31 de diciembre de 2005

2006

28 de diciembre de 2005

Norimaki en Alicante


Como un palimpsesto me devano entre las hebras del sueño. Alguien me ha tapado con una bata de mujer. Azul clarito, cielo niño.

Creo que no consumo ese color. Así que me lo dejaré puesto sobre los hombros y las piernas. Por salir de las rutinas mentales de a veces.

Sofá incómodo, pereza agradable. Merece la pena soportar la tortícolis en esta circunstancia. En esto debe consistir no hacer nada. La lectura pudo conmigo y el sopor post cocido ha hecho el resto. Un café después y dos charquitos de agua, uno en splash sobre la cara, otro sorbo a sorbo, acaban por despertarme. Se me presenta una tarde sin demandas, salvo la de:

-¿Me tiras la basura, por favor?

El autobús, al igual que en el de la mañana, me cambia de culturas con cada parada, cada estación, cada dársena-pérgola, cada hola y adiós. Los móviles escupen mil sonidos y sus propietarias mil lenguas, del árabe al castellano cálido del caribe, el seco dulce picante del Perú, el afrutado melaza y cardamomo de Ecuador, los gritos asustados del swahili, la risa contenida de la mahatma con lunar, la casada en el lenguaje de los signos sanscritos.

Más belleza que en un escaparate minimalista de Prada, aunque menos dinero en conjunto. El contenido de todos los bolsillos no serviría para adquirir el pequeño bolso que exhiben las marcas en cada uno de sus escaparates.

Las luces aprisionan a los viandantes. Su andar cansino es producto del efecto de los villancicos amontonados, corcheas en el aire asfixiando a una negra, una blanca, una semi. Nadie los prohibirá jamás, pese al anuncio reiterado y no aceptado de que dios a muerto y de que su amor por los hombres le había matado. Año tras año se les demuestra a los incrédulos que es falso, que la idea de destino y de universal manoseada por los fascios es superior a ellos, que existe y se demuestra diciembre tras diciembre, humano a humano.

El ciber está vació como un cajón de golosinas del que han huido los ratones. Apenas cuatro ratoncillos entre las máquinas de juego y las del juego. Todas son de juego.
En esta ciudad otra categoría de acontecimientos la hacen única también; parecida a otras costas, como afirma Medea, pero única en cualquier caso:

El bar del francés.

En cualquier barrio puedes preguntar por el bar del francés. En todos hay al menos uno. Te adoptarán como a un natural si preguntas por él:

-¿Dónde está el bar del francés?

Voy a tomarme unas cervezas, a telefonear a alguien, a adelantar a los transeúntes, evitando que me atrapen las luces.

Moth, polillas. Navidad. Como el cuento chino mencionado por ¿Merino? en uno de los suyos. La polilla que se soñó hombre que se soñó polilla.

Hoy he terminado Tokyo Blues, Norwegian Wood en su original, un homenaje a la canción de los Beatles. Espléndido Murakami. Traducido por una mujer. Ellas siempre escribieron. Las traductoras de los pensamientos varoniles que dominaron la tierra occidental después de las grandes guerras y entre ellas. El gran Meaulnes, que empezaré esta noche, traducido también por una mujer.

Watanabe, el protagonista del texto de Murakami, dice: En aquella casa, impregnada de su presencia, dormí profundamente exprimiendo gota a gota toda la fatiga acumulada en cada una de mis células. Soñé que era una mariposa danzando en la penumbra".

Me gustaría cenar en japonés hoy, día inocente. Rollos de arroz cubiertos de alga nori. Dentro del cilindro, cualquier cosa. Una polilla con sabor a dátil y pistacho. Por ejemplo.

23 de diciembre de 2005

Las 7 diferencias

El tren, lleno, como en prácticamente cualquier oportunidad que tengo para bajar a esta ciudad. Al dejar el equipaje y tomar asiento, un ombligo surge de entre la multitud de brazos que pugnan por reducir la maleta al espacio de la redecilla de encima de los asientos. Aunque es temprano, me sorprende la belleza de esa seña de identidad humana y mamífera. Pero me reprendo a mí mismo. La socialización consiste en eso también. Conseguir que abandonemos el impulso de besar cualquier ombligo que se nos presente.
Un viaje corto, muy corto. Antes el mismo viaje duraba una eternidad. Tanto que las bolsas de entretenimiento para los niños, con bocadillos y refrescos eran casi tan grandes como el equipaje mismo. Todas esas bolsas controladas por una mujer, suponían la gran esperanza frente al tedio.
-Dame el quiz, mamá.
-Yo no quiero tortilla. Quiero mortadela.
Hoy día el viaje se configura como una vuelta en la línea circular. Ni apeaderos ni paradas. El tren se detiene en la segunda provincia o en la tercera.
Es jueves y a las afueras del primer pueblo de la provincia de destino, un mercadillo con algunos cientos de puestos. La lentitud del convoy y la luminosidad mediterrránea producen un efecto ensueño.
Mientras la propietaria del ombligo ojea un muestrario de ropa, algunos catálogos y una revista, mientras escucha la película que transmiten para los viajeros y recibe y emite sms o emilios de la oficina. Trabajo, una, placer, otro, vida de jubilados los pasajeros de enfrente. Un hombre sonriente y una mujer devoradora de sopas de letras.
Al llegar a la estación recibo una llamada desde la oficina. Cambio de archivo mental. Otra llamada, un abrazo, cerveza y ensaladilla. Los precios de algunos artículos demuestran que ando en otro territorio, más frugal en las condiciones que la gran urbe. Menos apariencia y algo más de dignidad para casi todos.
Por la tarde, una caminata hasta el centro desde el barrio multicultural.
Una familia de gitanos auténticos, la mama, las niñas, la moza y los dos jóvenes. Aquí no les han expulsado aún. Viven tan integrados y molestos para los naturales como en otros lugares, aunque menos cada vez. Al pasar por la plaza de toros, anuncio de circo. Enfrente, mil restos del mercadillo de ayer. Una ciudad con mercadillo en el centro de la misma. Y la luz. El nivel del mar siempre es superior al interior. Las culturas antiguas lo sabían. Las de hoy también, pero lo reconocen menos.
Las tiendas han cambiado, pero siguen, al menos a este flanco de la urbe, siendo tiendas, no franquicias. Una pensión en el centro, en el callejón. Pensión Mina. Igual regentada por argentinos. En el zaguan varios magrebíes sentados. Parece andaluz, por los manises valencianos que lo adornan. De entre ellos, los moros, se escapa uno, acicalado, recién baldeado en una pileta, en la ducha comunitaria o en el fregadero.
¿Y las siete diferencias?
Amén de las ya descritas, 7 personas bronceadas y de belleza superior qeu caminan por la playa, por el paseo delante de ella. Dan ganas de arrojar el chaquetón de abrigo lejos y abrazar a una de ellas. ¿A quien? A la morena. ¿No la ves?
Se lo merece.
Aunque estoy tan socializado que me decido a entrar en un ciber y escribir algo. Una nota con rayos de sol de diciembre.
Seguro que hay más de 7 diferencias.
En estos días las he de descubrir.

20 de diciembre de 2005

Sanidad privada, condones públicos.


El académico Ansón, director del diario la razon quiere privatizar la sanidad pública. (Editorial del 19-12-2oo5)

Considera que en la gestión pública hay mucho despilfarro y que al ser el político ave migratoria de paso por la Consejería o por el Ministerio, no le duelen prendas en gastar lo que no es suyo. Por lo que el despilfarro se consolida, se vuelve endémico.

Pone como ejemplo de lo que afirma que las televisiones privadas han conseguido el liderazgo y además jugosos beneficios en este ejercicio –bueno, A3 hizo una buena limpieza de personal en 2004 y en tiempos mantuvo buenas relaciones con telefónica, que yo recuerde-. Sobre Berlusconi, no me pronuncio. Le conocen en toda Europa.

El ejemplo de lo bien que le va a la tv privada frente a la pública, con 9.000 trabajadores -repartidos por todas las autonomías- y que emite programas de productoras ajenas al ente público y en manos privadas que se alimentan de los impuestos -que le cobran a TVE aunque usen sus medios-, quizás sea algo extemporáneo.
Comparar sus resultados con la Sanidad Pública es rebuscado.

Cuando se apuesta por la privatización, entiendo que se deben comparar elementos similares. De lo contrario, podríamos, desde otra óptica, abogar por la no privatización de lo enjundioso, que ha sido, hasta donde alcanzan mis meninges, la parte del león de ese movimiento. Lo bueno para el capital y el resto a Hacienda.

Como ejemplo, la minería del carbón, donde Hunosa quedó en manos del estado, mientras se privatizaron otras minas leonesas más interesantes para el capital privado. O Ensidesa, que se privatizó con 7000 trabajadores, aproximadamente, pasando otros 21.000 –en diversos años- a depender, de alguna forma, del erario público. Por no hablar de operaciones más arbitrarias.

La Sanidad de aquí está considerada la tercera del mundo, detrás de otras dos europeas. La de USA, privada, no aparece tan por la estratosfera.
Anda algo pachucha. Allí, en el país más admirado del mundo –lo dicen las encuestas- tienen una mezcla de sistemas privados que derivan con regularidad al sistema público a todos aquellos que pierden la condición de privilegiados –unos 12.000 $ anuales te costaría un buen seguro médico allí-. No job, no health. Si no trabajo, no salud. Al sistema público. Salud, pero condicionada a que el hospital te quiera atender. Y muchos de ellos no quieren. Desde luego no los que visitan los famosos.
En un artículo de enero de 2005, titulado Intensive Care for MedicAid -hay que darse de alta, pero es gratis- el sistema al que se acoge un 15% de los estadounidenses, la firma de consultoría cataloga al sistema de salud americano como ineficiente. Y vaticina que irá a más. De hecho, una parte del sistema –la dedicada a los 40 millones de habitantes que se encuentran en el umbral de la pobreza en el país de las oportunidades individuales- consume más recursos económicos en salud que toda Gran Bretaña.

¿Porqué? Pues básicamente porque los sistemas privados purgan sus bases de datos de los peores clientes. El sueño de una empresa es no tener impagados.

El de una aseguradora, ni siniestros ni enfermos. Como el principio es optimizar la inversión -ya lo decía el cubano que fue presidente de cocacola, si no hay rentabilidad superior a la de una cuenta a plazo fijo o un fondo de bajo riesgo, mejor cerramos la línea. (Goizueta, citado por Shlomo Maital en Ten economics Tools. Un libro demasiado antiguo, para buscar su referencia.)

El gasto en salud por habitante en 2002 [datos de la OMS] era de 5,274 en USA y de 1,690 en España. Y la esperanza de vida al nacer, en el mismo año, tres años y poco superior la de aquí a la de allí. No parece que lo hagamos tan mal.

Algunas medidas que sugieren desde la firma de consultoría en su artículo son conocidas por aquí también:

  • Prescripción de todos los fármacos. Algo que se aplica en Euskadi con más rigor que en Madrid, por ejemplo -Esperanza, esperanza...

  • Conocimiento por parte de los profesionales de la eficacia de cada principio activo.

  • Apuesta por el genérico frente a la marca.

  • Cobrar algo por cada uso del servicio. Esta aún no la conocemos. Todo se andará.


De todas formas, como de esto tampoco sé nada, sino que actúo como cualquier diletante que se precie de serlo, sólo me centro en rechazar la fórmula del académico que habla de privatizar la Sanidad porque a las televisiones privadas les va bien.

Podía haber comparado los resultados de las firmas aseguradoras privadas, descontando lo que les transfiere el Estado, las enfermedades de origen genético que rechazan o el diferencial en primas entre hombres, mujeres, niños y edades, con los de la pública. Porque la sanidad, igual que la educación son universales. Al menos aquí. La tele es otra ensalada.

Lo de gratuita, vamos a hablarlo, porque cada empresa cotiza del orden del 40% del salario que paga, y cada trabajador otra parte generosa también, dependiente, en porcentaje, de sus ingresos.

Quizás sea esta la parte del pastel al que quieran acceder los amigos del académico. Bueno, ya se llevan algo las Mutuas. ¡Ah! Que no son privadas. Ya.

Claro que termina diciendo en su artículo que privada pero no mucho. “Sin entregarse a la privada sin límites ni controles[sic]”.

Hace unos años hubo un escándalo político en Alemania con motivo de… Cuando el ministro compareció en el Parlamento aceptó las acusaciones, pero viniendo a decir, que se había incumplido la ley “sólo un poquito”.

La parte contraria, a la hora de la réplica lanzó el siguiente exabrupto:-Eso, señor ministro, sería como si al llegar a casa, su hija adolescente le comunicara “papá, que estoy embarazada, pero sólo un poquito”.

Quizás haya problemas con el entramado público. Seguro que los hay, venga.

Pero privatizar todo es peligroso. Sobre todo porque los noruegos y otros europeos no sabrían dónde ir a tratarse de algunas enfermedades, como vienen haciendo con regularidad.

El tercer sistema sanitario del mundo. Negocio a la vista. Y condones públicos para los adolescentes, ya, que si no Ansón, digo, el ministro alemán, se cabrea.

18 de diciembre de 2005

Pesimistas bien informados.


En la televisión, un bebé de apenas unos meses, mordiendo una serpiente pitón de varios metros. La voz del narrador comenta que el niño no le tiene miedo porque no ha percibido miedo en su mamá. Como resultado, él tampoco lo siente.

En un artículo del semanal EPS, Rovira, el coautor del superventas la buena suerte, habla del optimismo y sus ventajas.

En algún momento le dice al lector que el optimismo se puede aprender. Define el optimismo como la capacidad del ser humano para hacerse responsable de lo que le pasa. Este tipo de persona estaría en condiciones de tomar algún curso de acción para cambiar los resultados o efectos de su propia conducta y como resultado de ello, abordaría las penurias o dificultades con un talante optimista. Como consecuencia, podría lograr otras compensaciones de la realidad, distintas de las que logra.

Cuenta de pasada algunos de los posibles efectos del optimismo: Vivir más, vivir mejor, tener más dinero, incluso.

En un estudio longitudinal, realizado por Mark Albion -un fulano educado en Harvard y millonario, un optimista- los alumnos fueron agrupados en dos categorías:

La de quienes preferían ganar dinero en el futuro para hacer lo que les gustase y la de quienes opinaban que primero debían hacer lo que deseaban o necesitaban hacer, y que el dinero vendría luego. Más o menos. Veinte años después, los segundos –apenas el 17% de la muestra, estaban más sanos y eran más alegres que los otros. Además sobre 101 personas que habían prosperado económicamente muchísimo, tan sólo una formaba parte del primer grupo.

Yo, a la luz de estas cuestiones, me pregunto: ¿En el gráfico los que tienen peor salud son pobres o sencillamente unos pesimistas?

En un reciente estudio publicado por el INE, de los 22.000 sin hogar o homeless, el 20% tiene una grave enfermedad; el 81% son hombres; y el 48% son extranjeros, pese a que en la población normal apenas superan el 8% del total.

El 12% de las mujeres sin hogar han sufrido agresiones sexuales. Estas personas sí que deben ser pesimistas.

Parte de la encuesta se ha llevado a cabo ¡por correo!

Eso sí que evidencia el optimismo de los investigadores. Bueno, que la han hecho enviando una carta a los centros de acogida. Con su conducta, me han chafado el chiste anterior. Vaya. Bueno. lo he tachado porque es un síntoma de pesimismo.

¿Y yo? Pues soy un optimista bien informado. Bueno que eso es en realidad una de las definiciones del pesimismo. No, soy optimista, porque eso, igual que los miedos, se aprende según el profesor de Esade y a mi me gustan los reptiles, mientras que mi madre no puede ni verlos.

No parece una prueba sólida. Porque el bebé que muerde a la serpiente puede ser un pesimista.

Ya. Pero es que yo vivo con una tortuga. Somos casi pareja de hecho. Tú no eres un optimista, tu eres un zoofílico o estás literalmente, ciego.

¿Ciego yo? Sí, hombre. ¡Qué optimista!

Cita el profesor Rovira a Seligman, un psicólogo que ahora investiga sobre el optimismo y los temas de inteligencia emocional, y antes investigaba sobre la depresión. En su teoría sobre el locus of control, mencionaba que una persona que no tiene control sobre los resultados de su conducta tiende a manifestar sentimientos y comportamientos característicos de la depresión, la expresión máxima del pesimismo, desde mi punto de vista.

Por ejemplo, si independientemente de como trabajes acaban por prejubilarte sin tu desearlo, el resultado de lo que has venido haciendo es consecuencia de la decisión de otros, no de la tuya. Si te lo tomas fatal, acabas deprimido, siendo un jodido pesimista.

¿Pero bueno, los del gráfico, los que no tienen un jodido duro, son pesimistas, no tienen suficiente cociente intelectual o no han leído a Rovira y Trías? Porque los homeless no les han leído, eso lo tengo claro. Como les enviamos el texto por correo.

Por cierto, que en el libro de marras sale el mago Merlín. Igual que en este libro mencionado por María ¡Qué casualidad! Salvo que este es más antiguo. Escrito por uno de los autores del modelo de negociación ganar-ganar.

Voy a seguir estudiando sobre optimismo y trabajo, que es lo mío, y a dejarme de hacer elucubraciones sobre textos que se parecen entre sí. Que parezco un pesimista. Jolines.

Y además, de esta me divorcio de la tortuga. Es que me dejé llevar por el optimismo. Como era más económica que un cachorro de galgo afghano.

13 de diciembre de 2005

REP: Viviras para contarlo.

(ligeramente retocado el día 14 de diciembre)
Ayer, durante la cena, alguien mencionó, de pasada, al socaire de la bondad de la hora, el fatal accidente que se produjo cuando el actual regente del estado y su hermano... En ese accidente este último perdió la vida.
Igual es una leyenda urbana.
Como yo no recordaba el incidente y como de haber sucedido, fue prudentemente ocultado por los que le cuidan las espaldas, acabé la cena y me largué a dormir.
Pero hoy, tal y como ha sido el día, lo recupero:

“… El 29 de marzo de 1956, jueves santo, a los 15 años, el infante alfonso muere trágicamente en estoril cuando él y su hermano juan carlos jugaban con una pistola, regalo de franco a juan.” ISBN: 8432130095.

Es que las monarquías me dan ciero repelús. El isbn permite localizar el libro de que se trata en cualquier lugar. Está dedicado al futuro -si no lo remediamos antes- regente.

En la prensa de esta mañana y mientras perdía el tiempo -que no la vida- en un taxi, dos noticias me han saltado a la cara: el asesinato de un hombre por orden del Actor Jefe en Hollywood o gobernador de California y el asesinato de un taxista en Bilbao -sin orden ni concierto, sin razón aparente-, por un joven de origen dominicano.

La pena de muerte sin descuento. Porque las rebajas llegarán en enero.

Crea fatiga en las conciencias el castigo y la contradicción.

Resulta que un presunto, de aquellos tiempos, llegó a rey sin apenas dificultades. En cambio otro presunto, candidato a Premio Nobel -nueve libros en contra de la violencia había publicado Stanley Tookie Williams, condenado a muerte en los 70 y ejecutado esta mañana-, ha visto cercenada su trayectoria admirable (para algunos miles) durante los últimos años-cuatro lustros de vida aceptable para la humanidad-, con la anuencia del actual rey de California, el negro negrata, Schwartznegger.

Hoy las noticias se han cargado de gloria. Y de muerte.

El tercero a mencionar, R.E.P., es el presunto asesino del taxista de Bilbao, que no ha sido ajusticiado por las masas enfebrecidas que le dieron caza minutos después de que degollara a Eduardo Robledo, de 45 años.

Según la opinión general, las masas siempre vamos como ganado al redil. En esta circunstancia, sin que sirva de precedente en el pais vasco, la víctima, aunque presunta asesina, no ha sido agredida por la turba, sino rescatada por las fuerzas naturales del poder -del orden público quería decir, del poder vamos- y descansa en una celda, pendiente de los dictámenes oportunos.

Un cuarto, arbusto, cabeza de chorlito o bush, en inglés, ha declarado hoy por ayer a la Prensa, protegido por algunos allegados, el asesinato de 30000 personas en Irak.

Estoy por creer la confesión de REP, el dominicano de la foto. Que tenía un cómplice.

Todos tenemos un cómplice.
Como una sombra.
Salvo los vampiros, que no la necesitan. Ni la sombra ni la coartada.

El juego consiste en no confundir a las sombras con los cómplice ni tampoco con los vampiros. Porque entonces, las reglas del juego ya no habrá que respetarlas.

REP Vivirá en prisión tantos días que podrá usar su memoria para construir una versión aceptable de los hechos para su cerebro. Como cuando cuentas algo que no sabes si lo has vivido, te lo han contado o lo has leído en un libro hermoso.

Y construirá esa nueva versión para sí mismo y para quienes tengan la ... de conocerle. Y saldrá de la cárcel, sea cual sea su pena, con tiempo suficiente para realizar algunas cosas más a lo largo de su existencia, que llegarán o no a nuestros oídos, dependiendo de la relevancia que alguien considere que tengan para nuestra existencia. Y entretanto, las víctimas de la muerte violenta y los presuntamente afectados por ellas cambiarán las reglas, o al menos algunas de ellas, confiando en ir reduciendo el impacto de la violencia gratuita en la vida de las personas, sean taxistas, viudas de asesinados en Irak o en Euskadi.

Cuando salga REP de la cárcel, dos asesinos seguirán vivos. Dos asesinos ricos. El entonces ex-presidente de USA y el inefable Arnold, el mal actor austríaco, más conocido como policía de guardería.

Alguna vez los legisladores deberían oir al resto de los asesinos antes de seguir gobernando. Sólo escuchan a los que dicen "yo no he sido". Nos iría mejor. Seguro.

Pero se resisten a hacerlo. Porque estos, los legalizados, no necesitan que pase ni una hora para volver a imaginar cómo les gustaría que hubiera sucedido o que no lo hubiera. Nadie les pide nada a cambio.

Ellos mismos son una coartada.

Me gusta mucho más el futuro de REP que el de estos HP. Al menos él va a ser castigado por la sociedad. Y volverá a intentarlo. Sea lo que sea que intentara. Los HP no. Campan por la tierra media como los nazguls.

10 de diciembre de 2005

Dame algo para comprar una Barbie de verdad

El 19,9% de la población residente en España está por debajo del umbral de pobreza relativa.

Dicha tasa de riesgo de pobreza es mayor en las mujeres (20,8%) que en los hombres (19,0%).

Como en USA. Las mujeres lo tienen siempre algo más difícil. Una madre sin pareja en ese país tiene menos futuro que un dominguero con cestita de merienda en el Yellowstone del oso Yogui.

Las encuestas oficiales publicadas por el INE confirman, con la precisión de un reloj atómico, la pobreza del Sur de nuestro -¿cómo c... se llama esta tierra ahora?-, de las mujeres, de los menores de 16 años y de los mayores.

Los mayores de 65 años acumulan el mayor porcentaje de personas en el umbral de la pobreza -6.000 euros si vives sólo, 9.000 -más o menos- si vives con otra persona- constituyen ese umbral.

Como también son ellos quienen tienen el menor nivel de enseñanza y las mayores dificultades físicas, pues la navidad se la van a pasar de toma pan y moja, literalmente.

Llega a casa un folleto de los de ECI anunciando precios de juguete. Lo más económico ronda los 20 €. La moda anda por los 45 y la mediana... me cago en la mediana. Este año se queda sin juguetes -broma, joder, broma-.

Como en la encuesta parece que los datos están pelín edulcorados, calculan el gasto por hogar en 205 € al mes, incluyendo en ello todos los servicios, desde el agua corriente hasta el gas e incluso intereses de hipoteca.

No me cuadran los datos. O yo soy un belfo con patas y abono más que el resto por servicios equivalentes, o los pobres del umbral de la pobreza -qué expresión más pacificadora- han enganchado su toma de corriente eléctrica al contador del colegio público; se duchan en casa de la vecina cuando ella anda de sábado por ahí; telefonean con ficha en antiguos aparatos telefónicos de baquelita desde la panadería-bollería-lechería; cocinan por inducción mental o concentración; usan la conexión al Internet del confesionario; no pagan gasto alguno de comunidad y su ayuntamiento les exime de la tasa de contribución, a condición de que acumulen la basura al estilo síndrome de Diógenes y baldeen su tramo de acera con agua jabonosa una vez a la semana.

Castilla -La Mancha, Andalucía y Extremadura se llevan la palma. Entre el 29 y el 31 % de las personas que viven allí dispone de menos dinero que un ludópata el día de la paga extraordinaria.

Menos mal que hace un solecito de justicia en esas tierras. Así el gasto en ropa no lo computamos en la encuesta, al menos durante los meses de Marzo a Octubre.

¿Y el de peluquería? Tampoco. Que se dejen el pelo al natural, que si no empieza a escasear la materia prima para fabricar pelucas y tenemos que importar las cabelleras de la India.

Ayer falleció una persona, mujer, de 65 años, víctima de unas descuideras menores de edad que le birlaron el monedero. El soponcio le provocó un infarto y se murió en la acera. Encima de pobres nos rapiñamos unos a otros.

He vuelto a mirar el folleto de la Department Store, del ECI, y me he decidido por un cuenta cuentos de Moltó, con la imagen de los presidentes de las comunidades de Andalucía y de Extremadura. Es que el cuento te puede durar hasta 20 años. O más. Los que llevan como. Bueno, los que llevan.

Pablo: Camareros y otros ofidios, perdon, oficios.



A las tres de la madrugada termina mi encantadora hermana de coser el pantalón.

Le ha añadido un remiendo al tiro, hecho con una falda negra de cuando llevó luto por el abuelo. De eso hace ya algunos años. También le ha añadido un par de largos, diez pulgadas, más o menos, a cada una de las perneras.

Como la falda tenía tablas, las perneras consiguen darme un aire especial.

Las costuras las ha reforzado con hilo de bramante… en color amarillo. No había más colores.

Mientras ella hace ese trabajo, con esmero, yo practico con una bandeja de estaño que le regalaron a mi madre hace algún tiempo. Un juego de te moruno acompañaba a la bandeja. Pero su peso es demasiado para mi. Sobre la bandeja 6 vasos de agua, llenos hasta el mismo borde.

Minutos después del ejercicio la bandeja está llena de agua, los vasos por el contrario se han vaciado.

-¡Deja eso, Pablo, que lo estás poniendo todo completamente perdido!

María se marchó después de comer. No quiso que la acompañara. Tenía cosas que hacer, dijo. Como el peruano, su hermano, la misma frase en distintos momentos.

-Me voy a dormir. Ponte el despertador, Pablo.

-Gracias, hermanita.

-¡Hasta mañana!

Me acuesto e inmediatamente entro en el mundo de los sueños. Veo a María en una calesa tirada por dos caballos blancos. Está sentada encima de un hombre, con una falda cortísima y su ropa interior en los talones. Es Gervasio. Ella salta sobre su vientre, mientras él arrea con las riendas a los caballos.

Me despierto sudando. Siento ardor. Me han debido sentar mal las manitas de cerdo de la cena. O quizás el puré de lentejas. Demasiada cena. Bajo las escaleras de puntillas y busco un antiácido en el botiquín del baño. Me lo meto en la boca, como hago siempre, abriendo el grifo a continuación. Han cortado el agua. La pastilla inicia su liberación carbonatada, así que la efervescencia comienza a surgir por mis agujeros inmediatos.

Las fosas nasales me crepitan. Se abre la puerta del cuarto de baño. Tengo espumarajos en la boca, me caen por la barbilla hasta el pecho.

Mi abuela lanza un grito y se desploma.

-¿Qué ha pasado?

-¡Ay, dios mío! ¡Que se ha muerto mi madre!

Mamá, en camisón, se aproxima a su madre. Se levanta como un ciclón. Abre el armarito de los cosméticos y arranca una de las hojas de la puerta.

Le coloca el espejo de la puertecilla sobre la cara a mi abuela.

-Necesito saber si respira. Me da explicaciones que yo no he pedido.

Aparece mi hermana. Me suelta un pescozón.

-Serás gil. Casi matas a tu abuela. Límpiate la espuma. ¿Estás tonto?

-¡Ay!

-¿Estás bien, mamá?

-Me duele la coronilla.

-Menudo chichón que te has hecho, mamá. Anda, levántate y tómate una copita de aguardiente. Trae la botella, Pablo, hijo. Date prisa.

Se sienta en uno de los sillones. Toma un par de tragos de la botella y eructa como un bebedor de cerveza.

-Venga, a dormir todos. Mamá, ponte esta chichonera. ¡Así no! Al revés.

Me vuelvo a la cama. Recién acostado suena el despertador. Me levanto, me aseo con colonia Denenes y salgo de casa, vestido con el smoking.

En el suburbano la gente se da codazos, me observan y se desternillan. Hago un trasbordo y camino desde la estación de Serrano hasta la embajada de Japón.

Llego a las 7:15’.

Un vigilante oriental me pide algunos datos. A su pregunta:

-La contraseña, por favor.

Contesto:

-Yamasushi. No, yamakushi. No, yamimasushi. Recuerdo que tengo la tarjeta en el bolsillo de la chaqueta. La saco y leo el texto.

-Suriyaki.

-Correcto, señol. De tercer plato. De primero Dorayaki. Y los aperitivos, sushi norimaki.

Me indica como acceder hasta la cocina. Allí hay más de 50 cocineros y otros tantos hombres y mujeres vestidos como yo, pero mejor.

Uno de ellos se me acerca y me dice:

-Tú servirás el rango 16. Prepárate el galidon para 15 comensales. Las salsas calientes las recogerás aquí al momento. El maestro salsero preparará las porciones individuales.

-Toma, un plaqué. Colócale dos flores en ojiva a los extremos y un lito para que no se escurran los recipientes.

Me voy sin preguntarle nada. Como no he entendido las instrucciones, confío en poder modelar mi conducta fijándome en alguno de los camareros, más tarde.

En el salón donde tendrá lugar la recepción, las mesas están dispuestas para 15 comensales. En cada rango hay una pequeñas tarjetas con ideogramas y debajo de ellos la traducción a caracteres latinos del nombre original. No está Fujimori.

Varios camareros, que parecen extranjeros, hablan en un rincón. Me acerco a ellos.

-¡Hola! ¿Alguno de vosotros tiene a Fujimori en su rango?

-Yo lo tengo, dice uno de ellos, que luce una sóla pierna. La pernera de la otra está recogida sobre sí misma, sujeta por un imperdible enorme.

-¿Me lo podrías cambiar?

-Tú, ¿cuánto me das?

-Sólo tengo tres euros.

-Vale. Tres euros y además haces mi rango.

-No sé si podré.

-Yo no puedo servir, soy cojo. ¿No lo ves?

-Y, ¿cómo se te ha ocurrido venir?

-Porque necesito trabajar. De lo que sea.

Hacemos el trato.

Cuando me acerco a mi rango, alguien me llama la atención con unos golpecitos en el hombro.

Me vuelvo. Otro camarero, de piel oscura, quizás de origen árabe, me muestra un carnet de identidad.

-Ya soy residente. Mira, la bandera de este país. ¿Te gusta?

Sonrío sin contestarle y me dirijo hacia el galidon, un mueble simialr a una mesa auxiliar.

Preparo las cosas observando cómo lo hace el camarero del rango 17, un individuo de casi dos metros, que luce un turbante dorado y espesas barbas.

A las 9 de la mañana nos dan de desayunar. Comida japonesa. Está incomestible, así que arrojo el plato en una maceta, que al momento, se mustia.

Hasta las 12 de la mañana no llegan los comensales. Por lo que he podido oír, vamos a servir una cena. Como en Tokio son las 20 horas…

Alguien ha colocado dos plomos enormes en los fondillos de las cortinas. Para que los plisados de las mismas queden rectos.

Como los plomos son de cuatro kilos cada uno, descansan sobre dos garrafas de agua mineral recambios de algún dosificador de esos que usan en las oficinas y que en la embajada se encuentran por todas partes, incluidos los servicios –supongo que aquí tienen la utilidad de ayudar a hacer pis a quienes son sometidos a control antidoping dentro del territorio japonés que ocupa la embajada.

Uno de los invitados me solicita que recargue uno de los dosificadores.

Olvidando la utilidad actual de las garrafas retiro una con enorme brío. Al momento la barra de aluminio de la que penden las cortinas cae sobre las cabezas de dos de los invitados, las cuales se precipitan a su vez sobre el plato de caldo dashi.

Uno de ellos, con tan mala fortuna, que se golpea en el ojo izquierdo con una de las cucharas, lanzando un grito estremecedor, un kiai, similar al que emiten los karatekas durante el combate.

Al escucharlo, todos los invitados de rasgos orientales se ponen en pie y emulan al desgraciado.

En este momento dos camareras aprovechan para llevarse al hombre –que resultó ser Fujimori- al cuarto de baño. Decido seguirlas, mientras en el comedor los guardaespaldas del ex presidente inician una trifulca con los orientales que continúan emitiendo kiais, mientras los miembros de seguridad reparten mandobles entre las mesas.

Entreabro la puerta del servicio de caballeros. Una de las camareras está hablando con el hombre, mientras la otra, arrodillada le realiza un trabajo de bombeo y succión. El hombre habla extraordinariamente deprisa durante un breve período de tiempo. La mujer que está de pie junto a él mantiene un bol de loza a la altura de la cabeza de la mujer arrodillada. El hombre balbucea, pone los ojos en blanco y gime de placer o de dolor, porque no distingo las emociones expresadas en japonés.

La mujer saca eso de su boca con dos dedos, como si tuviera reparos del miembro después del lavado a que lo ha sometido con su propia boca y escupe varias veces sobre el bol. Su compañera empuja al ex presidente sobre los urinarios, quien resbala y aterriza con el trasero en el suelo y la cabeza dentro de uno de ellos. El agua de la cisterna se dispara y le empapa la cabeza.

Las mujeres salen corriendo del cuarto de baño. Al pasar por mi lado, la que ha hecho todo el esfuerzo me mira, coloca su dedo índice sobre los labios y dice:

-¡Schhhh!

Expresión sobre cuyo significado no tengo dudas.

Vuelvo al comedor. Uno de los camareros, al que en principio no reconozco, me llama por mi nombre y me indica que le siga. Al llegar a su altura me doy cuenta de que es mi cuñado.

-¡Tú! ¿Qué haces aquí?

-He venido a cerciorarme de que la operación ha sido un éxito.

Salimos por una puerta abatible que nos conduce a unas escaleras. Las bajamos. Son siete los escalones. ¡Qué suerte! Al final de las mismas me llevo una nueva sorpresa. María está de pie junto a las dos camareras. Sujeta el bol con la sustancia orgánica extraída por métodos naturales del interior del señor del cuarto de baño. Me sonríe. Yo, bobalicón absoluto, le devuelvo la sonrisa.

-¡Zas! No te hagas el jilipuertas, Pablo. Coge el bol y llévaselo al peruano, al que llamamos hermano de María. Está en el callejón de La Hermandad, un cul de sac a 100 metros aproximadamente de la embajada, bajando por la calle Serrano. Sal por la puerta de la izquierda, No te encontrarás con nadie.

Recojo el bol de la mano de María.

Al salir de la estancia por la puerta que me han indicado, me encuentro en un garaje con dos vehículos de la marca Jaguar. Está muy oscuro, si bien al fondo entreveo una persiana metálica a medio abrir, medio cerrar, según se mire. Me dirijo hacia ella, cuando tropiezo con una lata grande. Me caigo y suelto el bol, que gira sobre su perímetro circular, perdiendo su contenido y llegando hasta la persiana. Me lanzo sobre él, antes de que llegue a la calle. Está vacío. Me entra verdadero pánico.

El ataque de ansiedad fuerza a mis neuronas a trabajar deprisa. Me bajo la cremallera e intento alcanzar una erección. No puedo. Tengo el pito como un calcetín arrugado.

Oigo pasos. Al fondo vislumbro la silueta de una mujer. Es María. Se ha subido la falda y hurga entre sus ropas. Parece que se está colocando las medias. Imagino su liguero, su boca practicándome las mismas artes que he visto ejercer a la camarera allí arriba. La erección y la eyaculación se producen instantáneamente.

Salgo de garaje, con el bol en la mano izquierda y mi cacharrito, nuevamente arrugado en la mano derecha. Me limpio el cacharrín y la mano en la chaqueta del smoking de alquiler. No sé si saldrá la mancha. Pero eso importa poco ahora.

Me apresuro en dirección al callejón. Cuando llego a su altura, una mano me sujeta con fuerza el brazo. Con la otra mano el peruano me quita el bol.

-¡Gracias Pablo! Me da dos besos, uno en cada mejilla, momento en el que me acuerdo de Breznev, Yeltsin, Putin y los dos besos que le plantaban en la cara a cualquier mandatario occidental que fuera a recogerles a un aeropuerto. ¿Tendrá el peruano antepasados rusos, también?

-¡Para ti! Y cierra mi mano sobre un fajo de billetes de 50 euros.

Sale del callejón y en ese momento aparece mi cuñado en una moto de gran cilindrada, con María de paquete. Ella se baja, mostrándome sus hermosas piernas y algo más.

El peruano se monta y la moto arranca con un gran estruendo y mucho humo de escape. María se me acerca, me lanza contra la pared y me besa, hundiendo una lengua enorme dentro de mi boca. Luego me desviste con urgencia y me hace lo mismo que vi hacer a la camarera. Pero no consigo excitarme.

-¿No te gusta, Pablo?

-Me encanta. Pero es que estoy seco.

-Bueno, pues vamos a beber algo y ya seguiremos.

Salimos del callejón. Miro hacia atrás en la calle principal y veo un gran revuelo delante de la embajada. Varias personas yacen en la calzada mientras los coches les sortean a toda velocidad.

Bueno, a una de las personas un autobús ha sido incapaz de evitarla. Se oye el grito del conductor.

-¡Cabronazo, quítate de ahí!

-¿Vamos a José Luis? Dice María, tomando mi mano.

-De acuerdo. Pero pago yo, le digo mientras tanteo los billetes dentro del bolsillo.


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9 de diciembre de 2005

Pablo: Mendrugos en casa de galgos.


Llegamos al comedor, ese espacio común, mezcla de sala de visitas y almacén de muebles, chamarilería vetusta. El aparador, aparatoso, la vitrina, que muestra varios juegos de cristalería en desuso y un peluche enorme detrás de ellos, escoltado por varias fotos de boda, antiguas.

María se sienta junto a mi hermana. Yo enfrente.

-Niño, pon el pan y los cubiertos, grita desde la cocina mi madre.

La abuela aparece con un plato de lentejas que sitúa delante de María. El trozo de chorizo que flota sobre el magma de las legumbres me trae a la cabeza el acontecimiento reciente, mi mente a rebufo de las endorfinas que van explotando comoburbujas carbónicas. Deseo aplanado.

-¡Niño, joder!

Retiro la silla de la mesa, despertando la furia de los vecinos del piso inferior por el ruido que emiten las robustas patas. Los muebles estilo falso isabelino despiertan la cólera de los inferiores. De los de la planta inferior, quiero decir.

Suenan golpes de escoba en el techo, en el suelo. El techo de ellos, el suelo nuestro. ¿Sube el ruido o baja? Y la escoba. La escoba sube, impulsada por las manos del vecino.

Llego a la cocina, troceo una barra de pan con las manos. Las judías verdes, la lechuga y el pan, se trocean con las manos. Las patatas, cuando son para guisar, se arrancan, el corte de cuchillo no llega hasta la palma de la mano que sujeta la patata, sino que se tira del trozo hacia el exterior.

Así consiguen las formas irregulares de los guisos del Norte, de los cachelos y los platos de alubias de las…

-¡Date prisa, hijo! Y ve a abrir, que están llamando a la puerta.

Dejo las patatas, digo, el pan, los molonduzcos de pan, como los denominaba aquella niña del colegio, los cachos de pan.

Al pasar por el comedor, con la mano sobre su hombro, evito que sea mi abuela quien se levante a abrir.

-¡Gracias, hijo! Es que es tan bueno, añade, dirigiéndose a María, a quien miro y me devuelve un guiño de inteligencia que hace resucitar las bolitas carbónicas de endorfinas, de alegría.

A la puerta, mi cuñado y el peruano. ¡Qué C… hacen aquí?

-¡Hola, chaval! Mientras con una mano abre la puerta de par en par y con la otra me invita a dejar paso.

-¿Cómo estáis? ¡Hola, mamá! Al llegar al comedor, se ha hecho el amo de la situación.

-¡Qué bien huele! Se sitúa detrás de la silla de María, le toma la mano con la que ella sujeta la cuchara y prueba las lentejas, de la mano de mi..., de la mano de ella. Mi hermana, convertida en una heroína de manga, lo petrifica con la mirada. Al percibirse, el cuñado se acerca a mi hermana e intenta besarla. Ella gira la cabeza, lo suficiente como para que el ósculo se pierda entre las guedejas y la cinta para el pelo.

Amenazan nubarrones.

-¿Has comido, hijo?

-¡No, abuela! Y mi amigo –señalando al peruano- tampoco.

-Pablo, acerca unas sillas y unos cubiertos.

-¡Niño, termina con el pan!

-¡Ya acerco las sillas yo, don Pablo, no se azore! El peruano, con ese castellano antiguo y lisonjero, se carga con las dos sillas en la misma mano.

Miro hacia María, pero sus ojos no pierden ripio de mi cuñado. Me embargan los celos. Las burbujas han dejado paso en mi cabeza a un agua de vichy catalá desbravada.

Amarga acidez en la garganta. Desamparo. Me acerco a la cocina y desbrozo las pistolas de pan, con la furia de un maqui en candanchú, tras una trifulca con tricornios.

-¡El pan no te ha hecho nada! Y abre la puerta, que están llamando.

Gervasio en el descansillo.

-¿Te llegó lo que te envié?

-Un momento Gervasio, ahora se lo devuelvo.

Paso por el comedor, subo las escaleras de dos en dos, olvidándome de terminar en 9 o en 7 pasos, hirviendo. Encima de la cama están los documentos.

Los rompo en mil pedazos, busco por la habitación y encuentro un recipiente donde ubicarlos. Un cenicero recuerdo del Pilar de Zaragoza. Bajo las escaleras. Llego a la puerta y le entrego a Gervasio el cenicero con los restos, trozos de papel amarillo con palabras ilegibles escritas con tinta de color verde.

-Lo he pensado mejor.

-Pues era una gran oportunidad. Espero que no tengas que arrepentirte.

-El fracaso es la madre del éxito incipiente. Basta con acertar en el próximo giro de la ruleta.

-¿Qué dices? No te comprendo.

-¡Par y pasa! Añado, cerrándole la puerta en las narices. En mi bolsillo los talones de comida. Noventa y tantos euros. Esta noche me llevo a María a cenar por ahí. A un sitio de kebabs con reservado para parejas. Siento burbujas otra vez dentro.
Regreso al comedor.

-¿Quién era? Grita mamá desde la cocina.

-¡Se han confundido! Contesto, evitando dar innecesarias explicaciones. Me siento bien, sin el peso de un trabajo amenazador y humillante. Aunque debo pensar seriamente porqué firmé el contrato. ¿Demasiada pulsión negativa? No creo. Demasiado calentón.

Antes de sentarme a la mesa recuerdo que el pan sigue en la cocina. Al levantarme suna un ligero tintineo.

-¡Mi pendiente! Ha rodado por debajo de la mesa. ¡No lo vayáis a pisar, por favor! Es mi abuela, quien emulando a aquella folclórica que en tv, hace años, puso a toda la gente del plató a buscar una joya que había extraviado, intenta que hagamos algo.

-Ya lo busco yo.

Me agacho y me escondo bajo la gran mesa.

Muchos pies y… la falda de María se le ha subido casi a la cintura. Separa sus piernas y puedo ver su precioso monte de Venus, hirsuto, feraz, detrás de la ropa interior de piel de ángel en color blanco. Algunos vellos oscuros escapan de los ribetes de la prenda, a la altura de las ingles.

-¿Lo has encontrado?

-¡Aún no, abuela!

-¡Que nadie mueva los pies, por favor. Es un recuerdo muy valioso para mi.

Estiro la mano, llego hasta su monte. Un vahído de malicia, una sensación dulce, el deseo creciendo. Las piernas se cierran alrededor de mi mano, la caricia estremece a la propietaria de esas fabulosas extremidades.

Retiro la mano. Ahora su sexo se marca nítidamente, mostrando lo que en algún lugar he oído que llaman pata de camello, la marca de sus labios femeninos en la ropa.¡Qué felicidad, que lujo para mi vista!

Mi mano izquierda tropieza con el objeto.

Salgo y se lo entrego a la abuela.

-¡Gracias hijo!

María me observa con rasgos felinos, las pupilas diminutas, como dos rayas negras sobre el verde azulado de un iris profundo.

Vuelvo a la cocina y regreso con el pan.

Mamá me sigue, con una fuente de huevos guisados.

-¡Tres docenas! Y aún quedan más huevos cocidos.

Mamá guisa para familias numerosas. Luego nos toca repetir la pitanza durante un par de semanas, día tras día.

Mi cuñado mancha el mantel con una cucharada de lentejas.

-¡Perdón! Dice con voz infantil, atiplada.

-No pasa nada, añade mi madre, mientras mi hermana levanta el plato de su novio –ex novio me gustaría decir. Mamá coloca dos servilletas de papel entre el mantel y el plato que vuelve a dejar mi hermana sobre la mesa.

Mi cuñado ha sacado un cigarrillo e intenta encender una cerilla con una sola mano, como un vaquero de película. La cerilla se le escapa, prendiéndose al mismo tiempo y encendiendo fuego en las servilletas de papel.

El peruano reacciona con prontitud, volcando la fuente de huevos guisados sobre el plato de mi cuñado, sofocando la lumbre.

-Bueno, pues habrá que mojar sobre el mantel, añade mi hermana, mientras esturrea algunos trozos sobre el mantel.

Todo el mundo hace lo mismo.

-Si queréis preparo unos huevos rellenos. Como ya están cocidos.

A la hora de los postres (dos flanes con nata, cuatro rodajas de piña, un helado de vainilla de medio litro, varias nueces caramelizadas y seis guindas, ¡por persona!) el peruano me entrega un paquete.

-Que nosotros tenemos que marcharnos ya. Aquí tienes lo que necesitarás para mañana. A las 7 en punto en la dirección que encontrarás dentro. Estaba muy bueno todo, señora, muchísimas gracias.

No sé a qué viene lo del paquete. No reacciono de momento. Se levantan ambos y se marchan. Mi hermana les acompaña a la puerta. Les oigo discutir, a ella y a mi cuñado.

Abro el paquete, aún embelesado mentalmente por la visión de las formas de María, tan veladas por la caricia de la piel de ángel sobre su propia piel, como evidentes para mi imaginación tan desbocada.

-¡Qué es esto! Parece la piel de un pingüino. Viscosa. Toco con cierta repugnancia y el tacto plástico del envoltorio de celofán me devuelve a la realidad. Es un smoking muy bien doblado, del que asoma la pechera con chorreras de una camisa de fiesta y una pajarita blanca con un lunar enorme en el centro. ¡La bandera de Japón! El extra de camarero. Definitivamente voy a tener que hacer el trabajito.

- Voy un momento a mi cuarto. Ahora bajo.

Cuando extiendo el traje sobre la cama una tarjeta de visita cae al suelo. La dirección de la embajada en Madrid y un nombre de contacto o una clave: Suriyaki.

Miro el interior de la chaqueta. El forro, de poliéster, está completamente deshilachado. Talla 60. La mía es una 48. El pantalón, talla 26. Uso una 32.

Cuando consigo enfundarme en él, observo que las perneras quedan por encima de mis pantorrillas, cual bermudas largos. En el tiro del pantalón mis atributos adornan tanto o más que la almohadilla de un torero.

-Bueno, digo en voz alta, con unos calcetines largos del tipo ejecutivo y subidos hasta las rodillas, disimularé mañana este entuerto. Y si no ceno hoy, no desayuno al levantarme y me auto administro una lavativa con el enema que emplea la abuela todas las semanas, evitaré que reviente el pantalón.

La chaqueta, no obstante, presenta menos opciones. Tres vueltas de manga dejan asomar las falanges de mi mano izquierda.

- Dos vueltas más y listo. Me insuflo ánimos.

Hago lo propio con la manga derecha. Entra María y al ver mi almohadilla torera se precipita sobre mi, manoseándome.

-No, no, que voy a reventar. El tiro. El tiro.

-¡Ay! Pablo eres un prisillas, cielo. Tendré que tratar tu precocidad.

-No es eso, es el pantalón, el pantalón.

-Pues ahora te lo saco.

-No, no, si haces eso ocurrirá lo peor.

-Ni que fueras un surtidor de horchata, Pablo.

Conseguí levantarme. La cremallera, rota. Las costuras, reventadas. El tiro. Ya no existía. Una falda negra con perneras. En eso se había convertido el pantalón. María abrigó mis partes con las suyas y yacimos muy quietos, muy juntos, sobre el lecho.

-¿No queréis tomar un café antes?

Mi hermana, nuevamente. Esta vez no se quedó en la puerta.

Esta vez gritó la frase a dos centímetros de mi oído.


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5 de diciembre de 2005

Comidas de empresa a la vista.


Las comidas de empresa amenazan en el horizonte.

La nuestra será el 21 de diciembre y tendrá lugar en algún lugar de diseño y sofisticación.

A partir del día 10 de este mes se podrá ver cola delante de comercios - espacios como las tiendas de jabones de colores:

-Deme 45 porciones de 75 grs cada una. Son para la comida de empresa.

No les invitarán a lavarse y perfumarse antes, no. Es un detalle. Nada más. No es una indirecta.

Además, que decirle a alguien que apesta no es fácil.

En la escala de situaciones estresantes, para los jefes, es de las situaciones que más ansiedad genera. Lo suelen dejar en manos de los recursos inhumanos.

¿Te puedes imaginar que lo hicieran? Bueno, yo lo haré por ti:

-Thalasos, te duchas con Aurora, la Directora de Asesoría Jurídica y con el Gerente de Consultoría de Alicatado de Baños en el Sector Público o no asistes a la comida. Tu verás.

Desternillante: Todos saliendo de la oficina con olor a limones salvajes, melón y regaliz. Sólo nos faltará una piruleta con el logotipo de la empresa en el celofán del envoltorio agitada al viento como el banner o estandarte de le empresa.

En el caso que me ocupa en este post de la libretilla -ya comparto el término acuñado por Indah-la mujer de la foto no parece disfrutar de una comida de empresa.

Aparte de por la edad, que permite deducir que no es trabajadora por cuenta ajena,
la risa franca que embarga su espíritu, llenándolo de felicidad también da pistas.

Esa alegría no suele presidir las comidas de empresa. Quizás a la hora de los chistes tras la segunda copa y una vez que los jefes han huido de la reunión hace rato –porque se temían la ruptura con el protocolo y el consiguiente chorreo que se les vendría encima.

-Y ¿de qué se ríe? ¿De tus casposos postcads?

-Estamos crueles hoy, ¿no? Se ríe de sus ocurrencias frente a la música.

-¿Lo qué?

-Alguien ha dicho que esa música hay que oírla moviendo y agitando hacia delante la cabeza.

-Y ella ha respondido: ¿Cómo las palomas? Y ha iniciado el baile rítmico de cabeza, soportando sus vértebras en la fortaleza menguante de sus diminutos músculos trapecios.

-Bueno ¿y la risa? ¿De qué se ríe la buena señora?

-De un tema heavy tocado a la guitarra que está escuchando en un ipod.

-Y qué tema es ese tan simpático. Porque yo también quiero reírme.

-Es el Nothing Else Matter, tocado a dos guitarras.

-¿Y qué tiene de gracioso?

-Que lo está tocando su nieto. Que ha grabado las dos guitarras en distintas pistas. Que ha entrenado como 120 horas para aproximarse a las notas del virtuoso de Metallica, Kirk Hammett.

-Pues aún así, no veo a qué viene la risa.

-Durante la comida de empresa a ti te va a tocar esperar a la segunda copa, a los chistes malos y a que los jefes se marchen. Para obtener unas sonrisas que van a ser lo más parecido al sexo de pago. Y además te vas a rascar el bolsillo. La segunda copa de la plantilla la vas a perder, jugándotela a los chinos. Acuérdate.

-¡Será cenizo!

-Mira la foto otra vez y aprende a comportarte a los 85 años.

-Yo, afortunadamente, no los tengo aún.

-Estás a tiempo de aprender a disfrutar de las pequeñas – grandes cosas. De ir entrenando. Mira la foto. ¿Inteligencia emocional? Naturaleza humana.





1 de diciembre de 2005

Me sacas de mis casillas y otros asuntos

(algunos errores han sido corregidos el día 2 de diciembre. Y se añadió un huevo de pascua en mp3. No te lo pierdas.)
Experiencias reveladoras como la que acaban de sufrir los prebostes que campean por Madrid -alguien lo denomiraría vivaquear a lo que hacen, aunque ese término se lo reservo a mi homeless favorito en la actualidad, un joven de apenas 23, que vive y escribe en la calle desde hace un mes, al que estos deberían invitar a pasar el invierno en su casa, con su energía de endesa (no les gusta el gas natural, prefieren "lo" corriente)- deberían proveernos de unas semanas de sosiego.

Bonito diciembre. Un preboste "va a ser" que no firma nada en un par de meses. MOLA.

Quizás en su desliz, más que caída, hayan probado el asado de fósforo en dosis mínimas, claro -apenas una cata- que sus aliados allende los mares realizan con la pericia que tienen los inventores del Berbiquiu, BBQ para entendidos en chistorra, morcilla y magro de cerdo.
Me alegro de que reciban una segunda oportunidad de su credo representado por B. XVI.

Confío que se retiren pronto y aprovechen la segunda oportunidad que les brinda su cielo.

Salvo que su pacto personal con los diablos se lo impida. Yo, apuesto por prejubilarles y que disfruten. Que les resarza el partido de la no visión de dios hoy.

Homenaje a la libertad de educación: Iker renovado. Respira Madrid.

Margarett Mead, esa persona que dedicó su vida a desentrañar la sociología de los hombres primitivos, llegó a venturar una hipótesis plagiada por mil antes que ella, e incluso después:

Dadme a 10 niños sanos y haré de ellos un universo. Megalomanía o ciencia. Al cancerbero del equipo de la capital le entrenaban con un futbolín -declara un periodista en el diario el país- y una lavadora:

"El futbolín era el premio a las cucharadas de potito que no deglutía a satisfacción de mamá.

La lavadora era el equivalente a la hipnosis: El balón dentro, el niño-muñeco fuera, ejercitando el esternocleidomastoideo al ritmo de centrifugado."

Lo que decía Margaret, aplicado a un muchacho. "Dadme..." Pues eso.

El entrenamiento se vió reforzado con la querencia de papá porque el muñeco fuera futbolista:

"Si yo no lo he conseguido, que lo obtenga él al menos". Le sugería maldades de padre al mister de las divisiones inferiores para fortalecer al vago, porque el niño "vale mucho".

La inmortalidad.

Lo somos por el hecho de apostar por otros.

Aunque estas lecturas aviesas me hagan reconsiderar la afirmación de que la educación es responsabilidad y libertad de los padres.

Casi les hacemos una revolución a la china y que se espabilen.

Vayan a iniciar el proceso estúpido de considerar que a la nena no se la puede engañar con el fútbol. Aquí fútbol para todos o para nadie.

Razones para dudar de ese derecho a educarles nos las dan continuamente. Bueno. se las dan ellos mismos.

Pero no se atreven a renunciar.

Aunque otro razonamiento puede ser: ¿Y si el niño quiere?

A lo que no es posible oponer razón humana, salvo que aparezca algún cuidador de colegio modelo Eton -el colegio de la élite británica, tradicionales como para mancillar acogiéndose a las santas escrituras, pero con la luz apagada- y le cruce la cara al lerenda que pretenda campar por sus respetos, comportándose cual si de sereno en los años 50, o policía en cualquier época del mundo, se tratara.

El que más dice saber de gemelos -que no, que no es la cadena Cuatro, que es Pinker, Steve en los círculos- rechazaría, seguramente la posibilidad de que dos gemelos monovitelinos - monocigóticos, mismo óvulo, mismo espermatozoide- o dicigóticos -distinto material genético- ejerciesen de portero de soccer -fútbol, ya lo sé- el mismo año.

Miento. El mismo año si. Porque en el colegio les situarían al mismo nivel de pericia sus pares -no, está bien escrito, no son los padres, los pares, el grupo de edad, tus colegas, vamos, los bestias del grupo al que adoras y en el que te integras como ladilla con ladilla frente a matorral de pendejos-.

A lo que no apostaría sus barbas Pinker es al hecho de que les fichara el mismo equipo y por el mismo precio y el mismo día.

Bueno, ni en días consecutivos.

Así que la educación tiene algo que ver. Cuenta mi amigo landáburu que ya andan algunos niños que juegan en alevines e infantile,s con representante o agente profesional. Bendita educación.

-Y con todo esto, más Casillas, los políticos y el helicóptero...¿Qué hacemos?

-¿Pero, te quieres ir ya, Thalas?

-Aún no sé como casar las variables. Pero todas apuntan al mismo sitio.

Hipótesis 0: Si el padre del portero hubiera entrenado a los políticos del accidente, alguno de ellos habría salvado los deditos de la rotura y el entrenador de porteros de las categorías inferiores seguiría buscando una estrella, mientras el muchacho de enormes reflejos y que acaba de renovar por el equipo del régimen, no se vería obligado a emular al protagonista de Gladiator -otro gemelo entrenado por alguien- cada vez que le zurran 0 a 3 en el campo.

Claro, que entonces tendríamos que prejubilar a todos los que han levantado el circo.

El Circo Mundial pasa el invierno en Madrid. Bueno, lo pasaba. Antiguamente, Circo ATLAS: No se quien de los dos sostiene este mundo, si el circo, si Atlas como afirmaban los antiguos.

Me alegro sinceramente de que no les haya ocurrido nada grave a los del helicóptero siniestrado en el circo. Digo, en la plaza.

También confío en que ellos piensen sobre la muerte de la misma manera que pensamos los demás, a partir de ahora. Que la muerte no es un juego de salón; que eso lo sabe casi todo el mundo.
Bueno, menos ustedes y sus aliados.
Memos, ustedes.

Huevo de Pascua