29 de noviembre de 2006

Hierarchy is always involves when money or rewards

Cuenta Charles Perrow en su libro Organizaciones Complejas que los reyes recibían dinero de los señores a cambio de ceder el derecho de cobro de impuestos a sus propios súbditos.

En ocasiones el rico prestamista se excedía en sus atribuciones haciendo peligrar los flujos de caja futuros de esa monarquía, bien cobrandoles antes de tiempo, sin esperar a la próxima cosecha por ejemplo, bien cobrándoles por encima de lo que habituaban pagar.

Una conducta que a veces explota la máquina cinematográfica con notable precisión. Como es el caso de la película Snippers, donde un mafioso le vende la deuda de un tercero a un potentado del crack, quien aprovecha para vengarse del deudor.

Cuando el accionista le permite al directivo tomar decisiones del tipo de las que va a adoptar el presidente de la mayor productora de aluminio del mundo, fundada en 1888, se comporta como el rey con su rico vasallo. La empresa va a echar a miles de trabajadores cuando el negocio va viento en popa, porque el maromo presidente ha decidido que tiene que ir mejor. Hay que superar el 20% de rendimiento porque si no, mejor tener el dinero en el Banco, sin correr riesgos ni madrugar. Ya lo decía Goizueta, el gran presidente de la coca cola.

Con esa conducta empobrecerá a los accionistas en el futuro, porque mandará a hacer puñetas a unos cuantos consumidores de aluminio, que tendrán muy pocas oportunidades, así como ganas de consumir refrescos en lata. No, por eso no. Es sólo un deseo. En realidad cuando estén mal, harán nuevamente lo mismo. Siempre funciona. El capital depende del trabajo para subsistir y procrearse, pero detesta a los propietarios del mismo.

En el camino, no obstante, el maromo verá crecer dramáticamente su valor personal en el mercado de los top managers, al menos a corto plazo, y su paquete de opciones sobre acciones hará lo mismo. De hecho andaban pachuchas las acciones, pero se ganaron sus buenos cuartos de punto, ente los 28 con algo $ y los cerca de 31. Cerca de dos pavos de ganancia con el despido de unos cuantos miles.

Echar a los 6.500 cuesta entre 375 millones y 425 millones en indemnizaciones. Por ahi por ahi. Es que no les salen las cuentas aún.

¡Joder, gente que no sabe sumar y se confunde en 50 millones de pavos, más de 8.330.000 de pesetas tienen la desfachatez de echar al contable...!

Entre mientras, el maromo podrá adquirir de su pecunio unos cuantos miles más de opciones al precio que tenga garantizado por los accionistas [sí, normalmente pueden comprar por debajo del precio nominal] y así crecerá su patrimonio.

Es decir, que inflará artificialmente el precio de las acciones -porque las supuestas indemnizacioens de los vasallos no las contabilizará como gastos del ejercicio, sino que las periodificará en, digamos 10 años, vaya a ser que caigan de verdad esas acciones bonitas, su tesoro-. Como dice una escritora de derechas, "el capitalismo es bueno hasta cierto punto. Pero la ambición debería tener límites."

Cuando las compañías deciden trabajarse el músculo y reducir las toneladas de carne contratada, suelen transmitir a la sociedad la necesidad de la medida por motivos de supervivencia.

Pero al hacerlo en períodos de bonanza nos dejan estupefactos.

Aunque no lo cuentan, normalmente están reduciendo sus costes a futuro. El amromo se apaña una salida decente. Los miles de millones los contabilizará en unos cuantos años, a ser posible muchos, hasta después de que sus opciones estén completamente garantizadas, "vested" lo llaman los anglosajones.

Como sus empleados son intrínsecamente un coste incremental, anticipan el precio de ese recurso -de ahí lo de recursos humanos- antes de que la cosa se ponga fea. De paso ganan cotización en bolsa, hacen sonreir a algunos de los directivos de fondos de inversión y a algunos de los pensionistas y antiguos trabajadores de la misma compañía, que ven como la paga del próximo mes incluirá un aumento.

En el juego, todos ganan. Eso es lo que nos dicen. Y como los vasallos no sabemos protestar ya.

Por cierto, la compañía es Alcoa. Y el actual secretario del tesoro américano, antiguo presidente de la empresa, mantiene 100 millones de dólares en stock options de esa compañía. El que le sucedió, el actual, tendrá menos.

Es curioso como cuanto más arriba de la pirámide te encuentras más inteligente pareces. Como todos los demás te ayudan a tomar decisiones.

Cuando el albañil se enfrenta a la decisión de cambiar un tipo de masa por otra atendiendo a la dureza del agua, por ejemplo, nadie está allí para ayudarle. En cambio en la pirámide todo el mundo se abroga la potestad de ser asesorado por otros.

Pienso que es para participarles la culpa. Como en el cole:

-"¡Que no se te ocurra decir que he sido yo!"

Pagarán los vasallos.

¿Te imaginas esa operación en un taller de 25 empleados? Anda ya. No les dejaría hacerlo nadie.

Añade el amigo Charles: Hierarchy is always involve when rewards there are at stake: Cuando la bolsa sona.

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24 de noviembre de 2006

Pablo: Paraiso de las viandas

A la izquierda de la recepción del hotel se abre un espacio diáfano, cubierto de plantas de jardín tropical o americano: palmeras, palmeras y más palmeras, estas últimas robustas y bajitas, como guerreros. Más allá una escalera con balaustrada de madera e incrustaciones doradas y alfombra de color rojo, como la que se extiende en los premios de cine.

Mis compañeros me animaron a bajar por ella, iniciando la conversación uno de los gemelos:

-Bazofia europea, ¿eres un ciudadano del mundo, un mariquita con posibles?

-Al Matafi, por favor, permítele que se acostumbre a nuestro sentido del humor progresivamente. No le atolondres con tu imaginación.

-De acuerdo Al Batafi, seré tan precavido como la paloma que inicia el vuelo ante la presencia del halcón.

-Mis queridos amigos, propongo que cenemos en el Cortijo de Almendralejo, que dedica esta semana sus cenas al orondo Aragón.

Pensé que era una buena estrategia para hermanar regiones, como celebrar la semana del cocido madrileño en Guipuzcoa.

Entramos en el restaurante, que estaba situado en el subsótano, dos plantas por debajo de la recepción. Habían decorado el exterior de este área como una calle americana, incluidos los semáforos de película de los años 40, cuyas luces cambiaban del gris oscuro al blanco, mientras un actor árabe, vestido con un traje negro, botas de montar y gorra de plato dirigía el tráfico de los transeúntes a golpe de silbato.

Carteles luminosos colgados sobre estructuras metálicas o suspendidos sobre nuestras cabezas por cables de acero casi invisibles, anunciaban espectáculos y variedades.

Uno de los carteles rezaba: "Bienvenidos a Extremadura, tierra del ajo blanco, las gachas y el pan sin levadura. Hoy: La noche aragonesa. Se ruega confirmación". Nos encaminamos al local, que por dentro estaba decorado como el mesón de carretera que conocí en mi viaje a Valencia. Debía pertenecer a la misma franquicia.

Mesas de madera coronadas por jarrones de vino, velas de sebo tan grandes como cirios pascuales y una hogaza de pan.

Me senté entre Al Batafi, el más serio de los gemelos y el ciego. Enfrente de mi Salfuman, el hombre que me había tirado los tejos en el casino. Nada más sentarme noté su pie reptando por mi canilla izquierda.

Retiré la silla con violencia al tiempo que escuché un ¡Ay! detrás mía. Una señora, también sentada a la mesa, pero a mis espaldas, se acababa de manchar el escote con una cucharada de sopa. Le pedí disculpas. Me escupió, diciendo:

-Mis tetas rebosan por su felonía, mamarracho. Melchor de baja cuna. Tunante amanerado.

Me volví hacia mis compañeros de mesa y volví a arrimar la silla al borde, lo suficiente como para que el pie de Salfuman alcanzara mis gónadas escrotadas. Intenté clavarle un tenedor en el meñique de su pie, hizo una sonriente mueca de dolor y lo retiró, mientras yo hacía una auténtica. Acababa de ensartar parte de mi músculo sartorio con el tenedor. Lo dejé ahí, hasta que se me apsara un poco el dolor.

-¿Qué vamos a comer hoy, mis queridos amigos? Les propongo un poco de pernil con pan a la catalana, para empezar, y unas croquetas de bacalao.

-Bueno es el inicio de una gran velada aquella a la que viandas de primera acompañan, regadas con la sangre del profeta cristiano, servida en copas de plata y escanciada con primor por doncel envarado por el pulso del amor.

La copla de Al Matafi hizo reír al ciego, que tomó una de las cartas de la mesa y empezó a leer en voz alta. Cada uno de nuestros acompañantes eligió un plato. Pronto me llegó el turno.

-Patatas a la riojana.

El ciego dejó la carta sobre la mesa y una camarera se nos acercó. Vestía de mesonera, con una camisa blanca de volantes y minifalda ahuecada, unidas ambas prendas a su cintura por una faja de color verde que contrastaba con el negro de la falda. Debajo de la minifalda un pantalón vaquero cubría sus piernas. Sobre la cabeza un pañuelo atado a la nuca con un lazo, al estilo de los bandoleros antiguos.

-¿Podría traerme otro tenedor, por favor?

-¿Se le ha caido? No se preocupe. Yo lo recogeré. Se agachó con cierta pose remilgada, mitad cuclillas, mitad rodilla en suelo. Vió mi muslo lacerado, el charco de sangre sobre la tarima encerada, se tapó la boca ahogando un gritito y se marchó con paso ligero. No volvió a pasar por nuestra mesa.

Pidió el ciego para todos nosotros, entregándole la carta a la mesonera. Al momento sirvieron el jamón, el pan con tomate, una aceitunas de Obregón, otras negras y gordas aderezadas con eneldo y especias griegas, según comentó luego el ciego, unas gaseosas y tazones de sopa.

Todos sorbían la sopa, mientras que yo introducía una cuchara de madera casi plana, con la que tardaría algunas horas en vaciar la escudilla tamaño barreño que nos habían servido. Salfuman acabó su sopa, eructó con satisfacción y dio una palmada. Al momento la mesonera se acercó con una sopera de barro y le rellenó el cuenco.

-Anímese a sorber, mi querido amigo. Si no lo hace, el resto de comensales pensaremos que desprecia la comida. Y eso le traerá problemas. Le tacharán de desconsiderado y anti algo. Problemas. Muchos problemas.

Tiré la cuchara junto a la pata de la mesa, porque apenas restaba espacio sobre la tabla y me bebí la sopa. Cuando terminé, Al Batafi se puso de pie, se situó a mis espaldas y me atizó una palmada con fuerza en las vértebras lumbares. Tosí como recién atragantado, babeé y moqueé algo de sopa y por fin, eructé, emulando a los comensales. Todos se rieron a carcajadas, mientras yo restregaba la manga sobre mi nariz y me sonaba con un trozo de papel de cocina, que me tendía el ciego.

Con las patatas a la riojana y los segundos de mis acompañantes trajeron unos boletos. La camarera nos pidió que dejáramos los primeros en el suelo. Le hicimos caso. Se hizo algo de espacio sobre la mesa, así que cada uno de nosotros depositó su boleto junto a él, bien extendido para que se observaran los números.

Desde un estrado, un escenario pequeñito, esquinado, sobre el que destacaba un piano blanco de cola sentado al cual estaba un chimpancé vestido de domingo, una camarera se encaramó a la cola del piano, montó una mesa plegable, como las que se utilizan en la playa y sobre ella desplegó un bingo de juguete y un bastidor de plástico rojo.

Dio unas vueltas al bombo, cantó un número, se lo mostró al chimpancé, que a esa distancia era el único que podía verlo y lo depositó sobre el bastidor. Se bajó del piano. El mono recogió los bártulos y se marchó detrás de la camarera. Los comensales aplaudieron.

-¡Aquí, aquí! Grito uno de mis comensales.

-¡Le ha tocado, bazofilla europea, le ha tocado!

La camarera del bingo y el chimpancé se acercaron a nuestra mesa, con una gran cesta de plástico. La depositaron junto a mí, mientras el resto de clientes aplaudía y vitoreaba en todos los idiomas posibles. Me puse de pie e hice varias reverencias.

Para darme cuenta que a quien vitoreaban era a un hombre con gorro de cocinero, sobre el que se había colocado otro, de piel de marta, astracán o visón y con dos enormes orejeras recogidas sobre el tambor del gorro. Lucía un abrigo enorme, también de pelo, por debajo del cual asomaba un delantal, manchado de salsa mayonesa, tomate y azafrán. Saludó desde el pequeño escenario, se sentó junto al piano, esperó que llegara el chimpancé y se puso a cantar una isa canaria. Miré la cesta. Contenía todo lo que uno necesitaría para hacer una fabada o un guiso con judías: panceta, tocino, bacón, dos jamones curados, un saco de alubias blancas, otro de rojas, pimientos, tomates, una ristra de ajos, cebollas, vino blanco, tinto, pimentón, de todo y en gran cantidad. Habían colocado una banderola sobre una de las asas, medio enrollada, con el número 21 impreso en letras grandes. Miré el boleto que aún se encontraba en mi lado de la mesa: El 12. LA camarera o el chimpancé debíasn ser disléxicos. Pero no dije nada, porque según mi abuela, la cortesía del anfitrión la acepta el comensal sin rechistar.

Me senté y me levanté de un respingo. Alguien había ocupado mi silla mientras tanto, así que al sentarme noté algo a la altura de mi trasero. Me volví. El ciego hablaba con Al Matafi al otro lado de la mesa, mientras que de este lado permanecía sentado con los pantalones a la altura del suelo y su badajo o lo que fuera entre las manos.

Lo miré. No, no era eso. Lo que tenía entre las manos era una morcilla, lo que había en el suelo era una servilleta, no sus pantalones, y lo que decía era lo siguiente:

-Es a esto a lo que me refiero cuando hablo de bazofia europea. Comida desestructurada, hecha de retazos animales, pero con un sabor exquisito. Chorizo, gachas, migas, morcilla, chicharrones, sesos rebozados, yogur sabor plátano, macedonia de frutas, revuelto de setas y gambas, bazofia europea, lo mejor de lo mejor.

Me senté en la silla del ciego, que blandía con tal fuerza la morcilla que acabó por escaparse de entre sus manos, yendo a parar al escote de una dama, justo en la mesa de enfrente. La dama se volvió con la morcilla en la mano, miró al ciego y sonrió.

Dejé de observarla y me concentré en lo que acababa de suceder. Sentía remordimientos. Había pensado mal del pobre ciego. Y sin motivos, porque se había comportado con mucha naturalidad y corrección hasta entonces. Eso, hasta entonces.

Una mano comenzó a descender por mi espalda, hasta alcanzar mi sacro, introduciendo dos dedos entre la ropa y mi piel. Me puse de pie de un salto, lo que aprovechó la mano para alcanzarme de lleno, liberada de la presión de la silla sobre sus nudillos.

- ¡Que no, oiga, que no!

- Pero Pablo, hijo mío. Si esto es como el rascar.

- Le he dicho que no. Verá yo le tengo aversión a todo eso.

- Pero Pablo, hijo, al menos pruébelo una vez. Para decidir después.

-Ya lo he probado. Bueno, no exactamente así, pero casi. Hace cinco o seis años que mi abuela se empeñó en curarme un constipado de vías altas con un supositorio rectopulmo. Pero estaba caducado, así que acabé en urgencias y me tuvieron que hacer dos lavados. Uno de estómago y otro de ano.

-¿De estómago?

- Sí, porque lo que me había sentado mal era la cena. Sardinas en aceite. El rectopulmo sólo me provocó diarrea. O quizás fuera responsable la lavativa.

-Bueno, siendo así, sólo nos queda tomar una copita en el salón de baile. Y disculpe por las molestias, Pablo.

Salimos de allí hasta el salón de baile. En la puerta me recordaron que la cesta era mía, que la había ganado. Volví a por ella. Con la ayuda de dos camareras me la encaramé al hombro, como había visto muchas veces hacer al hombre del butano, antes de ascender los 9 tramos de escalera hasta casa con las dos bombonas y salí tambaleándome del comedor, camino de la sala de baile.

-Creo que primero voy a subir con la cesta a mi habitación. Ya bajaré luego.

-Déjela en el guardarropa Pablo. Ya habrá oportunidad de subirla.

Subí los dos pisos hasta la recepción. Y uno más, porque la sala de baile se encontraba en la entreplanta. Por el camino casi todas las personas con las que me crucé tuvieron que recoger algo de lo que se me iba cayendo. Me lo devolvían con un gancho, un mate o un tiro de tres puntos. La cesta pesaba cada vez más. Buen entrenamiento para lo que me esperaba.

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19 de noviembre de 2006

Millones y la lechera

- ¿Y tú qué harías con los 180 millones del euromillón?

La pregunta que nos hicimos la motivó el reportero televisivo que inquiría a cualquiera con aspecto de trabajador o estudiante o ama de casa que se pusiera a tiro en la calle.

- Pues me compraría la presidencia de Médecins Sans Frontier.

- No te iban a dejar. Además, ¿Qué respuesta es esa? El mecánico ha dicho que les enviaría a sus compañeros fotos suyas desde una playa exótica, con un mojito en la mano, el jubilado que es demasiado dinero, otro que no lo sabe aún y tú saltas con esa bobada.

- Pues lo tengo muy claro. Me compraba la presidencia, liberaba un 5% anual para proyectos en la calle, con transeúntes y otro 5% para proyectos en Corea del Norte.

- O sea que la Presidencia te durará 10 años.

- Menos, porque en dos "legislaturas" tendría que cambiar. Luego me quedaría de asesor, pagándome mi propio sueldo. Pero como autónomo, sin cotizar ni nada de eso. Fijaría mi residencia en París y los fines de semana disfrutaría de los fuegos artificiales de la quema de vehículos.

- Pues vaya un uso más idiota del dinero.

- El dinero ya no se acabaría. Lo invertiría.

- En qué, ¿en un plan de pensiones?

- No, diversificaría las inversiones. Un 5% para operar en Hedge Funds y otro 5% en Bolsa.

- Tienes que pensar aún en qué hacer con el 80%, los 24.000 millones.

- Un 10% a investigación en genéricos para las enfermedades endémicas. Lo invertiría en India, en dos laboratorios de allí.

- Te estás metiendo en un barrizal, ¿no?

- Diversificar, esa es la cuestión a la hora de tratar con el riesgo. Además que habría personas dispuestas a asesorarme.

-Yo misma. Puedes coger tu dinero y regalarlo, directamente. Sin tanto rollo de inversiones.

- ¿Regalarlo? ¿Quieres decir darle 100 € a cada una de las personas que me envíen un e-mail, a los que se presenten entre las 9 y las 14:00 en un hotel o a los que me hagan reir por televisión, en un programa patrocinado por mi?

- La idea del programa es cojonuda. Uno de humor, que te costará 100.000 € la emisión y otros tantos en premios. Estaría guay.

- Cincuenta mil, que si no se me termina el dinero rápido.

- Yo me refería a que podías regalarlo a pobres, por ejemplo con 100.000 € por vagabundo, si hay 30.000 en España... creo que se me han ido los ceros. Habría que regalarles menos a cada uno.

- No, está bien. Eso es apenas el 10% del premio.

- ¿Sólo?

- Claro, un 3 y 9 ceros, 3.000.000.000. Pero el premio contiene un cero más, a la derecha. 30.000.000.000.

- Ya, pero en pesetas. En euros sólo 180.000.000

- Bueno, entonces a cada vagabundo o transeúnte lo que tenemos es que darles son 600€. Mejor que se constituyan en asociación, contraten un corredor de bolsa e inviertan ellos en futuros.

- ¿De dónde sacas esa idea?

- Me han dejado un libro que se llama cambio de vida o cambiar de vida y que habla de ésto, de invertir en futuros. Dice que se puede ganar mucho dinero, jugando a corto o a largo. A que baja o a que sube. Pero jugando bien.

- Eso será como las mil formas de ganar a la ruleta.

- Será. Pero lo que dice es que si te defiendes en las inversiones, poniendo un límite a la posible pérdida, al final te irá bien.

- ¿Y lo cuenta en un libro? Pues no será tan rico.

- Además imparte cursos para enseñar su método.

- Tú no te meterás ahí con el dinero de los pobres vagabundos. ¡Sería el colmo! Que anden muertos de hambre y encima se jueguen lo poco que tengan. Ya veo la noticia: "Manuel el paleta cambia el cartón del frigorífico Kelvinator no frodge, de 190 cms. de altura por un adosado en San Chinarro, junto a la ciudad del Santander"

- No sería tan malo. Al fin y al cabo, los que más consumen son los que menos tienen. Los ricos consumen menos, proporcionalmente.

-Sí, claro. Porque cada vez que tienen que cambiar dinero lo hacen de millón en millón. Los pobres de billete de 20€ en billete de 20€.

- Pues yo conocí a un cocinero que todos los días jugaba en el bingo 10 € y al final del período ganaba dinero.

- Al final de qué período.

- Mes a mes. Siempre le salía el saldo positivo. Así que debe tener su lógica. Aunque no la conozcamos.

- Bueno, ¿has comprado la apuesta para el euromillón?

- La verdad es que se me ha olvidado.

- Otra vez será.

- Sí, la Presidencia tendrá que esperar.

8 de noviembre de 2006

Ñus en estampida. Metro de Madrid vuela.

En las mañanas, con la fresca, las piernas hormigueaban, mientras que el agua, fría cual de ventisquera extraída, me hacía lagrimear.

En la calle, con los charcos y el crepitar de los carros de leche y otras primeras materias sobre ellos, las piernas seguían ateridas.

Hasta el autobús del cole había un buen paseo.

Más adelante, caminar por las mañanas se convirtió en la norma. Hasta la escuela, hasta el trabajo, hasta cualquier lugar a menos de una hora de camino del punto de origen. Hoy día es distinto. Mejor. Pero también distinto.

El sumidero escupe un vapor malsano, comformado de sueño mal atendido y lejía de ínfima calidad. Puertas, torniquetes, escaleras, músicos, vigilantes, prisas, troc-troc, troc-troc.

A veces se filtra el olor de los croissants descongelándose en un hormo eléctrico. Olor a mantequilla caliente que desarma a la circunstancia, o a lo que entiendo de ella.

Visto desde arriba, en desdoblamiento tibetano, el orden configura los arpegios de la marabunta trabajadora.

Sólo desde arriba, porque al entrar y al salir, la S multicolor es el principio y dominador absoluto del movimiento, bien para evitar el aislamiento de la corriente a la que involuntariamente perteneces, bien para permitir que otra persona confirme su pertenencia a la suya:

  • Los que salen, los que entran, los que transbordan, los que depredan...

Apenas perceptible. Pero lo sentí. Alguien de una de las corrientes pellizcó mi pantalón, a la altura del bolsillo. Y se acomodó un poco más allá, dentro del vagón, protegido por las espaldas de quien, periódico rulo en mano, le acompañaba como guía, como coach en el ejercicio de la profesión de carterista.

Junto a la puerta, un tercero, grande, desproporcionadamente grande, como un gladiador con Koreana del Alcampo, velando por la tranquilidad de los expuestos, la infantería de primera línea. Todos con el mismo corte de pelo, al dos, la misma quijada, eslava, los mismos ojos pequeños. Venidos del mismo pueblo al que regresarán sin haber comprendido nada. Como ñus en estampida. Espero les suceda antes que después.

El rulo y los dedos de la misma mano que lo sujetan hacen un gesto, apenas perceptible, orientando sus extremos hacia la futura víctima, hacia mí.

La víctima, yo, se aleja, hacia una de las barras del armazón metálico que recorre la barriga del convoy, para que nos agarremos, pero sobre todo, para que al monstruo de metal no se le plieguen las paredes estomacales sobre la comida recién engullida, nosotros.

Malas caras. El coach manifiesta desagrado hacia el aprendiz, aspavientos sutiles. El muñeco, de apenas 20 años y con grandes probabilidades de perder su virginidad en Soto del Real en el futuro próximo, desvia la mirada, dirigiendo la del entrenador, como si estuvieran conectados los párpados por hilos invisibles, hacia otra de las cebras o ñues que, atemorizados, haciéndonos los invisibles, procuramos llamar poco la atención.

La nueva estación provoca estupor en el grupo depredador. Apenas en los ñues. También ocurrió ayer. Lo que está a punto de suceder hoy.

Demasiados que salen de la barriga, demasiados que entran. Nuevo acomodo de las cebras, los ñues.

Dos minutos de parada, insoportable para cualquier felino; su sistema de glándulas, sus gónadas y suprarrenales están demasiado expuestas. La megafonía acaba por derrotarles, termina el trabajo que su propio organismo había iniciado minutos antes:

- Por dificultades técnicas en la estación... el tren situado en vía 1 no realizará su salida hasta pasados 15 o 20'. Rogamos disculpen las molestias.

El entrenador se vuelve hacia uno de los asientos. Un cuarto depredador, futura víctima, se pone de pie. Los cuatro abandonan el convoy. No hay desayuno, de momento. Igual tendrán más suerte en la vía 2. Ya llega el convoy.

Hoy no cogeré un taxi, como tuve que hacer ayer. Esperaré los 20' y me ahorraré 12 pavos, que sumados a los 30 que llevo en la cartera, suman una ganancia de 42.

Pensamiento de ñu: Me los imagino, dentro de un par de años, contando batallas del metro de Madrid y de las cárceles españolas, mientras ven pasar delante de ellos un nutrido grupo de cabras que les observan como ellos a ellas. La vaca al tren.

1 de noviembre de 2006

¿Pisos caros? Lofts a 1,40€. Impuestos casi incluidos

Sí, es una campaña extraordinaria.

¿Porqué? Capta la atención, despierta el interés por el que baila el perro de Andrés (bueno, eso lo decía mi abu, ahora lo dice Levitt) y con un poco de fortuna, consolida el incremento de ventas
que sucede a cualquier promoción. Suben mucho, luego bajan, pero por encima del punto anterior. 100 (antes), 120 (durante), 103 (después), por ejemplo. Así se comportan, teóricamente, las promociones.

Más si es tan bestia en medios como la que han realizado los del periódico.

De hecho hoy se ha agotado en el barrio. Claro que es fiesta. Vano consuelo el mío.

Si en la última encuesta general de medios tenían 2,2 millones de lectores, lo que supone mucho menos de un millón de ejemplares vendidos. Claro que ahora incrementará sus ventas al menos durante un mes, en digamos ¿50.000? Eso supondrá unos 200.000 lectores más.

Y si juega el 25%, 1 de cada 4 nuevos compradores -ya les gustaría- el 40% de los 120 céntimos para Unicef (pero estos, ¿de verdad que lo necesitan?) van a suponer una pasta, según el forecasting ese que han hecho. Y como se animen los compradores actuales, incluidos diputados del PP, CIU y todos los que deseen un losfsfts de esos. BRAVO. Marketing 1 to 1 en los mass media.

Yo, siendo prudente, sospecho que unos 470.000€ como resultado de la campaña, si los loftes y los mersedes provienen de donaciones. 70 millones de las antiguas pesetas.

Está muy bien. Además, que es una causa justa, que leñe. ¿Justa? Joder, si es marketing comercial.

Aunque me cuesta digerirla. Huele a ponzoña. A diseño precolombino.

Como usar al pobre de la puerta de la iglesia para que te coloque los últimos churros de la freiduría entre las parroquianas y feligresas de misa de 11, pero con más dinero de por medio.


(Lo que pienso es que, en realidad, están buscando superar al 20 minutos. That's for grant.)


Y es que yo no me imagino a los MSF, SI, MM, Oxfam, STC, SOS, AA, en fin que no me los imagino sorteando lofts y coches de gama media-alta entre sus socios.

Y mucho menos para captar mercado para sus productos de Comercio Justo.

A los de Unicef, sí. La verdad. Con estos salarios:

  • Senior Level (P5): $ 67 698 to $ 81 093

Aunque, bah, si total, por 1,40€ diarios del sms te ganas un Mercedes y encima haces una obra de caridad. Como soltó la primera ganadora del negocio tipo hush money, digo, del sorteo solidario.

¡Puag!

  • Me recuerda a las rifas de El Rastrillo.

  • A las comilonas de a 1.500€ en favor de la infancia desnutrida.


MENU SOLIDARIO

Asortiment delicattessen Baltic seafood

Beluga -25grs

Langosta Thermidor

Sirloin Kobe Steak

Charttreuse Souffle

Vega Sicilia Unico, 1994

Chateau Lafite Rothschild (Pauillac) 1983

Coffee, Liqueurs and French Patisserie

WARNING: African beings aren't welcome to the raffle.

Pues eso