29 de marzo de 2006

Perder el Norte. No, yo no, La brújula, digo, la bruja. Etas no, bases fuera, ¿O era otro el lema?


¿Pero cobran mucho o cobran poco?

Un informe de UGT
afirma que la mitad de los jóvenes no llegan ni a mileuristas en Cataluña.

Juan Roig nos pide trabajar más, dejar de lado los macropuentes, reducir las indemnizaciones y encontrarnos como una rosa hasta los 67 o más. No dice nada sobre el resto de la ecuación. Trabajar es muy duro. Y cabreado más.

Alguien -solo un amigo, yo no se más- me ha comentado que Rajoy y Zapatero hablaron de sus abuelas; que el primero aseveró muy orgulloso que la suya continua trabajando, porque lo hace como enseñante en la empresa privada, no como otros -ya no tengo claro si se refiere a los congresistas que junto con los senadores se están arreglando un poquito el futuro.

Un tal Marco, periodista o al menos columnista en la razón -con tal mala hostia como escribe, encima lo hace de pago-, dispara moralmente contra los francesitos que, vistiendo a la última, reclaman un salario de 1.500 o 2.000 pavos, para poder seguir vistiendo a la última en un país que, de seguir así -Francia- será la primera república bananera europea -lo dice él-.

Bueno, puedes cobrar más de 4500 pavos como jefe de personal del grupo A7 en alguna institución europea -léase SINECURA-, con sede en Bilbao. En la Conchinchina, más. Te dan dietas, plan de pensiones público y privado y alguna cosilla más.

Aunque en otros puestos pueden subir hasta los 14.000 pavos mensuales y más prebendas, incluso.

Pues igual tienen razón. ¿Quienes? Todos. Así no se molestan y pueden continuar haciendo bobadas por ahí. ¿Por dónde? Pues eso, por ahí:

-Puteando a los jóvenes.
-Puteando a los viejos.
-Prejubilando a los first class.
-Insultando la moda adquirida en Zara.

Esta gente está chalada o se cree lo de la biología. Claro, que no vales un puto carajo. Genes y probabilidades. Bueno, esa es la fórmula de ETA, o solo vale para los halcones. O las palomas. Hay más planos que rajoys en el universo. Algunos se creen que la muerte viene del cielo. Viene del odio. Normalmente. Bueno, también del hambre. Y del alcohol y de... Sorprende la pasta que se puede llegar a ganar ¿eh? Bueno. Eso también tiene tiene sus riesgos.

El otro dia, un tal Victor de la serna -en el mundo, 28 de marzo- babeaba en la prensa con el hecho de que USA continua siendo una fábrica de premios Nobel.

Un filósofo francés, del talante liberal izquierdista -la que montan los genes, que burradas- de Glücksman, BHL, ha publicado una apología del pais de la libertad, los USA también -casualidad-, después de invertir un tiempo allí, entrevistando gente y eso.

Aprovechando la ocasión, acaban de publicar una de esas biografías desagradables, en la que se cuenta quienes le han protegido a lo largo de su existencia, los negocios que tiene en el tercer mundo y alguna menudencia más. Ser multimillonario y comer con Sharon Stone para conocer más de America provoca alergias y envidias.

Pues a mi me caen bien los genes altruistas más que los egoistas. Aunque se diga que en el propio beneficio se genera más riqueza para compartir y bla, bla, bla. Creo además que la mayoría de los presos de cualquier país han de vivir sus penas y sus alegrías en su país.

Francia debe duplicar con mucho el producto interior bruto de aqueste estado, tiene más gente, más reconocimiento en el exterior y seguramente más futuro como país grande. eso vale más de mil euros. por lo menos los 2000 de que se habla.

Qué chorrada de post.

Chorreo de cabrones.

Espero que hoy arda Francia, se abran las cárceles y pida alguien perdón. Yo mismo. Bah! Que si. Perdón.

Dice un periodista hoy en la prensa: La Trituradora de cemento y barrotes abre ya la boca y pide la carne. La suya. Se refiere a un hombre, no a un gen. Pues eso. Presos a la calle. Y no más muertes gratuitas. Ni aquí ni en Afghanistan. Y los genes...






25 de marzo de 2006

Conocerme o conocerse, Who Knows.


Estaba grabando unas canciones de un viejo y doble CD, regalo de cumpleaños.

Cuando le das a importar - en el caso del iTunes, en otro programa será parecido- normalmente procuras, como buen ser vivo, no desperdiciar.

Si es que lo llevas en los genes. Pero no es el caso. He deseleccionado a: George Michael, Paul McCartney, Beach Boys, Michael Jackson, Diana Ross, Abba, Bee Gees, Tina Turner, Queen, Bon Jovi, Elton John, Robbie Williams, Dire Straits, Janet Jackson...

¿Qué si he dejado alguno?

¡Claro!

He dejado a Sir David Bowie, Sir Mike Tongue Jagger oder Rolling Stones, Supertramp, -amado curso de Cou en que los descubrí-, Prince, Kravitz, porque es un enano encantador, al igual que el príncipe, -negros ambos-, The Who, Oasis, -no me gustan, pero llenan de música el tonto rato del autobús- , Simple Minds, -un grupo legend total-, Pet Shop Boys, -como pequeño homenaje a mis amigas y amigos gays-, Peter Gabriel, Phil Collins, tan bestias que hubieron de separarse, -there isn't enough room for both-, UB40, -el nombre con el que se conoce el carnet de paro en Great Britain-, Bob Marley, el dios de lo disparatado y el creador de la risa como ente vivo que nos posee, Lennon, -porque le gusta a todo el mundo-, Rod Stewart, un blanco negro... el doble no tenía más artistas, así que se me acabó el discurso.

Parece que no me conocieras...

He descartado lo incomestible, he dejado lo potable.

No, tampoco me gusta mucho todo esto, aber... (en alemán, pero, en espaniol suspenso seguro: a ver.)

Vale, sí, me quedo con todo lo de Bowie, con una canción de Prince, con tres de Marley y con la piñata. ¡Bah! También con todo lo de Génesis, con todo lo de Gabriel, con casi todo lo de Phil Collins, bueno y del resto ¡Paso! Sí, que paso y también puedo pasar de los Rolling, aunque la música rock posterior a ellos les ha hecho bastante buenos... por comparación. Lástima.

¿Hum? Pues que me he cargado estas castañas antiguas por no robar música por ahí; para llenar un poco el ipod y esas bobadas... que llamamos orejas. Oidos. Perdón. Sordos.

Aunque pensándolo mejor, tengo un triple de Coltrane en directo, que me costó una fortuna y... ahora que lo pienso...

¿A quien conozco yo que tenga la colección completa de Pat Methenny Group? Lástima que Chick Korea sea cienciólogo. Será memo el músico. Va a ser que no me lo cargo. Pues me jodo y ya está.

Bueno tengo ya cargados tres discos de Led Zeppelin, todos los de Basement Jaxx, el Live after Death de Notorious Big -cortesía de puff daddy, ex jennifer lópez, mafioso y tal y tal-, las variaciones Goldberg de Bach al piano moderno, por Perahia, un pianista del calibre de Volodos -más viejo, vale, pero muy bueno- y algo de hip hop -Saian Supa Crew, Nach, Moss Deff... Sólo me falta pasar lo de Golpes Bajos de LP a mp3 y los dos de The Quintet... Y a disfrutar. Joder.

Viva el eclepticismo. O la inocencia, que vaya usted a saber. Puto Ipod. A ver cómo lee la sinfonía Nº3 de Bruckner, en versión de Kurt Sanderling. 1965. Aunque sonar, sonar. El sonido de un un ipod es como el dibujo de una persona a quien quieras. Nunca es ella. Nada es lo mismo.

Und immer geradeaus, geradeaus... dann links.

Calambre

PS: Si alguien desea el triple de Coltrane. Lo pida. Copiar a un amigo no es delito. Sólo clonación.

ING: ¿Mentir por mentir o Responsabilidad?


No, a mi no me han engañado estos. Aún. Otros, seguro que sí.


La publicidad engañosa es un modo de actuación comercial penado por la Ley. Cualquier ser humano puede leer lo del 9% o incluso más y pensar que está dando el golpe de su vida. Legal, eso sí.

Desafortunadamente, le ocurrirá lo mismo que a miles de personas.




Adoro a los Presidentes de compañía que viajan en transporte público. Su escolta también. Detesto a los que viajan en Audi 8, BMW serie 7 o Mercedes-Chrysler no se qué. ¿Será por la responsabilidad que muestran los primeros fente a los segundos?

Había un chiste en Banca que contaba la anécdota de aquel subalterno de torero que hizo las américas y al regresar a su país abrió una libreta de ahorros.

Al recibir su libreta descubrió que la información aparecía en dos columnas:

DEBE y
HABER

Esa noche le fue imposible conciliar el sueño.

Tras depilarse y arreglarse convenientemente para ser recibida por la directora del banco, bueno de la oficina, salió a la calle.

Respiró hondo, empujó la puerta y expetó:

TIENE QUE ESTAR

El dinero, tú dinero, enriquece a muy pocos.
Pasa la voz. Que dicen los estudiantes en Francia.


22 de marzo de 2006

Pablo: A la luna de Valencia.


Es una ciudad bonita, con tanta luz como si se tratara de la favorita del sol. Caminé por una calle de la que no encontré el nombre en cartel alguno.

Una costumbre extendida la de no señalizar las calles. Entonces la vi. Una mujer joven que vestía una cazadora de cuero, entallada, color hueso. Unos vaqueros muy ajustados, unas botas de caña, color marrón, con tacón alto, pero sin estridencias.

El pelo, media melena de color castaño, un corte de esos que parecen despeinados, dejando el cabello a su aire, al desgaire. Se detuvo delante de un escaparate. Se hiela la calle con su ausencia.

Se oculta el sol tras de unas nubes negro tormenta. Huele a lluvia. Y a sensualidad. La que expide esta mujer. Me detengo delante de una librería, un poco afectado por la imagen de la joven, con los pies doloridos por el rozar constante del asfalto.

La librería posee dos escaparates, pequeños pero atestados de libros. Literatura en uno de ellos. Historia del Reino de Valencia y de la propia ciudad, en el otro. Aunque cubiertas son luminosas, pero no distingo bien los títulos, sólo los colores. “Historia de Valdemar de las alturas”; “El trípode de la globalización”; “Erecciones y eyaculaciones” “Absalon, al salón”.

No todos parecen de literatura. O sí. No tengo idea. Ninguno de esos títulos lo he visto antes. La librería forma un recodo con el edificio que la alberga, o con el edificio de al lado. Me vuelvo para vigilar los movimientos de la mujer. Camina hacia mí. Se me acelera el corazón. Sueño el momento del encuentro, el cruce de nuestros caminos. Su tangente sobre mi circunferencia.

Bueno, al revés, ella la circunferencia, yo lo que deseo es ser su tangente. Se aproxima con un movimiento indolente pero estudiado, como la sensación que me produce el caminar de las modelos sobre la pasarela, cuando emiten parte de sus desfiles por la televisión. Pienso que transmiten la impresión de mujeres satisfechas, marcadas por el autocontrol, la conciencia de sí mismas, su belleza, su importancia para los demás. Mujeres que nos dejan soñar con ellas. O que nos sueñan. Debe ser el efecto de la proximidad de la librería. Me sueño, digo, me siento poético.

Un hombrecillo, del que apenas veo los zapatos en este momento –me duelen los pies, así que me gustaría quitárselos, aunque pienso que deben oler a sudor concentrado-, la continuación de un pantalón de franela gris, que arrastra por la entrada de la librería, un suelo de color amarillo compuesto de grandes baldosas de marmolina.

Lleva puesto un jersey, tejido a mano, de colores apagados: verde oscuro, granate y marrón claro. Barras verticales hasta la barriga prominente, como de enfermo de cirrosis, que terminan a distintas alturas y se convierten, abruptamente, en franjas horizontales. Como si un estudiante de punto o confección lo hubiera tejido durante las prácticas. Quizás él mismo lo había hecho.

El examen se lo he realizado entre disimulos. Observo con aparente interés un libro que tiene una fajita de papel: 26 edición. Se ha debido vender o regalar muy bien.

-Joven, ¿Busca algo en concreto?

-No. Sólo miraba, digo, observando la cara del hombrecillo librero. Qué duda puede caber sobre que la librería es suya. Aunque en otro momento, otro escenario, su atuendo despertaría sospechas. Demasiado obsequioso, antiguo, con esa boca de grandes labios excesivamente rojos, las gafas de concha, los ojos pequeños, al fondo, detrás de unos cristales de 8 o 9 dioptrías.

-Es una librería preciosa, le obsequio.

-Gracias joven. ¿Qué ha leído últimamente?

-¡Oh!, pues –la chica ya no está más delante de mi. Se esfumó. Estoy leyendo una novela de este autor portugués tan famoso, de ¿Antunes? Bueno, creo que no se llama así. Es premio Nóbel y eso. Puedo verlo, con su gran corpachón, sus muchos años, la cara de juez, su escritura limpia, pero tan apretada que el libro me va a durar medio año. Pero no recuerdo su nombre.

-¿Ha leído los cuentos de Kish? Y saca un libro de entre las manos, que mantenía a la espalda, como si de una joya se tratara, acompañando el gesto con una sonrisa poderosa, suficiente, transformadora.

Deja su debilidad a un lado y se convierte, mientras habla del autor checo, en un enano autosuficiente y engreído. Me aproximo para coger el libro y mirarlo de cerca. Observo la librería, con los estantes atestados, llegan hasta el cielo, el altísimo techo de la estancia.

Un hombre, de aspecto más peculiar incluso que el que luce el librero, lee junto a una pequeña mesa camilla. Un ejemplar del mismo libro que acaba de mostrarme. Me fijo. Los estantes sólo contienen ejemplares de este libro. Bueno, no todos. Pero sí los que están a la altura de mis ojos.

-Lo anotaré para adquirirlo en otro momento. Muchas gracias.

Como si hubiera rechazado la segunda taza de café en la casa de un alemán, así le demudó el gesto al librero. Devolví el ejemplar a su propietario, que me miró con un brillo de rabia en los ojos, de censura, se dio la vuelta y cerró la hoja de cristal de la puerta de la librería, sin mirarme. Las pegatinas de la misma, con publicidad, de obras, tarjetas de crédito y solicitudes diversas, apagaron la visión del interior.

Así que, liberado, seguí caminando por la misma calle, crucé en un par de ocasiones y de pronto descubrí una tienda de cosméticos, enorme, con las puertas abiertas. Unos arcos detectores en la entrada llamaron mi atención. Sonaba el aire de una cortina invisible, de esas que mantienen separados los ambientes del comercio y de la calle.

Y entonces la vi.

De perfil. Con una barra de labios en la mano, mientras observaba su rostro en un espejo, de esos redondos, especiales, para maquillarse o para afeitarse, o para limpiar el rostro de impurezas. Según el sexo y la edad del usuario.

Entré y me dirigí hacia el expositor de las barritas de rouge. Pero no iba a atreverme a hablar con ella, a dirigirle la palabra. Romper el fuego con los extraños no es mi habilidad, esa virtud de la comunicación me es ajena.

Quizás aquellos miedos antiguos, de cuando Panchito nos bajaba, bueno, me bajaba el pantalón delante de todos, durante las clases de gimnasia, cuando me apretaba los testículos delante de los compañeros cuando el profesor había salido de la clase, me habían dejado trastornado.

Aunque luego, años después me reconoció por la calle y me saludó, con alegría incluso, llamándome por mi nombre, desde una carroza, durante un desfile del orgullo gay.

Pero no lo había superado. No le tenía miedo a él, ya no. El miedo había dejado de tener un objeto sobre el que apuntar. Se había hecho independiente. Aquel día saltó de la carroza y se me acercó, vestido de corista. Me presentó a su pareja, Jesulín, otra de sus víctimas del colegio. Este vestía de cuero negro. Supongo que de domador de fieras. O algo similar.

-Este color -dije, cogiendo una de las barritas, red silk, le sentará muy bien. Soy Pablo y no he podido resistir la necesidad de cruzar un período de mi tiempo con el suyo, breve, efímero. Dejar de ser dos desconocidos por un instante producto del azar. Sabernos en el otro.

Froté ligeramente la barrita de rouge sobre el envés de la mano. Hubiera deseado hacerlo sobre la suya, pero estaba completamente llena de marcas de rouge diversos. Muchas pruebas.

-Si quieres vamos a mi casa. No te cobraré mucho. Lo pasaremos bien.

Aunque al principio no comprendí su discurso, escuchar su voz disparó mi corazón, que bombeaba en ese momento cual motor de explosión.

Ya en el ascensor inició una maniobra de acoso y derribo alrededor de mi esternocleidomastoideo, mi pabellón auditivo y mis testículos.

Salí del ascensor tan excitado y cautivo como el protagonista de una comedia romántica subida de tono.

Abrió la puerta de su casa, un apartamento en el que dominaba el color blanco del mobiliario, destacado de las paredes, cubiertas de tela en un tono verde manzana, cubierta, a su vez, de marcos vacíos y cuadros, todos en tonos rojos y negros.

Una de las fotos me sobresaltó profundamente. Mi desnudo jamás alcanzaría esa naturaleza, el tamaño de ese pene que sujetaban dos manos de mujer en la foto. Quizás por eso era que los watusi llevaban faldas de paja trenzada o de tela rojiza en las películas que había visto de pequeño, con el África misteriosa y exótica como protagonista.

-¿Me pagas ahora o más tarde?

Saqué la cartera, como un autómata. Ella la tomó con su mano izquierda, la abrió y sacó el dinero.

-Cobro mucho más. Pero te haré una mamada. Me caes bien.

Le quité la cartera de la mano y me dirigí hacia la puerta, sin volverme. Al cerrarla decidí bajar por las escaleras, como siempre. Como estaba en la planta 12, opté por saltar los tramos, apoyando las manos en las paredes pintadas de gotelet, que me arañaba las palmas.

Uno de los saltos me hizo trastabillar, estampándome contra la pared de enfrente. Alguien abrió una puerta. El golpe de mi frente sonó tan fuerte que una segunda puerta se abrió. Estaba en el rellano de la séptima.

-¿Qué haces? ¿Estás idiota o qué?

La escena me recordó alguna otra. Demasiados chichones durante mi corta existencia.

-Disculpe, atiné a decir.

Seguí bajando, un poco más contenido, más civilizado, más natural. Con una mano sobre el chichón y la otra frenando cada salto. Tendría que explicarle a Norberto lo del bulto en la cabeza.

Si pudiera conseguir un poco de hielo. Aunque una moneda también serviría. Me detuve en el rellano de la quinta. Me acordé de la moneda que me habían dado en la playa. Me la puse sobre el chichón y apreté con el pulgar. Seguí saltando, pero en la cuarta se me cayó la moneda. Encendí, pero el interruptor no funcionó. La moneda había sonado por la izquierda. Arrastré las manos por el suelo. Levanté un felpudo. Me encontré unas llaves. Se abrió la puerta.

-¡Ahhhhhh! ¡Socorro! Al ladrón. Toby, toby, no te acerques.

Un perro pequeño, de esos de lujo, me mordió la nariz, apenas un pellizco, pero le solté un manotazo, de forma instintiva. No le atiné. Al caer mi mano, tropezó con la moneda. La cogí. Tiré las llaves y salí corriendo escaleras abajo. El perro se quedó en el tramo de arriba, ladrando como un muñeco mecánico su ¡guau! ¡guau! Intermitente, un tanto afrancesado.

Todas las escenas me sonaban, como si ya las hubiera vivido. Un eterno retorno. Me sentía como si acabaran de robarme, como en aquella ocasión en que me atracaron de verdad en la calle y tras una charla amistosa, el chorizo me devolvió parte del dinero a condición de que le vendiera las zapatillas, recién estrenadas. Siempre pensé que el ladrón me había comprado las zapatillas a muy buen precio. Incluso me había devuelto la medalla del cristo de Medinaceli, regalo de mi abuela.

Aunque hoy no me habían devuelto nada. Llegué al portal y allí se encontraba… ella. Seguía irradiando un extraordinario aroma, poder. Sonrió y me extendió la mano, con mi dinero. Lo recogí y lo guardé en la cartera.

-Gracias. Tengo que comprar unas etiquetas.

Se acercó y me apretó la mano con la que sujetaba la cartera.

-Anda, vamos. No quiero que te vayas así. Da mal Karma. Mal rollo.

Volvimos al ascensor, me empujó hasta dentro. Me sentía sin voluntad, apenas me quedaba una pequeña resistencia mental, a la altura del chichón. Me dolía. Saqué la moneda y me la volví a poner sobre él.

Ya en la vivienda, preparó dos aperitivos en la cocina y comenzó a hablar. El fregadero estaba lleno de platos, cacerolas, cubiertos y vasos. Me arremangué el mono, busqué un estropajo y comencé a limpiar todo aquello.

-Yo, verás, no me dedico a esto. Pero hace unas semanas que él se ha marchado y me siento sola, muy sola. Todos los hombres me miran con esos ojos de atolondrados, esa cara de cheeta en celo, que deja entrever sus intenciones.

-Tu comportamiento en la perfumería me ha impresionado, me ha gustado mucho la dulce osadía. Dentro de esa horterada de ropa, que –no te ofendas- me recuerda a un bacalaero de rebajas, un hiphopero de Onteniente o de Villena, tus palabras me han sentado bien, tan consideradas.

-Pero lo he pensado mejor, porque tus modales tan naturales apenas ocultaban tu deseo, idéntico al de los demás. Pero contigo no me importará hacerlo. De todas maneras él no volverá ya. Y cobrar lo hace todo más llevadero, coloca las cosas en una posición distinta, más alejada. Un acto más neutral. Algo por algo, pero sólo por ese algo, por ese momento. Transacciones.

Además que no has parecido inmutarte cuando he tomado el dinero de la cartera. A mí me dejará indemne también. Se me ocurrió homenajearte, porque él decía que yo lo hacía muy bien. Pero entonces vas y te escapas. Me has confundido.

Yo que no sabía cómo actuar, la abracé y besé sus párpados. Otra escena romántica, aprendida en algún cine de verano.

-Tengo que irme pronto. Hemos venido por temas de trabajo, pero sólo dispongo de tiempo hasta las cuatro, porque luego he quedado en la estación. Bueno, en un parque.

-¿Acaso no tienes un rato para mi? ¿Y si no volvemos a vernos? Como expresaste allí abajo, un minuto de encuentro. Entrar y salir de mi vida. Y entonces quedará un leve recuerdo, uno de esos que apenas serán pasado en unos días, con suerte en unas semanas. Desaparecerá.

-Te llamaré. La verdad, no sé porque he dicho esta tontería. No se su nombre, menos su número.

-Me ha gustado mucho conocerte, Y el detalle de devolverme el dinero. Te doy las gracias por ello. Además que es para comprar unas etiquetas y una especie de bramante de algodón para… bueno, eso, para el trabajo.

-Y dónde pensabas comprarlo, ¿En la perfumería?

Tiene una risa contagiosa, diáfana, clara como la caminata de domingo temprano a la luz de la luna, después de la fiesta vespertina. Aunque esas no las practico. Soy más de madrugar.

-No, pensaba acudir a Ca-Darba. Una papelería. Aquí tengo la dirección. Dejé el estropajo, ella me acercó un paño de cocina y sequé mis manos. Luego saqué el papel de uno de los bolsillos. Y se lo entregué.

-Está aquí al lado. Luego te acompaño. El dueño suele comer en un restaurante próximo. Antes de abrir echa una mano al Truc. Un juego de cartas. Podemos bajar como a las tres y media. Seguro que nos abre, como un favor. Me debe muchos, así que no habrá problemas.

-Pues te estaré muy agradecido, de verdad.

Me tomó de las manos, salimos de la cocina y nos encaminamos al dormitorio.

-Anda, ven. Aún tenemos tiempo.

En su dormitorio trató de consumarme. Desde su posición controlaba todos los movimientos, todas las maniobras, desde el oleaje hasta el reflujo. Sus pechos se batían rítmicamente, ora ocultandome la lámpara ora haciéndola aparecer. De repente, un sonido estridente me sobresaltó.

Con voz entrecortada, acerté a exclamar:

-¡Qué es ese ruido! En un breve lapso de tiempo nos separamos, ella desternillada de la risa. Yo sorprendido. Sonaba una canción, una especie de La Cucaracha, con fondo de rap. Miré por la habitación.

-Pues no sé qué significa el sonido, pero tiene su gracia. Parece un telefonino de esos.

Miré por el suelo. De pronto vi el mono. En su interior una luz roja, como una señal de alarma, una sirena luminosa o algo similar, acompañaba la canción. El mono de trabajo se arrastraba, al mismo tiempo, por el suelo de la habitación. Lo pisé, busqué el objeto, un móvil tan grande como una linterna de campaña, lo abrí, porque era un modelo de concha, bueno de tortuga de tierra, por el tamaño. Ella no paraba de reírse.

-¿Aló?

-Oye, Pablo. Eres tú, ¿Verdad? ¿Cómo has hecho el viaje, hijo? Supongo que estarás aburrido, tan sólo en esa ciudad. Además que seguro te hablan en valenciano y no te entiendes con nadie.

-Bueno que me ha dado el número Norberto. Que ha llamado a casa porque creyó que se le había caído una libreta de teléfonos, una agenda, cuando te subió hasta aquí. ¿Estás bien, hijo? Que verás. Tú abuela quiere que le traigas unas carretillas y unos voladores. Que le hace ilusión usarlos aquí en Madrid. Como ahora están prohibidos.

-No sé qué es lo que me pides mamá. Y tú, ¿Estás bien?

-Yo estoy estupenda, como la del anuncio, hijo. Verás que son cohetes de esos valencianos. Dice tú abuela que allí los deben vender por todas partes. Hasta en correos puedes conseguirlos. O en una comisaría. De decomisos o algo así.

-Bueno, no ando muy bien de tiempo. Pero los buscaré. ¿Me has dicho que se llaman?

Cuando colgó, cerré el teléfono y lo volví a colocar en el bolsillo del mono. Me vestí. No me di cuenta que ella estaba en la cama. Si necesitaba buscar los cohetes, lo mejor es que saliera ya de esta casa.

Se me acercó, me cogió de las dos manos, me tumbó en la cama, me desvistió y sin atender a mis súplicas:

-Es que tengo que comprar los cohetes. Es que se me hace tarde. Ay, así no que me da repelús. Ay que…

Me consumó. Primero desde las alturas. Luego al revés. Yo no pude. Seguía pensando en qué demonios era un volador. Un cartucho de dinamita con alas o algo parecido. Me lo imaginaba como un enorme puro de color arena, pero con confetis de colores en un extremo, la mecha, que al encenderla provocaría que las alas se batiesen, alcanzando una altura de, digamos, 20 metros, antes de explotar, explotar…

Mi cabeza se cayó sobre la almohada. Creo que me dormí.

-¿Vienes a la ducha? Oí que decían desde la puerta.

Bajamos por el ascensor, salimos y caminamos unos metros, hasta un bar “La encimera de Bartolo”. Me dijo que esperara en la puerta.

Obedecí. Era lo que correspondía hacer en ese momento. Cuando desapareció dentro del restaurante me pregunté cómo había llegado ese teléfono al mono. A mi mono.

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19 de marzo de 2006

Pablo: Siga jugando.


Una constelación de chamizos construidos a deshora, en ese tono cemento macilento, gris feo en palabras de Norberto. Este pueblo era bastante feo. La nave parecía un monumento dedicado a la fealdad.

Aparcamos, aparcó, junto a una fábrica de techo de Uralita, cubierto de amianto que habían extendido en verano, probablemente, ya que colgaban de las tejas, que lo desaguaban, como una salmodia que pidiera lluvia. Un reguero de negro asfáltico escupido por los canalones y las tejas, como una casita de chocolate tóxico.

Bajamos de la Van y llamamos a la puerta. Abrió un chino grande y enjuto, como un doble de Fumanchú.

-Qué pasa. Qué queleis. Tenía un acento valenciano cerrado. Se me hacía extraño, como aquella ocasión en que me presentaron a los hijos de la Mari, la hija de la señora Angustias, que se había desposado con un uzbeco de origen mogol. Los niños tenían los ojos rasgados pero un profundo acento sevillano. Un choque para la vista y el oído.

-Necesito que nos enseñe las muestras de las nuevas quecas. Me envía Xuan.

-Xuan, cablonazo bulgalés. Aún nos debe palte del envío. Aquí no va a sel posible. Tendléis que adquilil las cueldas en Valencia, en la tienda del arrabal, junto al puente del Tulia. Pelo bueno, pasal y os enseñalé la fáblica. las quecas sí te las puedo facilital.

Había muchas personas devanando hilo de algodón. Otros trabajaban preparando embalajes. Al fondo vi unos contenedores, de color verde, como los que emplean en algunas ciudades para la recogida de basura. Norberto se quedó hablando con Fumanchú.

Yo me fui hacia los contenedores, sin dejar de observar la velocidad de devaneo de algunos de los orientales. Hacía mucho calor en la fábrica. Un par de hornos de gas o electricidad, con la puerta de cristal, dejaban ver su interior rojo fundición.

-Son ladlillos pala peana.

Me volví. Quien hablaba era una niña de unos 15 años, por su estatura, aunque no soy bueno calculando edades. De hecho la primera chica con la que salí al cine y luego llevé a casa para presentarle a mi madre y a mi abuela, había ido al colegio con esta última. Ahora quedan de vez en cuando para tomar café en una residencia de ancianos del centro de la ciudad. Pero a mi me gustaba. Y la chica china también.

-Tlabajamos una figuras de santos y santas clistianos, pelo también santas del cine.

Yo me encalgo de vestil a las santas. Luego las envían a distintas iglesias.

-¿Así que se venden en las iglesias?

-Sí, en las de Japón. Les gusta mucho la imagen de la vilgen Malilin. Como tiene el cabello lubio y los ojos tan glandes. Muchos japoneses se han conveltido en clistianos.

Delante de la niña había un montón de muñecas de goma, con distintos rostros, algunos muy conocidos: Marilyn Monroe, Rita Hayworth, Beyoncé, Ana Belén, la cantante y actriz, Santa Teresa de Ávila, Jesús Gil, los hermanos del grupo Estopa, los hermanos Del Río,… muchas muñecas.

Las cabezas por un lado, los cuerpos por el otro. La chica tomaba un cuerpo y le ensartaba una cabeza, de la que pendía un hilo de los de algodón, los mismos que había en el taller de Xuan.

Alrededor del hilo iba sujetando distintas prendas de vestir, que así quedaban sujetas sobre el muñeco, pero sin vestirlo del todo. Como las actrices que al abrir la puerta y encontrarse con quien no esperaban se cubren el pecho con lo primero que encuentran.

Luego los colocaba en una caja de plástico. Cuando la llenó, apareció otra niña, esta algo más bajita, no más de 1,40 de altura, que corrió con al caja hasta otra de las mesas.

Dos trabajadores sacaron una batea de uno de los hornos, con peanas de cerámica al rojo vivo. Las pintaron con un producto de vitrificado o lo que fuere, con unas pistolas aerosoles. No llevaban máscara, así que su cara parecía la paleta de un pintor, toda la cara llena de pequeños puntos de colores.

Caminé por la nave hasta llegar a los contenedores. Me ayudé de las dos manos para levantar la tapa de uno de ellos. Me empiné sobre un estribo para ver lo que contenía. No veía nada, así que solté la puerta y me icé con las dos manos. El peso me venció, cayendo dentro del contenedor. Con el golpe de mi cuerpo, todo el contenedor se estremeció y su puerta se cerró sobre mí. Se hizo la oscuridad. Olía a pescado y había agua. Estaba empapado. Noté un movimiento viscoso entre las piernas, algo se coló por mi pantalón.

Empecé a gritar y a dar manotazos. Atrapé algo, que podía ser una serpiente o una pescadilla o… La puerta se abrió y unas manos me cogieron de las orejas, tirando hacia arriba. Me así al borde. Me cogieron del tiro del pantalón y me rescataron. Aterricé sobre la nave.

-¿Te gustan la angulas crudas? Entre risotadas, Norberto me explicó que en esos contenedores criaban anguilas y que las enviaban vivas, junto con las muñecas, a Japón y otros países asiáticos.

Una de las chicas chinas se acercó, me cogió de la mano y me llevó a unos vestuarios.

Me entregó un mono de color amarillo, con remaches en color plateado y negro. En la espalda el número 9 y debajo escrito con letras semejantes a ideogramas, Tanzano. Me sequé con una toalla la cabeza, me desnudé y me aseé en un lavabo. La chica no se movió de allí. Me sequé el cuerpo con la toalla. La chica me frotó la espalda con una esponja dura como piedra pómez, que me hizo entrar en calor rápidamente.

Me vestí con el mono y salí de allí, con la ropa mojada en la mano, descalzo. No había encontrado los zapatos. Bueno, las botas. Seguro que algunas de las anguilas las habrían alquilado ya como guarida, allí en el contenedor. No pensaba volver a meterme allí para recuperarlas.

Norberto se me acercó y salimos de la nave.

-Tenemos que ir a Valencia a por las etiquetas y la hiladura. El chino dice que no tiene en este momento, así que lo compraremos en una tienda de la ciudad. Pero yo tengo trabajo aquí. Me van a pintar la furgoneta y la van a cargar de anguilas y de muñecas. Tenemos que llevarlas a Madrid, para que Xuan tome la decisión de incorporarlas a su catálogo de productos. Pero las etiquetas son importantes. Tienes que volver a Valencia y encontrar esta dirección. Allí te las venderán. Nos veremos a las 16:30 en el parque de la estación. No falles, ¿eh?

-¿Cómo voy a Valencia?

- Ahora va a salir un camión de anguilas hacia el Saler. Te dejarán allí. Luego se irán hacia Sagunto. Al puerto.

Alguien me cogió de la mano. Una de las chicas me acercó hasta un camión de 6 ejes, enorme. Subimos a la cabina, con gran esfuerzo. El chino enteco me sonrió. La niña me tocó en el brazo y me dio unas zapatillas de esas que se atan alrededor del tobillo. Unas espardenyes d’espart, creo que las llaman.

Giró el enorme volante, apenas un cuarto de vuelta. El camión dio una vuelta completa y nos pusimos camino de Valencia.

-¿Es verdad que venden las muñecas santas en Japón? Le pregunté, por romper el silencio y hacer el viaje más agradable.

-Clalo. Pelo no solo allá, también en Kolea del Nolte. Hay mucho clistiano en esos países. Malilin es una glan misionela.

Me contó que los fieles entraban en éxtasis en las iglesias, antiguos templos sintoístas reconvertidos. Por lo visto durante la celebración sonaba música romaní, mientras los predicadores, que eran en su totalidad brasileños, bailaban y cantaban y los fieles, al ritmo de canciones de rock interpretadas por orquestas de origen rumano colocaban su ofrenda monetaria a los pies de las muñecas de Marilyn y otras actrices.

-Santa Telesa tiene menos éxito. Ahola vamos a lediseñal su lopa. Le hemos encalgado un estudio a la tienda de Zala en Tokio. Selá todo un éxito. Segulo.

El camino se hizo corto. Durante el trayecto la niña se encaramó a las rodillas del chino. Abrió una fiambrera y se dedicó a darle de comer tallarines con carne y palillos mientras el chino conducía.

Cerré los ojos. Me adormilé.

Cuando la niña me dio un codazo, me encontré frente al mar.

Me dejaron en la playa y me dispuse a conocer la ciudad mientras buscaba la dirección de la tienda.

-¡Ay! A la pata coja volví la planta de mi pie izquierdo para ver lo que había pisado. Tenía clavada una chapa de refresco. Me la quité y empecé a sangrar. "siga jugando" era la inscripción que tenía la chapa en el plástico de su interior. La tiré en una papelera y seguí andando. La tienda estaba por el centro. Tendría que preguntar. Alguien se dirigió directamente hacia mi, con la mano extendida. Extendía la mía. Me colocó una moneda de 50 céntimos en la mano.

-¡Que dios te bendiga, hijo mío!

Guardé la moneda en el bolsillo trasero.

-Gracias, señora.


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11 de marzo de 2006

Esperanza, dale dinero a la asociación que representa Pilar. Que no es tuyo


Esperanza, ayúdales con nuestro dinero a los del 11-M, condesa.

Cuando va a comenzar el juicio por el 11-M, una de las asociaciones sigue sin cobrar una subvención a la que seguramente tiene derecho.

Independientemente de la ideología que acompañe su discurso, que no será proterrorista ni peor que la de quienes la critican la cantidad que deben necesitar para hacer frente a los pagos de su defensa jurídica, análisis de los miles de folios del sumario y contratos de personal administrativo, local, servicios, incluso el salario de los que trabajen a tiempo parcial o completo, no debe suponer mucho dinero.

Sobre todo para una Comunidad gobernada por quienes la consiguieron de chiripa, ya que la habían ganado los otros. Y gobernada además por una mujer de posibles.
Bueno, por la mujer del conde, o sea por la condesa.

De hecho, si ella no quiere cubrir esas necesidades directamente con su patrimonio, que no se lo exige nadie todavía, puede hacerlo contra los presupuestos, donde no se hace asco de las ideologías varias de los paganos a la hora de que coticen. Y esta Comunidad, por como gasta dinero, es super rica, o sea, super de lo más de la muerte, amen.

Si hay dinero en esta santa comunidad de derechas para realizar un estudio sobre "posibilidades de implantación de una jornada de 8 a 16 horas en la comunidad de madrid" con una partida presupuestaria de 150.000 euros, aproximadamente, y otros de idéntico calado, -encima para cosas que deberían hacer los funcionarios del área y los contratados por la Comunidad como expertos, y no terceros- no sé porque negarle el pan y la sal a quienes representa Pilar, sean pocos o muchos.

Estudios para no se qué castaña sobre conciliación de familia y trabajo -por cierto, vaya pensando en cambiar el concepto, porque la familia que usted y los opusdeistas como Chinchilla su gran amiga, ¿no? representan, no nos gusta a muchos, porque nos deja fuera, sencillamente-.

Supongo que los madrileños podríamos vivir sin conocer los resultados de dichos estudios.

Bueno, de hecho, esos estudios no son de libre difusión, normalmente. Se reparten entre instituciones y algún que otro ejemplar queda en la biblioteca de la Comunidad.

Pues esos dineros tirados u otros, puede compartirlos con Pilar Manjón. Claro que si no le gusta a usted la idea, pues igual Pilar puede enviar a otra persona a que firme, si la condesa no desea verla en persona... por su radicalidad como madre. Espe, espe, que se te ve el plumero. No es las madres lo que preocupa sino un estilo de madre, ¿no? Ya. Si se te ve, hija, se te ve y mucho.

A quienes están un poco ofuscados porque Pilar cometa errores de educación civil, ¡Uy! Perdón, cristiana, quería decir, les vendría bien tomar nota que la comparecencia de esa mujer delante de los que habían montado la ordalía en el Parlamento, de los parlamentarios, tuvo mayor impacto en la cabeza y en el corazón de quienes pudimos verla que el último telediario presentado por el periodista yanqui, la última crítica al Gobierno vertida por ese gran masturbador daliniano que es jimenezlossantos, o la reducción de subvenciones de la PAC que cobran los terratenientes, uno de los cuales es de su propia familia. Su hombre. Bueno, para ella, su santo esposo

Mire señora, por favor, coja una partida de esas con las que no sabe qué hacer, júntela con algo de dinerillo público del Ayuntamiento, ya sea del emporio M-30, el estacionamiento vigilado o el sueldo de la que va a ser segunda en la candidatura del santo alberto, la ex del presidente de la faes y dele su dinero a la asociación para que puedan representarse con dignidad en un juicio donde, sinceramente creo, usted pinta menos que cualquiera de ellos, ideologías aparte.

Porque, verá Esperanza, aquí la ideología, igual que cuando ustedes andan en campaña, arañando votos, importa poco.

Aquí se trata de que Madrid era de izquierdas hasta que usted entró por la puerta trasera.

Y esa mayoría de izquierdas desea que les deje defender sus intereses con dignidad durante el juicio. Y de la conciliación de la vida personal -que no familiar- y laboral, pues hablamos otro día.

No, Chinchilla que no venga ese día. Es que a mi las ideologías me pueden.

¿A usted no le pasa lo mismo? ¿Eh, pillina?

8 de marzo de 2006

Estadística con feronomas. O Grammer contra Grammer.


GOOD-LOOKING men and women have the most attractive body odours, according to a study of students who were asked to rate the smell of T- shirts worn by the opposite sex. The research provides new evidence that pheromones - hormone-like chemicals - are used as subliminal "sexual attractants" in humans. Scientists at the University of Vienna asked 16 male students and 19 females to sleep in the same T-shirt for three nights to collect any pheromones they might emit. The researchers, Anja Rikowski and Karl Grammer, asked each student to sniff the T-shirts of the opposite sex and rate them on a seven-point scale. The scientists also measured wrists, hands, ankles and feet to calculate the students' symmetry; previous studies have shown that asymmetrical people tend to be less attractive to the opposite sex. The researchers report, in the current issue of Proceedings of the Royal Society B, that a strong correlation existed between the assessment of the sexiness of each T-shirt and the symmetry of its wearer, indicating that attractive people appear to smell more alluring.

-Tengo en marcha una investigación: feromonas sin lavar. Y guapas. Muy guapas.

-Cuéntamelo otra vez.

-Que dicen en el periódico que las tías buenas huelen mejor, encima de que están así huelen item más que el resto.

-Define buena, bueno, define bueno. O guapo.

-Pues que está como un tren. Ya sabes. Una de estas rubias, bien así.

-Define tren. Porque las rubias en doscientos años han desaparecido de la faz de la tierra. Que yo también leo prensa científica.

-Mira, esto es un lío, por tu parte. Eso está claro. Que las guapas huelen, ¿sabes, chabal, digo, chaval, mejor? ¿Tan difícil es comprenderlo o asimilarlo? Mira, que hay un señor, bueno un científico, un señor... un tal Karl Grammer del que se habla mucho, un etólogo o algo así.

-Sí, hoy precisamente, día de la mujer, en general y como género o sexo marcado, vas y hablas de hombres cientíicos.

-Yo voy a hacerlo ¿sabes?

-¿Y en qué consiste la investigación?

-En que me van a enviar 1.500 camisetas sudadas.

-¿Qué?

-Pienso enviar todas esas camisetas, personalizadas, no te creas, malos rollos los justos, a 7.500 tías, que van a dormir con ellas. Y luego me las van a reenviar. Porque las feromonas se pegan a la ropa. Y eso les gusta a los hombres. Y además, que según este tío, por no llamarle científico, que te sienta mal, dice que si están buenas, lo vas a saber por la nariz. Ya no más mirar por la calle, claval, esnifas y punto. Localizado el género por la picota, potera u como se diga.

-Ya. Y las vas a vender, por internet. Pues para eso, pide bragas. Igual te las compran mejor.

-¡Qué no es eso! ¡Yo no voy de eso!

-Pues, explícate. Y deprisita, que se me acaba el cuarto de hora del fumeteo y vuelvo al tajo.

-El profesor, Karl Grammer, investiga a los humanos y sobre todo se fija, bueno, husmea en el atractivo que ejercen. En el diario gratuito Qué! publican hoy una noticia sobre él. Dicen que las guapas no solo lo son sino que además huelen bien.

-Porque se perfuman.

-¡Que no! Bueno, que sí, pero que no. Las guapas, por ejemplo, sudan una camiseta y un tío al olerla, es que se pone como un ornitorrinco ante un hormiguero. Eso, como un ornitorrinco.

-¡Mira! En el instituto, Bretones robó la camiseta de Clara. Y al verla, porque no hizo falta ni olerla ni nada, nos asomamos a la ventana al unísono. No veas los gritos del profesor de Latín.

-¿Que tiró la camiseta por la ventana o qué? ¡Porque esa también me sirve para la investigación!

-No, que la chavala, harta de la guasa, se paseo sin camiseta ni prenda que se las tapara o cubriera, delante de la clase de sexto. Bueno, de la ventana. Para habernos matado. Menos mal que nos sujetábamos de los radiadores con los tobillos.

-No lo mío es más serio.

-Y lo de Clara. Que hoy día es mi mujer, gilipollas.

-Qué fino te has vuelto. Por lo de jilipoyas, que digo. Bueno, cambiando de rollo y volviendo a lo mío. Que para confirmar la tesis, voy a remitir un montón de camisetas a mis amigas por la Internet. Y después me las van a devolver. Y voy a enseñarselas a unos tíos y a ver qué eligen. Si las de las chicas guapas o las otras.

-Ya, que tus amigas de Internet se van a despechugar para que unos tíos elijan. Tú estás mal. Estás jili. Y ahora con jota.

-No, las camisetas. No entiendes nada, jodío. Las camisetas es lo que me envían, bueno, que me van a enviar. Ni fotos, ni hostias. Sólo la camiseta. Eso sí, después de haberla usado durante por lo menos tres noches seguidas.

-Usada pero como balleta. Conociéndote, la camiseta que envíes no va a servir pa na. Seguro que las compras en algún mercadillo o en un centro de ropa usada.

-¡Joder, que no! Mira: Cada una de las personas estas tiene que usar la camiseta para dormir, pero más de un día, para que queden las feromonas bien pegadas al algodón, el poliester o lo que sea. Luego me las envian, se las muestro a los tíos y eligen. Seguro que eligen a las más guapas. Por el olor.

-Ya. Sólo falta que esos días tengan fiesta, le coloquen la camiseta durante el jueguecito a su pareja, te la envíen, bien cargada de Hugo Boss o de Varon Dandy, según la edad de su pareja, y te encuentres con la muestra descontrolada porque encima se trate de gays post Carnaval. Así que tú al final llenas la casa de hombres superdeseados, y los novios de tus amigas guapas de Internet te forran a hostias. Desvía el tiro a Chueca, igual con hombres también funciona. Lo del olor a guapo y tal digo.

-¿El que?

-Que los guapos huelen mejor. Están guapos, tienen buen culo, según las tías y encima huelen mejor. Seguro. Huelen a guapo. Aunque sean de otra acera. Que hagas lo mismo que el tal Grammer, el científico, pero en Chueca, con tíos.

-Eres un aguafiestas. Si las instrucciones se las voy a enviar en papel y todo. Junto con cada camiseta. Me envían rellenado un cuestionario de control y ya está. Bueno, y que no se olviden de la camiseta. La de dormir. Que otra no vale, claro.

-Y, a todo esto, ¿De cuántas camisetas estamos hablando? Porque mi cuñado tiene una mercería y para pedidos grandes te las deja por lo menos a 9 euros. Sin decorar, claro, de esas tipo Ferry o Abanderado. Porque las de manguita corta, las navy cut, las vende más caras. Como son entalladas.

-Con mil que me contesten, hago la prueba luego con cien tíos oliendo en sábado y puntuando las camisetillas sudadas, el estudio en word, que me lo patrocine la Caja de Avilés o mejor la de Sitges, y a correr.

-Pues son, así a bote pronto, 90.000 de camisetas, más el envío y la recepción a porte pagado, 6 euros por camiseta, más el error de medida y muestreo, con 120.000 euros te haces la investigación. Eso si no te denuncian algunas de las invitadas. Bueno, con 1.800 euros te haces un seguro de responsabilidad civil. Eso sí, con franquicia, que ahoran piden una de pasta por estos jueguecitos.

-¡Qué va! Es mucho menos. ¿No ves que luego publico las conclusiones?

-Ya, pero el envío de las camisetas. Porque no esperarás que pasen mil tías por tu casa a recoger la mierda de camiseta, para dormir con ella. Si fuera un mp3 o algo atractivo, un regalo, digo. Es que el estudio este huele mal, no inspira confianza. Además que si envías 100, por ejemplo, te devuelven 8. Que lo he leído. Y eso en caso de necesidad. O sea, que les pagues por devolver la camiseta. Si no, te devuelven una, pero devuelta de verdad, o sea de vómito de crío de leche.

-Mira, esto es muy fácil. Mi hermano trabaja en Seur. Él se encarga de repartirlas y de recogerlas. Tú te encargas de las camisetas, de hablar con el de la mercería, tú cuñado. Yo busco a los tíos que las tienen que oler. Y luego lo publicamos.

-Bueno, bueno, que te acaloras. Vamos a pensar bien, aplicar criterio, como dice nuestra amiga, la que lee a Balmes. Tienen que dormir con la camiseta y ya está, ¿no? Y luego enviarte la camiseta.

-Con mandar la parte del sobaco, me sobra.

-¿Qué?

-Las feromonas se concentran en el sobaco. Más concretamente en los pelos del sobaco. Me envían sólo ese trozo de camiseta, después de dormir durante unas noches con ella, pero sin lavarla, ¡Claro! y ya tengo la prueba.

-¡Pero tío! Si ya nadie, y menos una mujer, tiene pelos en el sobaco. Ni una feromona, ni un pelo vas a recoger después del envío. Menudo fracaso.

-Bueno, pues que duerman más días con la camiseta. Algo de feromonas les quedará. Aunque sea menos la cantidad, por la falta de pelos, si la usan durante más tiempo. Y si la usan durante, que te digo yo, durante un mes, eso estará lleno de feromonas. Seguro, vamos.

-Sí, no te jodes. Un mes. Y al cabo del mes les tienes que llamar para recordarles que te envíen el recorte de camiseta del sobaco que le corresponda. Y además se habrán tenido que separar. De la peste. Por buenas que estén. No se acuerdan del estudio ese...bueno, para denunciarte. Por meterte en el lío de la pareja, por enredar.

-No. Que me envíen los dos. Los dos sobacos y ya elijo yo. Huelo primero y el que más huela, ese pasa el control de calidad.

-¡Los dos, los dos! Y como contrabalanceas la muestra, ¿Listo? O acaso hay tantas feromonas en el sobaco izquierdo como en el derecho? Además, que tú padeces de sinusitis. Tú no vales ni pa oler lo que me acabo de tirar. Y si una chavala, vamos a ver, en serio, si una chavala es zurda, se afeitará mejor la axila derecha. ¿No? Y al revés, pasará igual. Entonces. Si hay más pelo en un sobaco que en el otro, la belleza dejará de ser la variable dependiente, ¿No?

(Minutos después)

... En realidad llegará un momento que sólo medirás, si no controlas la muestra, pelos, de sobaco izquierdo o de sobaco derecho. Y el experimento, a la mierda. Tienes que contrabalancear. Un diseño de cuadrado latino, lo mejor. Aunque, seguro que alguna te envía la camiseta usada por su pareja. Así que nada, diseño de cuadrados greco latino. Va a ser lo mejor. A mezclar trozos de camiseta, sobaco izquierdo pelao, poblao, derecho, pelao, poblao, hombre, mujer, gay... ¡Ah! Y se me olvida lo principal, guapos y feos. O sea que es un diseño dos por tres por dos por dos. ¿Tú conoces a tantísima persona que se vaya a acostar con un sobaco pelao o no, durante un mes con la misma camiseta, para que tú publiques una tontería? Pues te va a costar más de los 120.000 euros el estudio, Carlitos, majo.

-Mira, me lo estás poniendo tan difícil, que lo mejor es que haga un diseño de caso único. Mi mujer y mi hija. Que duerman con la misma camiseta. Incluso que se la intercambien. Un mes cada una. Que me las den después de usarlas. Y en mil semanas tengo una muestra de dos mil feromonas femeninas. Y luego que las huela mi cuñado. Y que vaya puntuando. Mi hija es más guapa que su madre. Que ha salido a su abuela. Así que seguro que mi cuñado elige más veces las camisetas de mi hija que las de mi mujer.

-Vais a terminar en la cárcel. Tú y tu cuñado.

-Bueno, pues incluimos a mi suegra en el experimento. Mi suegra es bien guapa. Seguro que apesta.

3 de marzo de 2006

Pablo: Tómbola de membranas. Tripe with garlic. Ach so!


Detuvo la camioneta, van vonita, bien marcadas las uves, como le llama Noble -que me ha sugerido que le llame así a él, Noble, en lugar de Norberto, porque le hace sentir grande, con lo que ya de por sí mide-, en el arcén, mientras tomaba la decisión sobre a qué lugar dirigirla, si al aparcamiento en el que abundaban los camiones tipo Highway Knights, por sus cromados y colores, o dejarla más próxima al restaurante y hostal, bajo una pérgola de hoja de uralita sobre bastidores metálicos, reforzados con pintura de color verde musgo.

Los pueblos mediterrráneos adoran los colores de los que carecen. Como los seres humanos adolecen de lo que no tienen.

Se decidió por el de los camiones, más espacio para la camioneta y mejores vistas.

-Vas a comer una tómbola de membranas y entrañas como jamás la has probado.

-¿Qué?

-Bueno, acá la llaman callos, pero una persona jamás sabe qué contiene, ¿No es cierto? Son una tómbola. Aunque, siempre suaves como la membrana de los altavoces melosos de unas cajas Dolce Vitta, mejor, imposible. Apúrele, que hoy han llegado demasiados caballeros de la carretera. Debe ser por el cierre de la frontera. Nos dejarán las sobras.

Entramos en un local grande, como el salón de bodas de un hotel, con una barra a la que no se le encontraba el final. Todas las ventanas tapadas por gruesas cortinas de jarapa a franjas negras y rojas, que filtraban la luz hasta convertir el lugar en un cuadro de Goya, un mesón de época alzamiento nacional, primeros de mayo tardío. Pero estábamos en octubre.

Cada pocos metros una jaula con un mainate negro. Delante de cada una de ellas un cartel recogía el nombre, las palabras y las expresiones que reconocían las aves

-Los Pájaros, así se llama este local. Importaban café del tipo Java, tú ya sabes, lo mismito, el símbolo que te digo, de las computadoras, para los informáticos de una empresa cercana. Con un viaje hasta la isla consiguieron los permisos de importación y ya ves, todos los años importan cuatro o cinco ejemplares de mainates gigantes.

-Ven, vamos a oir al informático.

Nos acercamos a una de las jaulas más populares en aquel momento. Una docena de personas la rodeaban, mientas el mainate recitaba palabras y oraciones sorprendentes: Bája el pentium caliente; tuésta la canción en la Plextor; come donuts de mil baudios; itera el proceso Gates, demonio, compra googles a mil, vende googles a diez mil, trae pizza y cerveza Bud, bajate el plug de la station one, California dreams, dame Apple, toma Moto ...

Tenía un gran repertorio. Delante de su jaula colgaban tres carteles en lugar de uno.

-Lo crió, de pequeño, el vigilante nocturno de una obra. Por lo visto llegó a un acuerdo con los gitanos que le robaban el material al propietario. Asi disponía de toda la noche para enseñar al polluelo.

-¿Quieres decir que le enseñó el vigilante todo el repertorio que maneja?

-Sí. Era estudiante de ingeniería informática, chico. Ahora trabaja con los mismos gitanos, programándoles móviles y pdas -pronunciaba peedeeaiiisss- para sus asuntos. Ya sabes.

Nos sentamos cerca de la barra, en la zona donde había algo más de luz, porque gran parte del local estaba iluminado por velas de aceite, lámparas de gas y bombillas de luz color melocotón, circuitos montados sobre botellas de marcas conocidas, cubiertas por tulipas de alambre y jarapas tan oscuras que la luz se concentraba exclusivamente sobre la mesilla auxiliar en la que descansaban.

Eran enormes, los pájaros, de color negro, con una escrencia de color amarillo detrás de la cabeza y el pico naranja. Oirlos hablar me producía la sensación de que se hubieran tragado una cinta de cassette, o que fueran la broma del ventríclocuo, quien quiera que fuese. Tanta oscuridad, el olor de las velas y el de los caldos y encurtidos de la barra, todo enmadejado en la nariz, el murmullo de las conversaciones, la melopea de las aves...

-¿Qué va a ser, Noble?

Una mujer guapísisma, rondando los 40 y vestida con un mono de color verde, con flecos blancos, iba a tomarnos la nota. Miré su figura. Lo que había presumido un mono de trabajo llegaba a la mitad de sus muslos. Sus piernas continuaban hasta unas botas andaluzas, como las que usan en Andalucía, ¡claro! para montar. Un uniforme atrapa camioneros. Un papamoscas biológico. Una orfebrería hormonal. Desgaste de mis pupilas y ansias.

-Vamos a tomar callos, los dos, una ensalada murciana, una botella de Navarra joven, pan de hogaza y bicarbonato. Todo en recipientes distintos y, de ser posible, ración individual. Para mi tres de cada. Él sólo tomará dos. ¿Parece OK, Pablo?

-¡Aha! Asentí con la cabeza, concentrado en las piernas de la camarera y en el sonido de los pájaros "Iveco cuatro ejes de 400 y par 20.000..." El informático había dejado paso a su compañero el ingeniero mecánico.

Apareció otra camarera, con idéntico uniforme, que dejó el vino, un plato de aceitunas, dos tapitas de queso, una cesta de pan y varias papeletas de lotería rápida encima de la mesa, mientras devoraba con los ojos a Noble.

-Hacía un tiempo que no se te veía asomar el pelo y todo lo demás por aqui, dijo, con voz de locutora de media noche.

-Tú ya sabes mi amor, contestó Noble, echando hacia atrás la silla, que parecía a punto de ceder bajo su humanidad, levantando la pelvis durante el ejercicio de encontrar el equilibrio sobre las patas traseras de la silla, mostrando el bulto de su paquete. Comparado con el resto de paquetes que había observado a lo largo de mi vida, parecía que todos los demás hubieran detenido su desarrollo en la prepubertad. Igual se guardaba el dinero ahí dentro, o una máquina de liar tabaco, o el papel higiénico. Claro que también podía haberse operado.

-¿Y hasta dónde vais esta vez?

La joven no dejaba de observar la cremallera, como si contara los dientes de la misma, como si esperara las palabras del fotógrafo diciendo "mira al pajarito". Claro que si el discreto invitado saltaba desde su jaula y ese tamaño era real, tendríamos que pedir una mesa para cuatro, porque la chica querría tomar asiento cerca del recién llegado. Desvié la mirada del bulto y observé el panorama, aprovechando que la mujer se había acercado al oido de Noble.

Entró un grupo de motoristas. Lo supe por el casco que llevaban en el antebrazo. Bueno, también por la moto de cilindrada elevadísima que cada uno de ellos empujaba con gran esfuerzo sobre las jarapas que cubrían el enlosado del local. Se dirigieron a una de las jaulas, que el mayor de todos, por edad y por tamaño, hizo balancearse con un toque de casco sobre los barrotes. Varias camareras se abalanzaron sobre la máquina que acababa de soltar; pero el esfuerzo no compensó la fuerza del artilugio, así que una de ellas acabó debajo de la moto, con el mono sobre... bueno, mostrando una figura irreconocible para la mayoría de nosotros, los humanos, perfecta en mi ignorancia, gritando:

-¡Joer, que se me van a explotar las tetas! Quitarme el puto chino de hierro de encima.

-¡Jo puta japonesa yamahahahaha, viva la Harley forever!

Cada uno de los pájaros parecía disponer de su propio público, como emisoras vivientes.

Llegó la comida. Los callos humeantes, servidos en cazuelas de barro, tres para Noble, dos para mi. La ensalada era una mezcla de tomate envasado, atún, aceitunas verdes y negras, pimiento rojo asado, cebolla y aliñado todo con aceite y especias. Empecé por ella, sopando trozos de pan en el caldo. Antes de acabar con la ensalada, Noble, que iba ya por el tercer plato de callos dijo:

-Se te van a enfriar.

-Es que me gusta comer con tranquilidad.

-Yo tengo un trabajito que hacer antes de marcharnos, así que no tengas premura.

Supuse que se refería a la camarera bonita, que en ese momento hablaba con otra de las chicas, cerca de la barra, mientras señalaba con la barbilla a la mesa.
Noble terminó la ensalada con fruición, se puso de pie, se acomodó el pajarito y encaminó sus pasos hacia las dos camareras que hablaban entre ellas.

-Abre las boletas a ver si tenemos suerte, Pablo.

Cogí uno de los boletos de lotería, lo abrí: "Siga jugando". En el tercero, una frase misteriosa parecía contener premio: Elige menú. El cuarto y el séptimo contenían el mismo texto. Una camarera nueva me dijo, sonriente:

-¿Te apetece que subamos al reservorio? Con esas boletas y 45 napos te ayudaré a rebajar la pesadez de la digestión.

La belleza de la chica impulsó el crecimiento de mi propio pajarito y del rubor en mis mejillas.

-Prefiero esperar aquí, muchas gracias.

Mis palabras borraron la sonrisa de su expresión, que se transformó en una mirada de reproche, una censura, la misma que cubre el rostro del vendedor cuando su oferta no consigue debilitar nuestras resistencias.

Recogió los boletos de la mesa, sacó una calculadora de uno de los bolsillos del mono, hizo sus cálculos y señalándome con el aparato dijo:

-Son 43 napos por la comida. Y la próxima vez será mejor que aparques tu trasero en el restaurante que hay al otro aldo de la calzada. Aquí vienen los hombres a aliviarse, no a comer.

No entendí nada. No quise comprender. Saqué el dinero de Xuan y pagué con uno de 50.

La vuelta la trajo Noble.

-No tenías que abonar, Pablo. Ese dinero es para las etiquetas y para las cuerdas. Aquí la comida la abono yo a mi modo. Y se rió a mandíbula batiente.

Salimos del restaurante. En la puerta, Noble me dió un billete de 100 euros.

-Esto, ¿porqué?

-Para que completes el dinero de Xuan y tengas algo con lo que pagar si te vuelvo a abandonar en alguna paradita. Nunca se sabe lo que me va a llevar un trabajito de esa naturaleza.

-Pero tú cobras por... ¿por eso?

-Claro, my friend. Un cubano fuera de la cobertura de Fidel ha de usar todos los recursos. Y yo tengo uno bien curtido. Como un fondo de pensiones, aunque en realidad lo llamo mi fondo de pasiones.

La risa volvió a brotar de su rostro, junto con las lágrimas, de las que tiraban sus quijadas o sus mofletes. Noté que en su cuello aparecían un par de marcas. Y no eran de carmín.
Subimos a la camioneta y continuamos camino. Encendio la radio y sintonizó una emisora sudamericana.

-Para todos ustedes, desde la maravillosa Trinidad, Manjo Banjo y su extenuante Azuzame, por el grupo mezcla y mezcolanza de panameño y boriqua, al toque de la Guayana, tu ya me sabes, isleña bonita. Para todos ustedes, en primicia exclusiva gracias a nuestro mecenas y patrocinador Berbeque, la alegría de la entraña y el gusto por lo caldoso de nuestro plato favorito, fritada de entretiempo...

-¿Puedes cambiar de emisora?

-Pues claro. Usa el mando a distancia.

No lo encontré. Y la telepatía me quedaba lejos. Pensé en María, la abuela, un pedazo de pan duro, el trabajo en el almacén de Xuan. Me dormí.

Al llegar a Valencia, abrí los ojos. Atravesamos la ciudad de un extremo a otro. Una avenida enorme, la Avinguda d'Aragó, nos dió paso a una carretera nacional. A Buñol, 45, leí.

Me acordé de la cotización de la camarera, también 45. Sabía que estas personas cobraban por sus servicios. Me pregunté si Noble cobraría más o menos que esa mujer. Ya se lo preguntaría.

Tómbola de membranas. Claro.

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