hoja de uralita sobre bastidores metálicos, reforzados con pintura de color verde musgo.

Los pueblos mediterrráneos adoran los colores de los que carecen. Como los seres humanos adolecen de lo que no tienen.

Se decidió por el de los camiones, más espacio para la camioneta y mejores vistas.

-Vas a comer una tómbola de membranas y entrañas como jamás la has probado.

-¿Qué?

-Bueno, acá la llaman callos, pero una persona jamás sabe qué contiene, ¿No es cierto? Son una tómbola. Aunque, siempre suaves como la membrana de los altavoces melosos de unas cajas Dolce Vitta, mejor, imposible. Apúrele, que hoy han llegado demasiados caballeros de la carretera. Debe ser por el cierre de la frontera. Nos dejarán las sobras.

Entramos en un local grande, como el salón de bodas de un hotel, con una barra a la que no se le encontraba el final. Todas las ventanas tapadas por gruesas cortinas de jarapa a franjas negras y rojas, que filtraban la luz hasta convertir el lugar en un cuadro de Goya, un mesón de época alzamiento nacional, primeros de mayo tardío. Pero estábamos en octubre.

Cada pocos metros una jaula con un mainate negro. Delante de cada una de ellas un cartel recogía el nombre, las palabras y las expresiones que reconocían las aves

-Los Pájaros, así se llama este local. Importaban café del tipo Java, tú ya sabes, lo mismito, el símbolo que te digo, de las computadoras, para los informáticos de una empresa cercana. Con un viaje hasta la isla consiguieron los permisos de importación y ya ves, todos los años importan cuatro o cinco ejemplares de mainates gigantes.

-Ven, vamos a oir al informático.

Nos acercamos a una de las jaulas más populares en aquel momento. Una docena de personas la rodeaban, mientas el mainate recitaba palabras y oraciones sorprendentes: Bája el pentium caliente; tuésta la canción en la Plextor; come donuts de mil baudios; itera el proceso Gates, demonio, compra googles a mil, vende googles a diez mil, trae pizza y cerveza Bud, bajate el plug de la station one, California dreams, dame Apple, toma Moto ...

Tenía un gran repertorio. Delante de su jaula colgaban tres carteles en lugar de uno.

-Lo crió, de pequeño, el vigilante nocturno de una obra. Por lo visto llegó a un acuerdo con los gitanos que le robaban el material al propietario. Asi disponía de toda la noche para enseñar al polluelo.

-¿Quieres decir que le enseñó el vigilante todo el repertorio que maneja?

-Sí. Era estudiante de ingeniería informática, chico. Ahora trabaja con los mismos gitanos, programándoles móviles y pdas -pronunciaba peedeeaiiisss- para sus asuntos. Ya sabes.

Nos sentamos cerca de la barra, en la zona donde había algo más de luz, porque gran parte del local estaba iluminado por velas de aceite, lámparas de gas y bombillas de luz color melocotón, circuitos montados sobre botellas de marcas conocidas, cubiertas por tulipas de alambre y jarapas tan oscuras que la luz se concentraba exclusivamente sobre la mesilla auxiliar en la que descansaban.

Eran enormes, los pájaros, de color negro, con una escrencia de color amarillo detrás de la cabeza y el pico naranja. Oirlos hablar me producía la sensación de que se hubieran tragado una cinta de cassette, o que fueran la broma del ventríclocuo, quien quiera que fuese. Tanta oscuridad, el olor de las velas y el de los caldos y encurtidos de la barra, todo enmadejado en la nariz, el murmullo de las conversaciones, la melopea de las aves...

-¿Qué va a ser, Noble?

Una mujer guapísisma, rondando los 40 y vestida con un mono de color verde, con flecos blancos, iba a tomarnos la nota. Miré su figura. Lo que había presumido un mono de trabajo llegaba a la mitad de sus muslos. Sus piernas continuaban hasta unas botas andaluzas, como las que usan en Andalucía, ¡claro! para montar. Un uniforme atrapa camioneros. Un papamoscas biológico. Una orfebrería hormonal. Desgaste de mis pupilas y ansias.

-Vamos a tomar callos, los dos, una ensalada murciana, una botella de Navarra joven, pan de hogaza y bicarbonato. Todo en recipientes distintos y, de ser posible, ración individual. Para mi tres de cada. Él sólo tomará dos. ¿Parece OK, Pablo?

-¡Aha! Asentí con la cabeza, concentrado en las piernas de la camarera y en el sonido de los pájaros "Iveco cuatro ejes de 400 y par 20.000..." El informático había dejado paso a su compañero el ingeniero mecánico.

Apareció otra camarera, con idéntico uniforme, que dejó el vino, un plato de aceitunas, dos tapitas de queso, una cesta de pan y varias papeletas de lotería rápida encima de la mesa, mientras devoraba con los ojos a Noble.

-Hacía un tiempo que no se te veía asomar el pelo y todo lo demás por aqui, dijo, con voz de locutora de media noche.

-Tú ya sabes mi amor, contestó Noble, echando hacia atrás la silla, que parecía a punto de ceder bajo su humanidad, levantando la pelvis durante el ejercicio de encontrar el equilibrio sobre las patas traseras de la silla, mostrando el bulto de su paquete. Comparado con el resto de paquetes que había observado a lo largo de mi vida, parecía que todos los demás hubieran detenido su desarrollo en la prepubertad. Igual se guardaba el dinero ahí dentro, o una máquina de liar tabaco, o el papel higiénico. Claro que también podía haberse operado.

-¿Y hasta dónde vais esta vez?

La joven no dejaba de observar la cremallera, como si contara los dientes de la misma, como si esperara las palabras del fotógrafo diciendo "mira al pajarito". Claro que si el discreto invitado saltaba desde su jaula y ese tamaño era real, tendríamos que pedir una mesa para cuatro, porque la chica querría tomar asiento cerca del recién llegado. Desvié la mirada del bulto y observé el panorama, aprovechando que la mujer se había acercado al oido de Noble.

Entró un grupo de motoristas. Lo supe por el casco que llevaban en el antebrazo. Bueno, también por la moto de cilindrada elevadísima que cada uno de ellos empujaba con gran esfuerzo sobre las jarapas que cubrían el enlosado del local. Se dirigieron a una de las jaulas, que el mayor de todos, por edad y por tamaño, hizo balancearse con un toque de casco sobre los barrotes. Varias camareras se abalanzaron sobre la máquina que acababa de soltar; pero el esfuerzo no compensó la fuerza del artilugio, así que una de ellas acabó debajo de la moto, con el mono sobre... bueno, mostrando una figura irreconocible para la mayoría de nosotros, los humanos, perfecta en mi ignorancia, gritando:

-¡Joer, que se me van a explotar las tetas! Quitarme el puto chino de hierro de encima.

-¡Jo puta japonesa yamahahahaha, viva la Harley forever!

Cada uno de los pájaros parecía disponer de su propio público, como emisoras vivientes.

Llegó la comida. Los callos humeantes, servidos en cazuelas de barro, tres para Noble, dos para mi. La ensalada era una mezcla de tomate envasado, atún, aceitunas verdes y negras, pimiento rojo asado, cebolla y aliñado todo con aceite y especias. Empecé por ella, sopando trozos de pan en el caldo. Antes de acabar con la ensalada, Noble, que iba ya por el tercer plato de callos dijo:

-Se te van a enfriar.

-Es que me gusta comer con tranquilidad.

-Yo tengo un trabajito que hacer antes de marcharnos, así que no tengas premura.

Supuse que se refería a la camarera bonita, que en ese momento hablaba con otra de las chicas, cerca de la barra, mientras señalaba con la barbilla a la mesa.
Noble terminó la ensalada con fruición, se puso de pie, se acomodó el pajarito y encaminó sus pasos hacia las dos camareras que hablaban entre ellas.

-Abre las boletas a ver si tenemos suerte, Pablo.

Cogí uno de los boletos de lotería, lo abrí: "Siga jugando". En el tercero, una frase misteriosa parecía contener premio: Elige menú. El cuarto y el séptimo contenían el mismo texto. Una camarera nueva me dijo, sonriente:

-¿Te apetece que subamos al reservorio? Con esas boletas y 45 napos te ayudaré a rebajar la pesadez de la digestión.

La belleza de la chica impulsó el crecimiento de mi propio pajarito y del rubor en mis mejillas.

-Prefiero esperar aquí, muchas gracias.

Mis palabras borraron la sonrisa de su expresión, que se transformó en una mirada de reproche, una censura, la misma que cubre el rostro del vendedor cuando su oferta no consigue debilitar nuestras resistencias.

Recogió los boletos de la mesa, sacó una calculadora de uno de los bolsillos del mono, hizo sus cálculos y señalándome con el aparato dijo:

-Son 43 napos por la comida. Y la próxima vez será mejor que aparques tu trasero en el restaurante que hay al otro aldo de la calzada. Aquí vienen los hombres a aliviarse, no a comer.

No entendí nada. No quise comprender. Saqué el dinero de Xuan y pagué con uno de 50.

La vuelta la trajo Noble.

-No tenías que abonar, Pablo. Ese dinero es para las etiquetas y para las cuerdas. Aquí la comida la abono yo a mi modo. Y se rió a mandíbula batiente.

Salimos del restaurante. En la puerta, Noble me dió un billete de 100 euros.

-Esto, ¿porqué?

-Para que completes el dinero de Xuan y tengas algo con lo que pagar si te vuelvo a abandonar en alguna paradita. Nunca se sabe lo que me va a llevar un trabajito de esa naturaleza.

-Pero tú cobras por... ¿por eso?

-Claro, my friend. Un cubano fuera de la cobertura de Fidel ha de usar todos los recursos. Y yo tengo uno bien curtido. Como un fondo de pensiones, aunque en realidad lo llamo mi fondo de pasiones.

La risa volvió a brotar de su rostro, junto con las lágrimas, de las que tiraban sus quijadas o sus mofletes. Noté que en su cuello aparecían un par de marcas. Y no eran de carmín.
Subimos a la camioneta y continuamos camino. Encendio la radio y sintonizó una emisora sudamericana.

-Para todos ustedes, desde la maravillosa Trinidad, Manjo Banjo y su extenuante Azuzame, por el grupo mezcla y mezcolanza de panameño y boriqua, al toque de la Guayana, tu ya me sabes, isleña bonita. Para todos ustedes, en primicia exclusiva gracias a nuestro mecenas y patrocinador Berbeque, la alegría de la entraña y el gusto por lo caldoso de nuestro plato favorito, fritada de entretiempo...

-¿Puedes cambiar de emisora?

-Pues claro. Usa el mando a distancia.

No lo encontré. Y la telepatía me quedaba lejos. Pensé en María, la abuela, un pedazo de pan duro, el trabajo en el almacén de Xuan. Me dormí.

Al llegar a Valencia, abrí los ojos. Atravesamos la ciudad de un extremo a otro. Una avenida enorme, la Avinguda d'Aragó, nos dió paso a una carretera nacional. A Buñol, 45, leí.

Me acordé de la cotización de la camarera, también 45. Sabía que estas personas cobraban por sus servicios. Me pregunté si Noble cobraría más o menos que esa mujer. Ya se lo preguntaría.

Tómbola de membranas. Claro.

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2 Comments:

Anonymous Anónimo said...

Voy a ver que se cuenta el sr. Thalas..y me encuentro con un local muy extraño.. Me pido al pajaro informatico pa ver si me hace un apaño con el pc, que ultimamente hace el tonto.. ¿cuanto vale? ¿se lo puedo pedir a los reyes?

Que imaginación tan trabajada que tienes Thalas..

11:05 p. m.  
Blogger Thalasos said...

Un pájaro misterioso, en verdad. Habla como un loro, pero es como un cuervo, de la familia de los estorninos creo. Como yo, vamos, qeu escribo como habla un loro...
Ya lo del informático, pues no sé. Te busco el teléfono del mesón "los pájaros".
Bueno, igual ni existe, ¡Eh! Porque el Thalas es capaz de inventárselo. Ya sabes...
Un beso.

9:38 p. m.  

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