28 de septiembre de 2006

Trabajo de experto. Gestión del proyecto.

Tan sólo que no sabía a dónde dirigir la mirada. Así que me fijé en los caballos que salían por la tele. Era domingo y alguien la había encendido.

Transmitían un programa que se llama Hipódromo. Tres historias en el tiempo que normalmente se dedica a narrar una en televisión, así que el programa no adolecía de ritmo. Mientras lo veía me acordé de una novela. Que contaba una de las tres experiencias, pero con enorme brío. Desafortunadamente, el título no me asomaba. Ni el nombre del autor.

Las tres historias versaban sobre el mundo de los caballos:

El jinete novato que debutaba en las carreras,a los 14 años de edad. No daba el peso, así que tuvo que correr cargado de plomo, la primera. El susto de su carita de niño despertó la ternura en el cámara, los jinetes competidores, su hermano pequeño, "deja que te ayude".

La segunda, sobre el viaje de los 9 dueños de un caballo -porque el dinero sólo les alcanzaba para un único ejemplar- para verle correr. Con la excusa de animar a la yegua -que llega la penúltima, carrera sí, carrera también-, se pasean por el país recorriendo hipódromos y restaurantes, todos los fines de semana.

La tercera, que me hizo recordar la novela, contaba la inseminación natural en una cuadra de caballos.

Era como un completo y animado programa de variedades con el caballo como telón de fondo y pensado para gente aburrida o para empedernidos seguidores del hipódromo, caso del filósofo Fernando Savater. Yo no se en cual de los dos clubs incluirme. Mejor no elijo.

Me impactó el montaje que se gesta alrededor de los equinos: el dinero que mueve, los trabajos que se realizan, las apuestas, la precisión de la puesta en escena para la monta, el lenguaje y la jerga. Sobre todo ésta última.

También el uso que hacen de la tecnología aplicándola a la explotación de las granjas. Bueno, a la cuadra en este caso.

Todo tecnificado, con monitorización de la yegua, para conocer el momento exacto, el método Ogino depurado por la biomedicina.

Una veterinaria que introduce su brazo, cuan largo es, embutido en un guante de goma con cámara y sensores de temperatura. Y lo introduce ahí, precisamente. Hasta la altura de su hombro, pegando la cara a los cuartos traseros de la hembra, como si quisiera ella misma introducirse en el útero de la bestia.

No me acordé del título de la novela aún, por lo que pensé en los guantes de fregar, porque eran casi idénticos a los que empleaba la facultativo.

Y también pensé que si hubiéramos tenido que emplear ese método en casa, a estas alturas yo no sería padre, claro.

Tras confirmar el momento, la buena nueva para el patrón, retiran la yegua del recinto y la llevan hasta una cerca. Del otro lado, el recela, un semental de segunda clase, que bufa como si pensara que en esta ocasión sí, que ya le toca, que le van a dejar hacer su función, que ya es de primera.

Pero no. Esa no es su función principal, de acuerdo con la descripción del puesto. Él tendrá que conformarse con montar a otros caballos. Igual eso sí le dejan hacerlo. La aventura de la serie Queer as folk pero en el mundo equino.

El recela es un caballo que le sirve de mentor o coach especializado en yeguas al Sire, el verdadero semental. Este es un caballo de excelente pedigrí y mediocre rendimiento en las pistas, un lequio de la campiña, cuyo trabajo -hasta el final de sus días útiles- consistirá en montar, a razón de tres veces al día, a 25 yeguas. Ni una más ni una menos. Lo dice el convenio colectivo.

Bueno. Ese es su trabajo. Afortunadamente, no es el mío.

El recela tiene otra función: la de oler, excitar y encandilar a 25 yeguas desde la barrera. Nunca participa. A veces se orina, relincha, golpea con las patas traseras en los tablones. Sin resultado. Le alejan de la yegua mientras su aparato golpea con insistencia, pero en el vacío.

Nadie se apiada del recela. El caballo que actúa como recelador. Yo también recelaría si me maltrataran de ese modo. Durante su presencia, incluso después de ella, la yegua guiña continuamente sus labios mayores. Así le llaman a sus movimientos vaginales. Precisión de la jerga. La frecuencia de los guiños les indica a los mozos que ya es el momento. Inteligencia Intuitiva del experto, aplicada en la remonta, como si de la Sala de Juntas de Eon se tratara.

Dirigen a la yegua y a su potranco o potrillo al establo. A la sala especial que llaman la remonta. La yegua está disponible a los 7 días de parir. Buen ritmo de producción.

Le cubren los cascos con unos enormes zapatos de felpa gris. No, no la visten de noche. Nada de La Perla o de Women's Secret. Llega el maromo, el Sire, el semental en castellano. Descubro para que son las zapatillas, los patucos, para que la yegua no le parta en dos el badajo que le cuelga entre las ancas.

Unos sujetan a la yegua. Otros las riendas del Sire. Bufidos, resoplidos, relinchos, sudor, estrépito ensordecedor.

Cuando el mamporrero consigue que las dos moles se acoplen a través del salchichon flexible del semental, la veterinaria inicia su jerigonza:

-Uno, dos, tres, cuatro, cinco, seis, siete, listo, ya, ya, ya.

Uno de los mozos desatasca al semental en ese preciso momento, extrayendo el uslero de carne de la urna de la vida. Otro de los mozos aparece con una perola de plástico transparente, llena de agua o de una solución desinfectante, antiséptica.

De la verga del semental sale de todo. El mamporrero la cubre con el cubo transparente y la agita dentro. Me pregunto si estará fría la solución o a temperatura ambiente.

¿Cuáles serán los caprichos del semental?

Lo sacan de la remonta por una de las salidas. Los mozos esperan a que la veterinaria confirme los datos, para llevarse al potrillo y su madre.

Un verdadero trabajo de expertos y en equipo. Una auténtica gestión del proyecto.

Dos días después acude a mi memoria el título del libro y lo encuentro en casa. Todo un hombre, de Tom Wolfe. Entre las páginas 345 y 361 cuenta lo mismo que he visto en la tele. Allí en la novela, el mamporrero es un joven negro:

ya era posible ver a Bonnie con la verga del semental... El era el mamporrero y su tarea consistía en...

Porque Tom Wolfe, pese a su presencia viscosa, tan blando y vestido de blanco, blanco todo él, desde la cinta del sombrero hasta los calcetines, lo narra mucho mejor, con mayor poder perceptivo y precisión fílmica que la lograda con las imágenes. Vívido sentido del cuento el que demuestra el escritor. Aunque su aspecto nos repela.

Ni en el programa ni en la novela descubro cuánto le pagan al mamporrero. Supongo que una miseria. Como ya hay semen criogenizado. Si es que se dice así. Porque el semen no es un ser vivo aún, ¿no?. Será congelado el término apropiado.

Claro que ya puestos, el salario de un mamporrero de ballenas, como he leído por ahí, incluirá plus de peligrosidad. Por si te ahogas. En el mar o con lo que recojas de la ballena macho. Con eso recubren algunos comprimidos. ¡Puagh! No vuelvo a doparme.

Trabajos difíciles y de carácter pseudo-científico. Bueno, como rata humana de laboratorio, unas 3.000 Libras Esterlinas pueden llegar a pagarte, si el medicamento es peligroso y tú estás sano. Si estás enfermo, pagas tú, claro.

Donar esperma creo que no se cotiza. Como es una donación. Igual pagan algo. Aunque no tanto dinero como por el de Sire. El del bonobo de la foto también se debe cotizar a buen precio. Y el de rana, mismamente. Buenos proyectos.

24 de septiembre de 2006

¿Coche? Háztelo mirar

Un ejercicio tonto, de domingo por la tarde. Me he encontrado un diario gratuito en el bar donde hemos tomado café y mencionaba el día sin coche, que se celebró el pasado viernes. Yo no lo noté. De hecho, el metro tenía menos afluencia que en otros días, al menos en las estaciones que conozco. Igual no se difundió la celebración. Como dicen que es la segunda industria después de la del ladrillo.
Me he entretenido en buscar precios, hacer las medias y orientarme en la jungla de asfalto sobre el coste del muñeco. No he incorporado parámetros como tu precio hora, ni el coste de oportunidad que te supone el dedicarle tiempo "al hojalata". Pero las 500 horas aproximadas que le dedicas al año, como mínimo, son dos semanas de a 24 horas /día, ¿no?. Como suelen ser horas efectivas, de vigilia, en calidad del tiempo representan mucho más. Algo así como la lectura de 12 libros, el primer nivel de un idioma, completo o tu... lo que quieras. Un montón de tiempo. Un montón de pasta.
Quizás los números parezcan extraños, incluso ajenos a la percepción de quien maneja un vehículo diariamente... su vehículo.

-Pues el mío no me cuesta tanto. (pues podrías explicarlo en un libro).
-Yo es que tengo el seguro hace muchos años y me cuesta muy poco (?!$: Define "poco").
-Pues mi coche es como un mechero. (¿Consume gas tu coche?
-Yo aprovecho el parking de la empresa. Y el de casa lo considero una inversión. (consuelo...¡CONSUELOOOOOO! ¿Dóndes'tás, Consuelo?
-Es que trabajo lejos. (¿Acaso piensas que el transporte público es de verdad "de cercanías?)
-Pues a mi me da mucha seguridad. (!?(^0^).
-Yo es que visito a clientes y así tardo mucho menos. ([`L´]¿Te quieres ir ya?)
-Pues yo voy escuchando en el Cd el curso de inglés y aprovecho más el tiempo. (unos 300 millones de mp3... cascos aislantes del ruido exterior desde 20€. No, si tu...)
-Me mantiene ágil. Como desarrollas los reflejos y el cálculo de distancias. (¡Joder con el ingeniero del equilibrio mente-cuerpo!).
-Sin coche es que no podría trabajar. (si eres taxista... pero administrativo...)

Invertir tanto dinero en el transporte es una decisión personal.
Pero hacer los números y analizar si verdaderamente conviene, te conviene, también.
Demasiadas excusas hemos escuchado ya como para creernoslas. Tienes coche porque se te pone en las narices disfrutar de él, aún a costa de renunciar a casi el 50% de tus ingresos si estás en las medias de ingresos. Y si estás por debajo de las medias, casi en los calcetines pinkys, esos diminutos que sustituyen a las zapatillas...
Pues eso. Una decisión personal. Yo me lo hice mirar.
Así que ni carnet ni coche. Personal. Lo dicho.




17 de septiembre de 2006

Atractivo, Interesante, Competitivo, pero ¿Me vas a pagar bien o no?

Tres meses en el desempleo no es mucho tiempo.
De hecho, apenas una excedencia de lujo. Porque entre la prestación contributiva o paro y la liquidación de 20 días por año, cada mes encuentro más dinero en mi bolsillo del que obtendría trabajando. ¡JEJEJEJE! No puedo evitarlo. Perdón.

Claro que lo bueno si breve, dicen los que saben de no se qué falacia, dos veces bueno. Chorradas. Lo bueno, si es eterno, mejor.

No quería hacerles caso a esos aguafiestas. Pero he insistido, insistido, insistido.

Como un zoquete cuyo cerebro ha sido intoxicado con el mantra de “te ganarás el pan con el sudor de tu frente”, en lugar de "con el sudor del de enfrente". Pena de humanismo adquirido tras décadas de educación y presión social. Pienso como un octogenario. Bueno, sólo a veces. Así que 55 currículos después, incompletos e irreconocibles para mi (¿Alguien se reconoce en uno de esos resúmenes laborales-educativos repletos de lugares comunes y vacíos de contenido?) y tres miserables entrevistas de tensión (que se pueden meter la tensión por donde yo les diga) me han llevado de vuelta al redil.

Mañana, lunes, inicio un nuevo periplo. A prueba, casi en prácticas, integrado en una de esas organizaciones de talante innovador y múltiples oportunidades. A partir de enero todo podría mejorar. Eso me han dicho. Bueno, el excepticismo no es incompatible con el optimismo, de hecho es su causa. Una persona mantiene su optimismo cuando duda de la exactitud, tanto de las buenas como de las malas noticias, pero no del mensajero. Thalasos dixit.

Bueno, pues mañana toca corbata, chaqueta, sonrisa, avena y polen en el desayuno, afeitado y ducha, obligatoriedad de “poner un huevo” antes de salir del domicilio –no vayan a considerar que a las 10 de la mañana me escaqueo, cuando en realidad estaría empollando una criatura en el servicio de mi propio sexo (sólo se comparte el servicio en las series USAmericanas, en nuestro país eso no se estila)-.

Sonreiré a todos y a todas, me dejaré adocenar y dedicaré la mañana a comprender las reglas ocultas del juego, esas que no me dirán abiertamente, pero que siempre existen. Porque las empresas, que se parecen unas a otras muchísimo, tienen perfumes distintos. Un pastor alemán, un sabueso, podrían identificarlos fácilmente. A mi me cuesta mucho más. Mis conexiones nerviosas olfativas son del tipo fútbol en patio de colegio, comparadas con las de un can de primera división. Por pequeño que sea. Y si es un perro salchicha, un dachshund, sus facultades olfativas serán kilométricas. Como su cuerpo.

En esta búsqueda serendípica y apenas estructurada de empleo, exxxcitante, sobre todo para alguien -para mi- que ha rebasado el límite de la edad prudente, según dice Tom Peters, cuesta muchísimo distinguir los olores. Quiero decir que, en realidad, casi todos los anuncios desprendían el mismo tufillo. Me estaré haciendo mayor.

Es el caso de los requisitos, tan estragantes como imposibles de cumplir. Todos desean que colabores, que tengas iniciativa, que trabajes en equipo, que brilles con luz propia, que el afán de superación corra por tus venas y que te empalmes por el hecho de que la compañía dispone de miles de trabajadores en todo el mundo y el presidente gana cantidades obscenas de dinero en un negocio piramidal vergonzoso.

Es estúpido. Como si el que contrata no comociera a los humanos o, peor aún, él mismo no lo fuera. En Psicología, cuando se entrena a una paloma, por ejemplo, se tiene en cuenta que reacciona a los estímulos visuales. Y que una rata es más gustativa y táctil.

Así que, básicamente, se les recompensa en función de sus preferencias o limitaciones y no en función de los deseos o intereses del investigador.

O sea que motivar a un humano por los logros del presidente y de los empleados de Nueva York es, basicamente, como enseñar a la paloma con el programa de la rata.
No funciona. La paloma ve. La rata "nota". Dinero tirado. Estulticia. Salvo que al compañía esté llena de ratas dispuestas a alimentarse de las inocentes palomas...

Por ejemplo: Comercial Administrativo. Para mi que quien solicita este perfil está literalmente chocho. Porque, desde los perfiles de personalidad hasta los requisitos aptitudinales son dispares. Dos de los puestos más incompatibles del mundo. A uno le pagan en fijo y poquito, normalmente; al otro en variable y por objetivos, hasta un límite más bien alto (teórico, claro). Uno sedentario y reflexivo. El otro ladilla buscavidas y verborreico. Es como solicitar un cantante para banda post killer punk trash guitar, con formación académica en música coral.

Bueno, ya sé que los anuncios publicados en prensa son caros y el espacio que ofrecen limitado. Pero esas limitaciones no se le imponen al lenguaje. En el caso de la retribución ofertada, la falta de ideas es más exasperante. Sobre 100 anuncios de dos diarios de tirada nacional, tan sólo dos publican el montante económico real. En el resto de ellos, te toca averiguar qué se esconde tras las expresiones:

Retribución competitiva. Significa que en cualquier empresa similar ganarás más o menos lo mismo. Ni están en el límite inferior, ni darás saltos de alegría con la oferta. Es una expresión harto frecuente en empresas "de nivel", que no quieren que seas mediocre ni mediano, sino que demandan una persona excepcional?! Pero pagan así así. No, negros no suelen contratar.

Retribución atractiva. No significa nada. El atractivo es subjetivo.

Interesantes condiciones económicas. Una mierda de condiciones. Te lo digo en serio. O sea, que me lo digo en serio, antes siquiera de intentarlo. En negociación hay dos expresiones para cazar al mentiroso de enfrente. Bueno, tres: "Lo que le ofrezco es interesante. Lo que le ofrezco es atractivo. Lo que le ofrezco es razonable". Cuando escuches alguna de las tres, que sepas que debajo de ellas no hay nada para ti. Y el ganador se lo lleva todo.

Altas bonificaciones. Las vas a pasar putas para conseguirlas. El dinero se encuentra en el último tramo de los objetivos, por encima del 95% de consecución. Para cuando estés a punto de conseguirlo, te pondrán el contador a cero. Además suelen pagarse anualmente. El regimen etíope en las comidas me permitirá llegar a enero o febrero, que es cuando "me liquidarán" las altas boni's.

Elevados ingresos. Casi todo es variable. Si consigues algo al principio, cosa bastante improbable, te lo abonaré trimestralmente. Ve pidiendo un crédito al 25% para cubrir tus gastos entretanto, piltrafilla.

Interesante progresión salarial. Hasta dentro de tres años, por lo menos, te vas a tener que traer de casa el bocata del almuerzo, porque no vas a cobrar.

Acorde a la valía. Bueno, el alquiler de un útero joven para incubar el cigoto de otros se cotiza a 12.000€. Claro que las formas de Lucía la Piedra y las de Rocco Sigfreddi tienen una cotización más elevada. ¿Tienes tú las piernas de Ronaldo, la nariz de Cirano, los ojos de Paulina Rubio, el trasero de gilo, JL, las caderas de Salma, los pectorales de Ljungberg, los dientes de un Mapuche? Difícil calcular la valía.

Algunas ofertas optan por no incluir detalle alguno. Saben que no ofrecen nada, así que ni se esfuerzan en ocultarlo.

Otras, las redactadas por personas en el límite de la idiocia, incluyen como aditamentos:

  • Condiciones contractuales a convenir.
  • Contrato laboral y alta en seguridad social.

Bueno, las condiciones contractuales están delimitadas por ley, así que poco tienen donde elegir. Esto no es Bombay, India, ni tampoco Paris, Texas.

Respecto de la Seguridad Social, es obligatoria para todos los trabajadores, incluidos los empresarios individuales, autónomos y ejecutivos de empresa. Eso lo tiene que pagar todo el mundo. No es una ventaja, es una condición. Incluso ¡los escritores! están obligados a cotizar. Si quieres trabajar, te has de dar de alta. Si quieres que trabajen para ti, les has de dar de alta. Punto.

Así que me he quedado sin comprender los anuncios. Y mira que me jode. Porque es fácil redactar con claridad. Claro que tienen tan poco que ofrecer que consideran un éxito poder ofertar dos semanas más de baja por maternidad. Inconcebible. ¡Si lo que necesito es gente que trabaje! Cómo se me ocurre pensar que ese tipo de prestación es valiosa para el negocio. Un poco de lucidez les llevaría a comprometer a las madres y a los padres, por ejemplo, a trabajar desde casa durante unas horas al día o a la semana. Menos que durante otro tiempo, pero algunas al día. Porque el biberón, salvo al principio, no impide... Bueno, a mi no me importa cómo deban cuidar a sus "mejores trabajadores". Como si les cubren las gestiones en hacienda o en la tintorería con un exclavo por horas. Parecen membrillos. Juego entre membrillos.

Yo redactaría un anuncio, empezando por lo que te pago y lo que me cuestas, continuando por lo que quiero que hagas y cómo te voy a ayudar para que aprendas a hacerlo, hablándote de cómo de exigentes y cabrones somos los que te rodearemos en el tajo, colocando una foto del lugar de trabajo (no ventana, no despacho, moqueta, el water de empleados "de la tercera planta", la máquina de café, la luz artificial, en fin lo que de veras interesa que conozcas desde el principio), narrándote las dificultades y animándote a venir porque... en casa no haces nada. Y nosotros te necesitamos. Un día de estos voy a simularlo. Seguro que no me faltan candidatas, ni candidatos.

La idiocia no se hereda, sino que se adquiere en las multinacionales. En el taller es harto más difícil. Como no se puede explotar a los asiáticos desde "Taller Herederos de Bartolo. Mecánica en General." sino desde las Blue Chips que cotizan en Bolsa...

Pero tengo un curro. Y estoy emocionado. De verdad. ¿Quién dijo que la edad era un criterio objetivo para echar a la gente del trabajo? ¿Para contratarles? Ah, sí, un sindicalista de Televisión Española en connivencia con los abogados y Tom Peters en su libro Talento.



Los extremos se tocan. La madre que los parió a ambos. Lo preocupante es que encima generan opinión. Así se impone el pensamiento único, por lo que los anuncios no hay quien los lea. Otro de esos gurús que triunfan con sus libros de recetas opina lo contrario. No cree que la edad sea un argumento objetivo. Al menos, en la página 80 del libro -escondidillo y tal, casi con verguenza-.

Bueno, si en estos y otros detalles consiste el talento o lo que quede de él en el mundo, tendré oportunidades para buscarme la vida hasta los 275 años, cuando menos.

Pues como la edad se mide exactamente en el carpo, en la muñeca, pueden medirla mientras les hacemos un corte de mangas estilo trash punk.

6 de septiembre de 2006

Pablo: Bazofia europea

Mi compañero de asiento se abalanzó sobre la azafata, empujándola contra uno de los troleys, de los carritos de servicio, al tiempo que exclamaba:

-¡Que tu dios te bendiga, rubita, carita de ángel, perfume de mis entretelas!

Se deslizó por la cinta de seguridad hasta darse de bruces con el asfalto de la pista. Las gafas le saltaron de la cara y cayeron junto al botín de una de las azafatas, que, exaltada por la sensación que le produjo notar el leve impacto de las mismas en su tobillo, las golpeo con furia, lazándolas bajo uno de los autobuses o jardineras que nos debían trasladar al aeropuerto.

Todos los viajeros se precipitaron delante de las puertas del primero de los medios de locomoción, estableciéndose una jerarquía espontánea entre ellos: Los fuertes y atractivos entraban primero; el resto esperaba en el suelo.

Logré deslizarme por la cinta de salvamento y aproximarme a la zona de autobuses, situándome unos metros por detrás de la última hilera de pasajeros. Dos de las azafatas se me acercaron e iniciaron uan animada conversación de la que no pude participar, a pesar de la atención que presté a sus palabras. Se expresaban en un lenguaje de signos que, si bien había disfrutado durante la transmisión de algún debate parlamentario por televisión, apenas había despertado en mi el interés por aprenderlo.

En este momento lamenté esa falta de curiosidad intelectual. Ambas mujeres se volvieron al unísono y me indicaron con las manos que me diera prisa, al tiempo que escuché:

-Señor, dese prisa, porque ese es el último autobús para llegar a la terminal.

Por un momento consideré la posibilidad de que los signos se convirtieran en sonidos en mi cerebro. No. Quien hablaba era el niño. Le di las gracias y me acerqué al autobús. Puse el pie sobre el primero de los estribos y me agarré a una de las barras, momento en el que uno de los pasajeros se desequilibró dentro del bus, girando sobre su propio eje y golpeándome en la cara con la enorme mochila que llevaba sobre la espalda.

Las puertas se cerraron, al tiempo que el estribo se recogía sobre sí mismo, por lo que di con mis huesos en el suelo. El autobús arrancó y minutos después me encontré sobre el remolque del tractor portamaletas, que se dirigía también a la terminal, pero siguiendo una ruta extremadamente zigzagueante. Cada vez que tomaba una curva provocaba la caída de alguno de los bultos sobre el cemento.

Al llegar a las troneras de la cinta transportadora le di las gracias al conductor por haberme acercado hasta la terminal. Me señaló la dirección que debía tomar para acceder a la sala de espera y me encaminé hacia allá.

Al entrar en la sala se produjo el silencio. Muchos de los pasajeros me miraron con cierto desprecio reflejado en sus rostros. A medida que surgían los equipales de la cinta transportadora y eran recogidos, la sala se vaciaba de pasajeros.

Caí en la cuenta de que yo no tenía equipaje, sino el pequeño hatillo con mis pertenencias, así que me encaminé a la salida. El aeropuerto era enorme. Tiendas, cintas transportadoras de viajeros, cafeterías y restaurantes, personal de las distintas compañías aéreas, personal de limpieza y de seguridad, pasajeros, cientos de personas moviéndose con gran velocidad, incluso corriendo.

Me fijé en los carteles y caminé hacia la salida. De repente me sobresaltó el sonido de una sirena. Casi todas las personas próximas a mi se arrodillaron al escucharla. Provenía de una torre decorada como una mezquita. Un almuédano se ayudaba de un sistema de megafonía para dar instrucciones.

Tropecé con algo y caí de bruces al suelo, estampando mi frente contra el linóleo o lo que fuera. Había topado con los zapatos de alguien, con un pie o una mano. Permanecí en esa postura de oración durante unos minutos, mientras el olor a pies y sudor iba creciendo a mi alrededor, acompañado de aromas a plátano y galletas de chocolate Príncipe. Me concentré en esos olores que paliaban en gran medida el olor profundo a queso de Cabrales que inundaba mi nariz.

Pasados unos minutos,que se me hicieron eternos, levanté la cabeza primero y la mirada después. En la torre no había nadie ya. A mi alrededor tampoco. Tan sólo un envase de galletas de chocolate, una cáscara de plátano -con la que debía haber tropezado antes- y un par de zapatillas viejas formaban parte del escenario. A lo lejos algunas personas se apresuraban por las cintas automáticas. Pensé que el olor podía haber provocado un vahído. O que me había quedado dormido. Por el cambio horario que se produce al volar. Claro que aún era de día.

Bajé por unas escaleras que terminaban en la entrada. Apenas quedaba gente allí; me fijé en dos personas, un joven con indumentaria que presumí árabe, por el turbante y la chilaba, debajo de la cual asomaban un par de zapatillas de baloncesto en tonos eléctricos y un hombre de mediana edad vestido con uniforme gris, botas de media caña y gorra de plato.

Pensé que era un militar. Se me acercó, me sonrió, tomó mi hatillo con un gesto de sorpresa y exclamó:

-¡Bazofia europea! Al tiempo que me sonreía con pleitesía, como si se dirigiera a un oficial de mayor rango. Sonó mi teléfono móvil.

-¿Si?

-¿Has llegado bien, Pablo? ¿Tú has llegado ya?

-Bueno, sí, acabamos de aterrizar. Gracias por enviar a alguien a por mi.

- No te pleocupes. Ese muchacho tlabaja pala nosotlos. Él te acompañalá hasta el campamento. Y mañana te plesentalá a nuestlo diustlibuidol en los Emilatos. Pablo, es muy impoltante que tomes nota de lo que te digan mañana y también de lo que veas, polque el contlato de colabolación puede acabal en fiasco pala todos nosotlos. ¿Tú entiendes?

-Si Huan. Clalo que entiendo.

-Pues mañana templano te volvelemos a llamal. Que descanses.

El uniformado echó a andar muy deprisa. Guardé el móvil en uno de los bolsillos laterales y le seguí hasta un aparcamiento. Sacó unas llaves de su bolsillo, pulsó un botón y un enorme coche plateado se nos acercó, al tiempo que las puertas delanteras se abrían sin la intervención aparente de alguien.

Hice intención de sentarme en el lugar del copiloto, pero el conductor negó con la cabeza y dijo:

-Bazofia europea, detrás.

Tomé asiento en una de las butacas de piel blanca. Estiré los pies, pero no alcancé a tocar los faldones de la mampara que separaba el espacio del conductor de la cabina trasera. Era impresionante. Estaba rodeado de botones, espejos, repisas y pequeños armarios de puertas en madera lacada en negro. Pulsé uno de los botones, se abrió uno de los armaritos y apareció un mueble bar repleto de cosas buenas. Tomé unas galletas y un vaso de algo que parecía leche, algo fuerte y con sabor a coco.

Calculé que el trayecto hasta el campamento no nos llevó más de 15 minutos. El chófer -al final descubrí su profesión, sí señor- me abrió la puerta, me entregó mis pertenencias y me acompañó hasta la puerta de un edificio gigantesco y lujoso que no concordaba con la idea de campamento que guardaba en mi memoria.

Al notar nuestra presencia, las puertas se abrieron, al tiempo que aparecían dos personas, también uniformadas, dispuestas a ayudarnos. Recogieron mi hatillo y salieron disparados hacia el ascensor. Quise seguirles, pero el chófer me retuvo:

-You must pass through the reception, previuosly, sir!

Comprendí que estuviera "deception" conmigo, aunque apenas nos conocíamos.

Me empujó hasta el mostrador de la recepción del hotel. Una hermosa señorita me atendió. Me entregó una tarjeta que tenía impreso un número y me dijo, sonriendo:

-May I have your credit card number? Just for security reasons, sir.

Entendí algo sobre crédito. Supuse que se refería al crédito de que disponía en el campamento de lujo.

-Disculpe, señorita pero yo pienso que la habitación ya debe estar pagada.

-Basura europea, la señorita necesita el número de la targueta. El chófer vino en mi ayuda. No se para qué la necesitarían en ese momento. Por otra parte yo no tenía tarjeta de crédito. Me decidí por intentar llamar a Huan y aclararlo. Busqué en mis bolsillos el móvil, pero lo que encontré primero fue la tarjeta que me había entregado Natalia en Valencia. Preciosa, de plástico, con sus datos personales, su dirección, el número de teléfono de su domicilio y el de su móvil. Al acordarme de ella esbocé una sonrisa, que mis interlocutores imitaron.

El chófer me quitó la tarjeta de la mano y se la entregó a la recepcionista, quien apuntó los números de Natalia en una hoja de registro, me la devolvió y dijo:

-Buenas noches, bazofia europea. Que descanse.

-Mañana yo aquí a las siete. Congreso empieza a las ocho.

-De acuerdo, señor. A las siete estaré aquí.

El chófer se dió la vuelta y salió del hotel. Yo me encaminé a un ascensor. Había más de uno, así que pulsé varios botones. En breves momentos se abrió la puerta de uno de ellos. Había otra persona dentro de él. Saludé y entré. ¿A qué planta tenía que ir? El hombre miró la tarjeta que yo tenía en la mano y apretó el botón de la planta 22. Le di las gracias y mientras alcanzábamos nuestro destino curioseé entre los vistosos carteles que decoraban la cabina del elevador.

Estaban redactados en inglés, así que lo único que entendí un poco eran los números. ¡Dios mío, qué precios! Junto a una reproducción de un bol con huevas de pescado, como las que traía mamá por Navidad a casa, huevas de lumpo danés, había una cifra de 1653 DEUA. Pensé que le faltaba una letra. Así que supuse que se referían a deuda. Desde luego, quien decidiera tomar esas bolitas en el restaurante se encontraría con una buena deuda.

El señor del ascensor se dirigió a mi, ya que no había nadie más en el ascensor y dijo:

-Very expensive, isn't it?

Lo de beri lo entendí porque en el colegio había estudiado inglés. De hecho había sacado muy buenas notas. Mejores incluso que en Literatura. Así que me atreví a contestarle en inglés:

-It is this products eggs? Fish eggs, perhaps?

-¿Basura europea?

-No, basura no, huevas, eggs, fish eggs. Well there times were eggs come from Dinamarque. Al menos, my mother buy fish eggs from lupus.

-Basura europea.

Nuestra conversación terminó precipidamente. Salí del ascensor y le dije a la persona que me había acompañado:

-Thank you, sir. You are very simpatic with me.

-You're wellcome, sir. Good night.

Por fín iba a tener la oportunidad de hablar en inglés. Un trabajo en el extranjero es lo que me hacía falta para crecer profesionalmente. Cuando volviera a España. Me acordé de mamá y de la abuela. También de mi hermana, aunque un poquito menos.

Encontré la habitación, pero la puerta no disponía de cerradura. Pasé la tarjeta por toda su superficie. Nada. Le di la vuelta y me la acerqué a la cara, tratando de descifrar las instrucciones.

Un rayo salió del quicio superior, se posó sobre la tarjeta, sonó un cerrojo y se abrió. Varias luces se encendieron al tiempo, mostrando un verdadero palacio de ventanales que daban directamente al mar, espejos y telas de todos los colores.

Entré en el cuarto de baño, me lavé la cara, pero no encontré una toalla. Todo parecía ser electrónico. Una carcasa metálica, como un secador de manos, se giró hacia mi y expulsó aire templado a la altura de mi flequillo. Me puse de puntillas y conseguí secarme. Decidí que era muy pronto para dormir. De hecho sólo eran las siete de la tarde en Madrid. Claro que aquí, no tenía idea de la hora. Miré por la habitación: abrí los cajones, miré dentro del armario. Encontré practicamente de todo. Incluso un traje negro, chaqueta con las solapas brillantes, una camisa con chorreras, una pajarita. Lástima que no hubiera zapatos. También había un batín a cuadros, almohadas de todos los tamaños, un mueble bar...

Estaba impresionado con todo este lujo. Debía ser carísimo. Encontré un libro junto al televisor, una pantalla gigantesca que se encendió al acercarme a ella y me habló. En la pantalla apareció un listado de palabras. Entre ellas Español. Acerqué mi mano a la pantalla y la voz cambió:

-Señor Natalia, bienvenido al hotel Burj Al Arab. Nuestro personal estará encantado de atenderle y satisfacer todos sus deseos. para contactar con su servidor personal, diga 1.

-Uno.

Segundos después llamaron a la puerta. Al acercarme, la voz del televisor dijo:

-Acerque su tarjeta universal al detector.

Miré alrededor y no descubrí detector alguno. Volvieron a llamar a la puerta, más fuerte. Se me cayó la tarjeta. Se abrió la puerta. Así que el detector es la placa metálica del suelo. Alguien me tocó en al espalda. Me giré, a cuatro patas, miré hacia arriba y descubrí a una mujer muy joven, vestida con una túnica blanca, un pañuelo sobre su cabeza y una preciosa sonrisa.

-¿En qué puedo ayudarle señor?

-¡Oh! En nada. Muchas gracias. Sólo estaba probando la televisión.

-Si me necesita basta con decir ¡uno! vendré inmediatamente.

-Gracias, muchas gracias. De pronto me acordé. Mañana tendría que levantarme muy temprano.
Y apenas si traía equipaje. Así que aproveché su presencia.

-¿Sabe dónde puedo conseguir un despertador?

-Sí señor. En la planta baja encontrará un surtido de joyerías. Y si no le convence, puedo buscarle un medio de transporte para trasladarle donde guste el señor.

-Gracias, gracias. Pero así está bien.

-Le acompaño entonces.

¿Me acompaña? No sé a dónde, pero le hago caso, así que me pongo de pie, guardo la tarjeta en el bolsillo y salgo. Ella me hace indicaciones hacia el bolsillo, así que vuelvo a sacar la tarjeta, la toma en su mano, apunta al detector cerca del techo y la puerta se cierra.

Bajamos en el ascensor. Ella me deja entrar primero, pese a mi insistencia en entrar después.

Cuando llegamos a la planta de la recepción gira a la izquierda, encaminándose a una zona que me recuerda a un centro comercial, una tienda junto a otra. Se detiene delante de un escaparate repleto de joyas y relojes: Bulgary reza el rótulo de la entrada. Empujó la puerta y entré.

-Buenas tardes. ¿Tienen despertadores, por favor?

-¡Ah! Bazofia europea. What can I do for you, sir?

Tocaba seguir practicando inglés.

-Do you have a Casio watch with a ring?

-Pardon?

- Un reloj, barato, con sonido de despertador. O un despertador sencillo. No parecía entenderme, así que simulé el sonido de uno: ¡Riiiiiiing! Mientras agitaba mi mano derecha como si sujetara una campanilla.

El dependiente entró en la trastienda y salió con una campanilla dorada y adornada con pedrería.

-No, no un ¡Riiiiiiinnnnggg! Y agité efusivamente las dos manos.

Volvió a entrar y salió con un muestrario de pulseras. Entonces se me ocurrió. Me acerqué la muñeca a la oreja mientras emitía un ¡Tic tac! reiteradamente.

-¡Ah! Yes. Sus ojos adquirieron una mayor expresividad, como si brillaran y su dedo índice señaló hacia mi, moviéndose arriba y abajo con rapidez, en señal de ¡Ya lo tengo!

Parecía que por fin nos podríamos entender.

Salió con una caja entre sus manos que depositó sobre el cristal del mostrador. La abrió y sacó un reloj dorado de marca Rolex. Lo expuso delante de mi, tomó mi muñeca derecha y me lo colocó.

-¿Es despertador? ¿Me llamará por la mañana?

-Yes, it's a new Yatch Master watch, terrific. Please, would you mind bring me the card, sir?

Extendió la mano y yo extendí la mía. Cogió la llave formato tarjeta, la pasó por un lector y me hizo una reverencia.

Así que salí de allí con el reloj en la muñeca y la caja en la mano izquierda. Al fondo de la rotonda que formaban las tiendas había unas mesas de cafetería. Me acerqué a una de ellas y tomé asiento. Abrí la caja y busqué el libro de instrucciones. Era muy grueso, y estaba escrito en numerosos idiomas. Busqué el mío.

Pero antes de encontrarlo una señorita, que debía ser la camarera, colocó delante mía una bandeja con una tetera, una taza, una jarrita de leche, un trozo de pastel y una copa de champán o de agua mineral de color amarillo. Sería esto último porque los musulmanes no beben alcohol. Encontré las instrucciones para el reloj en español. ¡Qué suerte! La camarera dejó una nota sobre la mesa. 390 DEUA. Bueno, todas las máquinas parecían fallar por aquí. Menos mal que la tarjeta cubría de momento las deuas, o sea las deudas.

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